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      LAS RAZONES SUSTANTIVAS Y LA INTERPRETACIÓN

      DEL DERECHO EN EL COMMON LAW

      Robert S. Summers

      Las razones sustantivas

      y la interpretación

      del Derecho en el

      common law

      Traducción

      Gonzalo Villa Rosas

      Prólogo y Preliminares de

      Manuel Atienza

      Palestra Editores

      Lima — 2020

      Contenido

       PRÓLOGO

       PRELIMINARES

       ENTREVISTA A ROBERT S. SUMMERS

       JUSTIFICACIÓN DE LAS DECISIONES JUDICIALES SEGÚN ROBERT S. SUMMERS

       LAS RAZONES SUSTANTIVAS Y LA INTERPRETACIÓN DEL DERECHO EN EL COMMON LAW

       Capítulo I DOS TIPOS DE RAZONES SUSTANTIVAS: El núcleo de una teoría argumentativa del common law

       I. Introducción

       II. La variedad de las buenas razones

       III. La complejidad de las estructuras justificativas

       IV. La primacía de las razones sustantivas

       V. Formulación, evaluación y legitimidad de las razones teleológicas

       VI. La formulación, evaluación y legitimidad de las razones de justicia

       VII. Diferencias entre las razones teleológicas y las razones de justicia

       VIII. La reductibilidad de las razones de corrección a las razones teleológicas

       IX. La importancia de la dualidad de las razones sustantivas

       X. Conclusión

       Bibliografía

       Capítulo II EL ARGUMENTO ACERCA DEL SIGNIFICADO ORDINARIO EN LA INTERPRETACIÓN DE LAS LEYES

       I. Introducción

       II. Escepticismo acerca del argumento sobre el significado ordinario

       III. La razón por la cual el argumento teleológico o del “fin último” no debe tener primacía

       IV. La autonomía del argumento acerca del significado ordinario

       V. Conclusión

       Bibliografía

       Capítulo III LA INTERPRETACIÓN DE LAS LEYES ¿Los jueces deben considerar los materiales de la historia legislativa?

       I. Introducción

       II. Consideraciones relevantes

       III. Conclusión

       Bibliografía

      Prólogo

      No es fácil precisar qué cabe entender por “maestro” en un contexto universitario, y es más que probable que la palabra se emplee entre nosotros con excesiva laxitud. A bote pronto, yo diría que un maestro es alguien del que uno ha aprendido algo que considera importante para su desarrollo intelectual, al que reconoce cierto grado de ascendencia personal, porque el maestro encarna en algún sentido un modelo de vida, alguien que se toma un interés genuino tanto en el desarrollo intelectual como en el bienestar personal del discípulo, y con el que se tiene una relación que, a diferencia de la estricta amistad, no puede —o, al menos, no suele— ser simétrica: uno es discípulo, pero no maestro, de sus maestros; aunque sí que cabe, por cierto, en relación con una misma persona, ser al mismo tiempo discípulo y amigo. Recuerdo que, cuando hace años, leí el extraordinario libro de Jordi Llovet Adiós a la universidad, me impactó mucho una frase en la que venía a decir que si hoy (el libro es de 2012, el año en el que decidió jubilarse anticipadamente como profesor de crítica literaria en una universidad de Barcelona) no hay ya maestros, ello se debe a la falta de discípulos, esto es, a que la cultura que se ha ido imponiendo en un país como España —quizás en todo el mundo occidental— tiende a rechazar ese tipo de relación: maestro-discípulo.

      No voy a entrar aquí a discutir sobre lo acertado o no de ese juicio, pero mi experiencia personal me lleva a pensar que, al menos por lo que respecta a la universidad española, hay algunos indicios que parecen apuntar en el sentido de la frase de Llovet. Y con ello no quiero decir, claro está, que en la universidad de nuestros días estén desapareciendo las relaciones asimétricas y de jerarquía. Sino más bien que esas relaciones (siguiendo el modelo del neoliberalismo que ha penetrado tan ampliamente en la institución universitaria) se formalizan ahora de otra manera; lo que cada vez abunda más es la existencia de jefes (los profesores de mayor jerarquía) y de subordinados (los de menor, los más jóvenes), de prestadores de servicios (profesores en general) y de clientes (estudiantes). Y si esto fuera así, esto es, si en nuestras universidades estuvieran en decadencia las relaciones de tipo maestro-discípulo, como me temo que está ocurriendo, entonces me parece que, efectivamente, haríamos bien en entonar un melancólico y casi desesperado adiós a la universidad.

      Por fortuna puedo decir que ese no ha sido el caso de mi trayectoria académica. A lo largo de los ya casi 50 años como profesor de filosofía del Derecho, me he encontrado con una media docena o quizás más de universitarios —la mayor parte de ellos, claro está, iusfilósofos— a los que puedo llamar maestros en el sentido que antes indicaba. Y si Aristóteles escribió en una ocasión que “sin amigos nadie querría vivir”, yo creo que bien podría decirse también que “sin maestros nadie querría vivir una vida académica” o, al menos, que ese tipo de vida es peor cuando no se cuenta con maestros, cuando falta la relación maestro-discípulo.

      Bob Summers, fallecido en marzo de 2019, a los 85 años de edad, ha sido uno de mis maestros. Con él pasé un inolvidable año sabático en la Universidad de Cornell, en el 2001, y de él he aprendido inmensamente: en el plano intelectual y en el personal.

      En la Entrevista que le hice para la revista Doxa y que forma parte de los Preliminares a este libro, el lector puede encontrar los elementos centrales de lo que constituía hasta entonces su biografía intelectual. Y de su obra

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