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palabras sucintas, el encuentro divino-humano. Por un lado, a) lo religioso en el hombre y por el otro, b) el encuentro con Dios.

       En lo referente al encuentro con Dios, Jesús la ejemplifica con la Parábola del Hijo Pródigo (Lc 15, 1-24) y que hace posible el nuevo nacimiento sobre el cual habló Nicodemo (Jn 3, 1-15). La conversión forma parte de la madurez cristiana.

       De hecho, la madurez es un proceso a través del cual se aprende a conocer, nombrar, reconocer y ordenar los afectos, sin temerles.

       En estos tiempos en los que encontramos muchos “tabúes” por una malformación, en varios casos, de la conciencia, hay personas que sienten algo así como rechazo hacia ciertos temas, como por ejemplo, “la madurez afectiva”. Ciertamente, creo que esto obedece a extremos a los que podríamos llamar “falso machismo” o bien un “laxismo” tal que el hombre demuestra no interesarse por temas como éstos. Indudablemente, esto equivale a tener cierta reticencia hacia el propio conocimiento, por miedo a auto descubrirse y encontrarse con un inconsciente dormido durante años.

       La persona madura, acepta y no rechaza, evalúa y elige con libertad. Hace espacios, no se cierra, se da tiempo, tolera la frustración, acepta lo diferente. El maduro no se ata a los esquemas sino que los emplea hasta que ya no le sirven y es capaz de desprenderse de ellos y de evaluarlos, si cabe, con capacidad de rectificación. Es así que la persona madura se torna en agente de libertad para otros, dado que él es un hombre libre. No se crea autoimágenes, identifica su “yo real” y se mueve en ese plano distinguiendo su “yo ideal”.

       Por eso, es ineludible sostener que el hombre maduro es responsable. En contraposición con la madurez está la inmadurez.

       Quisiera tomar el lenguaje que San Pablo usó cuando se remitió a la “Inmadurez de los corintios”, tal como en encontramos en 1 Co 3, 1ss: “Por mi parte, no pude hablarles como a hombres espirituales, sino como a hombres carnales, como a quienes todavía son niños en Cristo. Los alimenté con leche y no con alimento sólido, porque aún no podían tolerarlo, como tampoco ahora, ya que siguen siendo carnales. Los celos y discordias que hay entre ustedes, ¿no prueban acaso que todavía son carnales y se comportan de una manera puramente humana?”.

       Podemos ratificar entonces, que una persona madura es un “sobreviviente bendecido” porque va elaborando nuevas y/o renovadas actitudes. Entre ellas, hemos abordado Examinaré el futuro y permitiré que Dios guíe lo que hago en el presente y No importa lo que suceda, no permitiré la derrota.

       Sigamos profundizando otras, en continuidad con las dos anteriores:

      3. “Soy una persona afortunada a pesar de lo que he experimentado”

       Recordemos que no en pocas ocasiones las personas se concentran en sus “pérdidas” en vez de en sus “logros”. Cuando esto ocurre, nuestra predisposición está enferma y la bendición de Dios merodea en nosotros y no somos capaces de detectarla.

       Los “sobrevivientes bendecidos” siempre hacemos un inventario, por así decirlo figurativamente de aquello que tenemos en lugar de lo que no tenemos…

       Pregúntate: ¿Qué tenés en tu vida?, ¿cuándo fue la última vez que hiciste un inventario? Advertir necesidades concretas es de gran ayuda. No obstante, cuidemos de que sean concretas y no imaginarias. Las concretas son reales.

      4. “Aprovecharé cada oportunidad disponible”

       Entiendo que más de una vez nos encontramos con personas desprovistas de su auto valía y es admirable observar que ellas buscan cualquier oportunidad para crear y crecer. Quizás cuanto más inválido sea alguien, más aprecia lo que puede experimentar.

       Necesitamos ver la vida a través de ojos agradecidos y aprovechar las posibilidades que se nos presentan tales como, contemplar el amanecer de cada día, la capacidad o carismas de otros, las actitudes frente a la vida que otros toman, cómo decidieron vivir otras personas que nos han precedido o están cerca de nosotros. En todos estos casos y otros puntos de reflexión, el silencio será de gran ayuda. Permite volver al eje de nuestra centración, recuperar la paz y el bienestar que la mente y el alma necesitan imprescindiblemente para afianzar la Alianza con el Amado Jesucristo y por él con el Padre y el Espíritu.

       Pregúntate: ¿Qué posibilidades tenés ahora que puedas aprovechar y utilizar para generar aún más esperanza para vos mismo/a?

      5. “Puedo aceptar mis imperfecciones y aprender a disfrutar la vida y dar a los demás”

       Démonos cuenta que “los sobrevivientes” no se afanan por el perfeccionismo; sí por la maduración. El perfeccionismo posee niveles de exigencia que muchas personas se los aplican sin conocerse a sí mismas. Cuando estos niveles no son los nuestros reales, perdemos el equilibrio y fácilmente nos neurotizamos. Exigirse más es bueno pero dentro de los límites a nuestro alcance. Inadvertidamente, podemos requerirnos ritmos, memoria, actividad que tuvimos en nuestro pasado sin tener en consideración nuestra realidad actual. Orgánicamente, si no trabajamos nuestra musculatura se entumecen nuestros músculos. A veces, las circunstancias en las que estamos inmersos, inciden en nuestro hoy. Tal vez, mañana será diferente y recuperemos cosas que nos gustan y dadas las circunstancias, hoy no podemos. Ser fieles al hoy gratifica el alma.

       Bien sabemos que el Señor nos llama a ser “teleiós” (íntegros, plenos, completos). Paralelamente el autor de la Carta a los Efesios utiliza los términos griegos “aner teleiós”: hombre completo y en esta carta se emplea el termino hedikía: madurez espiritual.

       Si buscamos la perfección solo la encontraremos evidentemente en Dios.

       Ahora, orientarse hacia la excelencia y trabajar en ella es bueno, completa a los hombres en todo orden: un estudio, una vocación, una profesión, ocupación u idioma…

      Pregúntate: ¿Cuáles son tus imperfecciones hoy?, ¿permaneces en estas deficiencias o direccionas tu energía hacia el posible mejoramiento mientras aceptas lo que no puede ser cambiado?

      6. “Puedo encontrar significado en situaciones y hechos que involucran sufrimiento o grandes pérdidas”

       Quisiera que reflexionáramos en la siguiente frase: “Donde hay insensatez, no hay esperanza, no hay sentido de bendición”.

       Es verdad que en los tiempos en que vivimos, relativistas, consumistas, tecnocráticos, secularistas, cuesta mucho ser sensato. Sin embargo, somos “hombres espirituales” y tenemos acceso a otras realidades. Nos enseña el Apóstol Pablo en 2 Co 12 ss: “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que reconozcamos los dones gratuitos que Dos nos ha dado. Nosotros no hablamos de estas cosas con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino con el lenguaje que el Espíritu de Dios nos ha enseñado, expresando en término espirituales las realidades del Espíritu. El hombre puramente natural no valora lo que viene del Espíritu de Dios: es una locura para él y no lo puede entender, porque para juzgarlo necesita del Espíritu. El hombre espiritual, en cambio, todo lo juzga y no puede ser juzgado por nadie. Porque ¿quién penetró en el pensamiento del Señor, para poder enseñarle? Pero nosotros tenemos el pensamiento de Cristo”.

       Pregúntate: ¿Qué pude aprender de la experiencia de insensatez?, ¿cómo puedo crecer a través de esto?, ¿cómo otros pueden ayudarse a través de esto?, ¿cómo puede Dios glorificarse a través de esta experiencia?, ¿cuál experiencia, sufrimiento o pérdida estás enfrentando en este momento para el que necesitas hallar significado?, ¿cómo piensas que esto puede suceder?

       Nos preguntamos, nos respondemos:

      ü Sostuvimos que en todo proceso de conversión es necesario hacer una introyección en aquello que llamamos “lo específicamente religioso en el nombre”. Al abrir esa ventana en nuestro análisis por un lado evaluemos el término re-ligioso (unido/ligado firmemente) en relación a nuestra fe en Jesucristo como El Señor de la Vida y nuestra pertenencia a la Iglesia. Tengamos presente el planteo paulino sobre el Cuerpo Místico (La cabeza siempre es Cristo y el Cuerpo cada bautizado y como

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