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lleva a pensar en la lógica de la variación imaginaria: si tal sistema de disposiciones produce tal efecto en tal campo, podemos preguntarnos qué efecto habría producido en tal otro campo y proceder a distintos tipos de experimentos. Los manuales repiten que la sociología y la historia no pueden hacer experimentos, pero la posibilidad de una cuasi experimentación se ofrece de manera constante; cabe muy bien imaginar que se procede por variación imaginaria, como decía Husserl, pero sobre la base de experiencias reales.[11] Así, podemos preguntarnos cómo se ponen de manifiesto las disposiciones del intelectual advenedizo de primera generación en el campo intelectual francés en 1984, cómo se manifestaban en un campo dotado de otra estructura en la década de 1830, cómo se manifestaban en el campo artístico y el campo literario, cómo se manifiestan actualmente en Francia y en China comunista. Por ende, tenemos la posibilidad de hacer que, con los campos de referencia, varíen las posibilidades de actualización de habitus supuestamente constantes. Esto equivale a atribuir un sentido fuerte a la fórmula de Durkheim que asociaba la sociología al método comparativo.[12] La experimentación del sociólogo es el método comparativo. Evidentemente, la puesta en práctica de este método comparativo adoptó formas muy diferentes: Max Weber, por ejemplo, no podía escribir una frase sin agregar de inmediato “pero entre los griegos [o entre los] fenicios… pero entre los australianos… pero entre los bambaras”, mientras que, en Durkheim, el modo de variación privilegiado era en verdad más estadístico.[13] Sin embargo, la intención fundamental –forma parte del corpus común que mencioné al comenzar– es profundamente la misma. Solo que, habida cuenta de los límites de las capacidades humanas, se actualiza de manera diferente según las competencias específicas de los productores de sociología.

      La relación entre el habitus y el campo es una cuestión fundamental, incluso si, por las necesidades de la exposición, [el año pasado] me fue indispensable proceder por etapas y analizar en primer lugar lo que compete al habitus y luego lo que compete al campo, para más tarde exponer cómo funcionan ambos. En efecto, tras plantear esta relación fundamental entre habitus y campo, pasé al análisis de las funciones científicas cumplidas por la noción de habitus, y los problemas que esta permite plantear. A continuación, traté la noción de campo. Intenté presentar sus propiedades, procediendo de la misma forma que en el caso de la noción de habitus: expuse las funciones teóricas que desempeña, los problemas que permite plantear y los falsos problemas cuya desaparición posibilita. Recordaré y especificaré un poco la definición provisoria de la noción a la cual llegué entonces, y la conectaré con lo que voy a decir este año.

      Hablar de campo es pensar el mundo social como un espacio cuyos diferentes elementos no pueden pensarse al margen de su posición en ese espacio. Por ende, el espacio social se definirá como el universo de relaciones dentro de las cuales se definirán todas las posiciones sociales. Para dar una idea simple de lo que entiendo por esto, podríamos decir que la cuestión que se le planteará al sociólogo que estudia un universo social (el universo del periodismo, de la medicina, de la universidad, etc.) será la de construir el espacio de relaciones donde estén definidas las posiciones ocupadas por cada uno de los agentes o las instituciones consideradas. De inmediato, una cuestión que plantean los usuarios de la noción de campo –y que yo no planteé el año pasado– es la de los límites de los campos y las condiciones en las cuales esos campos pueden definirse en concreto. Por lo demás, la práctica misma impone esa cuestión. Por ejemplo, el año pasado hablé de un campo literario, pero a veces también de un campo de producción cultural en el cual englobaba, además de los escritores, a los periodistas, los críticos, etc. Además, al pasar, hablé de un campo de los críticos como subcampo: habría motivos para preguntarme si esta manera de obrar no es arbitraria y cómo construí concretamente esos espacios y sus límites.

      Respecto de esta cuestión, la distinción entre campo y sistema se afirma de manera muy simple y muy clara. Un sistema se define por su finitud y su cierre, y no es pensable definirlo de otra manera que como un sistema de relaciones entre un conjunto finito de elementos que sostienen relaciones completamente definidas, y donde cada cual se define como parte constituida en su realidad relacional por su posición en el espacio del sistema. La noción de campo, al contrario, se define por ser abierta: un campo es un espacio cuyas fronteras mismas están realmente en tela de juicio en el espacio considerado. (En este momento explico el malestar al cual me refería al comienzo: bastaría con tomar un ejemplo concreto para que todo se vuelva luminoso; pero ese ejemplo concreto tomaría diez minutos y ustedes perderían por completo el hilo. Creo que unas cuantas de las cosas que digo en este momento van a aclararse en los últimos momentos de la clase). Un subcampo no es una parte de un campo. Cuando se pasa de un campo a un subcampo hay un salto, un cambio cualitativo, y así ocurre en cada nivel de división. Por ejemplo, el subcampo de la crítica tiene una lógica distinta a la del campo literario. Sus leyes de funcionamiento son diferentes, no pueden deducirse del conocimiento del campo que lo engloba: las apuestas son diferentes, al igual que las formas de capital que funcionan en él. El subcampo, por lo tanto, no funciona según la lógica de la parte.

      A continuación, la cuestión de las relaciones del subcampo con el campo que lo engloba va a plantearse en forma de relaciones de dominación, luchas entre partidarios de la autonomía y partidarios de la heteronomía. Me limito a elucidar este punto, y dentro de un rato [en la segunda hora] daré un ejemplo de un análisis concreto en el cual una de las apuestas es la relación entre el campo del periodismo y el campo intelectual. Podemos decir que en sí mismos esos dos campos son subcampos del campo de producción cultural. Entonces, desde un comienzo veremos que la relación entre los dos universos no puede definirse en términos de fronteras jurídicas y que, precisamente, una de las apuestas fundamentales de cada uno de los subcampos es la lucha por la definición de las fronteras entre los campos.

      Por consiguiente, el sociólogo no construye de manera arbitraria sus campos, y cambiar de campo no es simplemente cambiar de escala. Podría decirse, desde una perspectiva constructivista, idealista, que la construcción de un campo depende del nivel en el cual se sitúe el analista. No es falso: por ejemplo, cuando me sitúo en el nivel del crítico, estoy en una escala más pequeña que cuando paso al nivel del campo de la crítica en su conjunto. Al cambiar de escala, el sociólogo transforma el estatus de los elementos de los que se ocupa: cosas que podrían presentarse como todos se convierten en partes. Por ejemplo, una vez constituido el campo literario, se puede cambiar de escala y pasar al campo de un género: digamos, el campo del teatro, donde encontraré oposiciones homólogas a las que encontraba en el campo en su conjunto.

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