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contigo. Pienso que deberíamos hacer una pausa durante un tiempo.

      Una pausa… Todo el mundo sabe lo que quiere decir «hacer una pausa» en una pareja. Es una manera cortés, si es que existe alguna, de romper sin decirlo claramente. Si no estuviera sentada, probablemente me habría caído al suelo de dolor. He perdido el equilibrio y necesito más que nunca a Beth. Necesito a mi mejor amiga para curar mis heridas. Pero soy demasiado orgullosa para pedirle ayuda.

      —Te doy tiempo para que te recuperes, pero me gustaría que hicieras las maletas lo antes posible.

      ¿Porque encima me echa de la casa? Me quedo ahí, con la boca abierta y los brazos caídos, mientras mi vida se va al garete.

      —Es inútil que me mires así. Tú no puedes pagar el alquiler y los demás cargos. Todas las facturas están ya a mi nombre, y soy yo quien ha pagado todos los muebles.

      En un día, lo he perdido todo. Mi trabajo, mis sueños de vida ideal y a mi novio. Exnovio. Mejor hacerme a la idea. Me levanto con un movimiento brusco.

      —¿Por qué esperar? Voy a hacer las maletas.

      — Mallory.

      Suspira antes de continuar.

      —No te lo tomes así. Lo hago por nosotros.

      Me ahogo en mi propia furia.

      —¿Por nosotros? ¿Me echas de casa para arreglar nuestra pareja?

      Al menos tiene la decencia de bajar los ojos.

      —Solo lo haces por ti. Y ahora, si me permites, voy a darme prisa en embalar mis cosas para que mi presencia no te incomode.

      Afortunadamente, no me sigue a la habitación. No habría podido seguir con nuestra pelea verbal. Este día no se acaba y mi corazón está en pedazos cuando amontono mi ropa en una bolsa de viaje. Solo cojo lo esencial, porque no tengo sitio para más, y el ruido de la cremallera cuando cierro la bolsa me hace darme cuenta de lo que implican estos últimos acontecimientos. Voy a tener que empezar de cero, reconstruirme, y voy a tener que hacerlo sola. ¿Volver a casa de mis padres? No tiene sentido. Ya pasé la edad de vivir con papá y mamá y tener que rendir cuentas

      Dejo la casa sin decir nada y sin mirar atrás. Brandon me ha ofrecido amablemente que coja su coche. Me he mordido la lengua para no decirle que podía meterse la llave donde le cupiera ¡Para que luego me eche en cara que utilizo SU coche! Prefiero tener los pies deshechos de caminar antes que soportar otra humillación más.

       Capítulo 3Mallory

      No sé cuánto tiempo he estado caminando por la calle, pero la bandolera de mi bolsa de viaje me está cortando el hombro y mis piernas ya casi no pueden soportar mi peso, sumado al de mi equipaje. Me arrastro, sin rumbo, sin saber adónde ir, cuando un coche reduce la velocidad a mi altura. Giro la cabeza al lado contrario, porque no tengo ninguna gana de explicar a un desconocido lo que hago por la calle con mis cosas encima. Pero el inoportuno no está de acuerdo. Escucho abrirse la ventanilla del pasajero y la música que se escapa del vehículo me taladra los tímpanos. El viento lleva la música hard core a un nivel sonoro ensordecedor. De pronto, el sonido baja de tono y una voz que no me esperaba me llama.

      —¿Mal? ¿Qué haces aquí?

      Me giro para comprobar que no soy víctima de una alucinación, pero no, es mi amigo al volante de su coche. Lloraría de alegría si no se me hubieran acabado las lágrimas. Lo miro, sin moverme ni responderle. Entonces, aparca el coche a un lado y rodeando el coche viene hacia mí apresuradamente.

      —¿Mal? ¿Estás bien?

      Asiento con la cabeza, incapaz de hablar.

      —Deja que te ayude.

      Me coge la bolsa de viaje y la lanza al maletero. Luego me abre la puerta del pasajero.

      —Sube. Te llevaré a mi casa. Hablaremos y me contarás qué te ha pasado.

      Subo al coche como un autómata, siempre en silencio, y mi amigo me pone el cinturón que no he tenido el reflejo de coger. De pronto me siento menos sola, y espero que contarle lo ocurrido me ayude a ver más claro y trazar un plan a seguir, porque no puedo errar sin rumbo eternamente.

       Me doy cuenta de que nunca he estado en su casa. Ni una sola vez. Su casa es pequeña, apartada de la carretera y sin vecinos. El caminito que lleva a su porche es pedregoso y salto en mi asiento. Esto me remueve peligrosamente el estómago que se revuelve por estos caóticos movimientos.

      —Lo siento. Aún no he tenido tiempo de arreglar el exterior de la casa.

      Le sonrío débilmente, manteniendo la boca herméticamente cerrada para no vomitar en la palanca de cambios. Afortunadamente, esto no dura más de un minuto y aparcamos delante de una casita de ladrillo visto con mucho encanto.

      —Es muy bonito.

      Me sonríe dejando aparecer un hoyuelo en su mejilla izquierda.

      —Gracias. La heredé de mi abuela hace unos años y la estoy restaurando desde entonces.

      Da la vuelta al coche para abrirme la puerta, como un caballero.

      —Ven. Te prepararé un buen té y hablaremos.

      Me coge de la mano y tengo un movimiento de rechazo. Nadie salvo Brandon me había cogido de la mano desde hacía mucho tiempo, y esta mano extraña, más ancha y fuerte, me deja una desagradable impresión. Mi anfitrión no se da cuenta de mi incomodidad y me lleva al interior a través de una puerta roja de madera que se cierra tras mi paso. Tengo el tiempo justo de ver su entrada decorada con un espejo, y me lleva a una cocina de última moda, perfectamente equipada, con un inmenso aparato para cocinar y una isla rodeada de altos y confortables taburetes.

      —Siéntate ahí. Te prepararé el té.

      Aprovecho para mirar a mi alrededor, observando esta estancia con curiosidad. Todo es moderno, aparentemente fácil de manejar, pero siento como un malestar. No hay ninguna foto, ningún objeto decorativo, ningún rastro de vida. Todo es magnífico, pero insípido, como una casa piloto sin alma. Es difícil imaginar que un hombre soltero viva en este lugar. ¿Dónde está el desorden? ¿La ropa sucia por ahí tirada? ¡Señales de vida, caray!

      —Tomas dos de azúcar, ¿verdad?

      Centro la atención en mi amigo.

      —Sí, gracias.

      Me pone una taza delante y disfruto del calor en mis manos para volver a centrarme. Me sienta bien estar sentada. Sin embargo, debo reflexionar sobre qué voy a hacer ahora.

      —¿Estás preparada para contarme lo ocurrido después de nuestra conversación?

      Es verdad que cuando hemos hablado yo estaba llorando, confinada en mi coche. Mi excoche. Después de esa llamada, todo se ha vuelto ex.

      —Te dije que me llamaras si lo necesitabas.

      —No quería molestarte.

      Y eso es cierto. En parte. Ya tengo la impresión de ser una carga para mi exnovio. No quería serlo también para Léon, el amigo que me ha apoyado estos últimos meses, contra viento y marea.

      —Tú nunca me molestas, Mal, ya te lo he dicho.

      Juega con mis dedos sobre la mesa y un escalofrío me recorre la espalda. Retiro mi mano y me rodeo los hombros para darme calor, aunque dudo que el frío sea responsable de mi piel de gallina.

      —Brandon y yo nos hemos peleado.

      El recuerdo de las últimas palabras que el antiguo amor de mi vida pronunció obstruye mi garganta con una bola tan grande como un balón de fútbol.

      —Todo se arreglará, Mal. Como siempre.

      La bola aumenta de tamaño en mi tráquea. Tengo la sensación de ahogarme.

      —No. No, no se va a arreglar. Me ha pedido que me vaya. Quiere que hagamos una pausa.

      Se

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