Скачать книгу

pero sin ninguna evidencia aparte del extraño comportamiento que vio otro pasajero, así que la opinión general fue que se trataba de una fuga con un amante secreto. Fuentes cercanas a la familia aseguraban que había problemas maritales, pero no entraban en detalles. Tomó nota de todos los nombres que pudo encontrar y añadió los detalles de su relación con Jennifer Evans, para luego añadir una clasificación de uno a cinco de lo probable que era que A, hablaran, y B, contaran algo importante. Al ser un caso de hace casi cuarenta y dos años, era probable que muchos de los testigos y los entrevistables hubieran muerto y los que siguieran vivos habrían ido olvidando cosas con el tiempo.

      Iba a ser difícil. Elena, afectada por las emociones, no sería fiable, pero seguía siendo la persona más cercana al caso, salvo el misterioso fotógrafo que había tomado la imagen. Su nombre no aparecía en ninguna de las noticias y, aunque Slim había supuesto que era un hombre, se dio cuenta de que no había ninguna referencia tampoco a si era hombre o mujer, lo que sugería que esa información se había ocultado a la prensa.

      Slim compró un café en una máquina y se dirigió a una zona de trabajo donde podía usar un ordenador con una conexión a Internet. Después de unos minutos de búsqueda, descubrió los nombres de un par de periodistas que se habían ocupado del caso. Investigando un poco más, encontró un obituario de uno de ellos, pero, por suerte, el otro seguía activo y trabajaba como subdirector en una publicación local llamada The Peak District Chronicle.

      Las oficinas del Chronicle estaban unos kilómetros al este, en el pueblo natal de Jennifer, Wentwood. Slim anotó la dirección y luego tomó un pequeño autobús del distrito en una parada junto a la biblioteca.

      El trayecto duró menos de media hora. Slim, uno de los únicos tres pasajeros (los otros dos eran una señora mayor y un joven adolescente que llevaba un monopatín encima de las rodillas), miró por la ventana y vio la pintoresca campiña mientras se bamboleaban por carreteras comarcales, a través de onduladas colinas y grandes páramos, pasando por bellos lagos y valles boscosos. Aunque era sin duda hermoso de un modo ventoso y abrupto, la cabeza del detective Slim no pudo dejar de pensar que era un buen lugar para esconder un cadáver.

      Wentwood era de un tamaño similar al de Holdergate, pero un poco más moderno. Su calle principal tenía tiendas más cosmopolitas que su vecino, pero había algunos edificios bonitos en torno a la tranquila plaza en la que Slim se apeó del autobús. Un reloj en lo alto de la fachada de un banco marcaba poco más de las tres mientras caminaba hasta las oficinas del Chronicle. Había pensado en llamar, pero pensó que era mejor ver la zona y también sabía que la gente es más probable que hable cuando te ve en persona. Una llamada telefónica habría sido más fácil de rechazar.

      Una recepcionista recogió su petición y entró en una habitación detrás de ella. Slim miró las imágenes de las paredes: una colección de portadas con paisajes de la publicación, todas mostrando bellos panoramas de las colinas onduladas. Los titulares de las portadas eran cosas como «Los mejores ríos para nadar en el distrito de Peak», «Las prácticas agrícolas perdidas de la Edad de Hierro» y «Compostaje en 10 pasos sencillos». Parecía una línea de trabajo tranquila, muy alejada del erial supuestamente lleno de delitos de las áreas industriales cercanas de Manchester y Sheffield.

      —¿Mr. Hardy?

      Slim miró a un hombre de pelo gris con unas enormes gafas que cruzaba el umbral de la puerta. Tenía un rostro amable y vestía una chaqueta de tweed algo gastada con el cuello levantado, como si hubiera venido de trabajar en un jardín. Tenía las mejillas sonrosadas y el pelo rizado. Parecía un veterinario o un hortelano: era difícil imaginarlo como un joven veinteañero, un reportero ocupándose de una desaparición misteriosa.

      —¿Sí? ¿Es usted Mark Buckle? Gracias por su tiempo. Por favor, llámeme Slim.

      Se sintió incómodo mientras entregaba a Buckle una tarjeta de visita con su nombre y sus datos de contacto en una cara y DETECTIVE PRIVADO en la otra. Kim había insistido en que necesitaba una, imprimiéndola con el ordenador en grandes hojas, así que seguían teniendo perforaciones en los lados. Hasta entonces, solo había dado tres: dos en la compañía de televisión y una al agente de policía en el estacionamiento al otro lado de la calle de su piso actual para demostrar que no era un vagabundo, después de que este le pidiera que se fuera.

      —Soy un detective privado que investiga la desaparición en 1977 de una mujer llamada Jennifer Evans. He estado revisando el caso y vi en un periódico un artículo escrito por usted. Ya sé que ha pasado mucho tiempo, pero me gustaría hablar con usted sobre ello.

      Buckle frunció el ceño.

      —Caramba. Bueno, fue hace mucho tiempo. Tengo que acabar algunas cosas. ¿Le parece que nos tomemos después un café?

      Slim asintió.

      —Claro.

      Buckle le indicó un lugar donde podían encontrarse. A Slim no le apeteció sentarse solo mientras esperaba, así que se dio un paseo por la calle principal de Wentwood. Un puñado de cadenas de tiendas abarrotadas pero modernas se apretaban con tiendas de recuerdos y cafés locales. Slim echó un vistazo a la puerta de un cine diminuto, vio que la película que proyectaban llevaba ya seis meses en cartel y sonrió. Si querías desaparecer, la zona era un buen lugar para hacerlo.

      Mark Buckle le estaba esperando en una mesa junto a la ventana cuando volvió al café.

      —Pensé que me había plantado —dijo, levantándose para dar la mano a Slim—. De todos modos, paro aquí a menudo cuando vuelvo a casa, así que he pedido un dónut.

      Sin estar seguro de si Buckle estaba bromeando, Slim rio sin comprometerse y se sentó.

      —Debo pedir perdón por la brusquedad de mi visita —dijo Slim.

      —En absoluto. No estamos precisamente abrumados de trabajo en el Chronicle. —Levantó las gafas sobre su nariz mientras miraba al vacío, tal vez recordando viejas aventuras—. Así que quiere saber acerca de Jennifer Evans, ¿verdad?

      —Cualquier cosa que recuerde. Me llamó su hija, Elena Trent. Quería que tratara de descubrir qué le pasó a su madre.

      —¿Después de tantos años?

      Slim sintió que sus mejillas enrojecían.

      —La señora Trent me vio en, hum, un programa de televisión. Me llamó por capricho, creo.

      —Usted es uno de esos detectives de la tele, ¿verdad? —dijo Buckle con una sonrisa—. ¿Los que resuelven casos imposibles?

      —No es así exactamente —dijo Slim—. Mi caso tuvo cierta repercusión, eso es todo.

      —Bueno, no estoy seguro de en cuánto puedo ayudarle —dijo Buckle—. Pero sí que recuerdo el caso. Era un novato con mi primer contrato y me encantó que me pidieran escribir sobre él. Nunca había ido a un lugar, entrevistado a testigos y todo eso. Durante un tiempo me pareció una aventura.

      —¿Durante un tiempo?

      Buckle suspiró.

      —Dejó de gustarme enseguida —dijo—. No me refiero al periodismo, sino al reportaje criminal. En 1980 tuve la oportunidad de pasarme al departamento de noticias rurales y nunca me he arrepentido.

      —¿Fue el caso Evans el que le hizo cambiar?

      Buckle rio.

      —Oh, eso no fue nada. No, un año después tuve que ocuparme del Estrangulador. Eso colmó el vaso.

      5

      Jeremy Bettelman. El Estrangulador del Distrito de Peak. Sentenciado en marzo de 1979 por los asesinatos de cuatro mujeres cuyos cuerpos se encontraron en el distrito de Peak entre enero y abril de 1978. Slim se encontraba en el tipo de conversación que había esperado evitar al aceptar este caso, acerca de mujeres despedazadas y tumbas improvisadas,

Скачать книгу