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por todo el mundo, a conocer gente y tomar decisiones in situ, el confinamiento era una situación nueva, como lo era para todo auténtico internacionalista. De pronto, todo lo que nos quedaba era lo digital. E incluso eso pronto se convertiría en lo que Naomi Klein llamó el «nuevo negocio de la pantalla»: la penetración del capitalismo de vigilancia en nuestras mentes y nuestras almas, una mayor explotación de los trabajadores intelectuales y la extracción de nuestros afectos e incluso de nuestro inconsciente.3

      Aun así, durante un corto espacio de tiempo entre mediados de marzo y julio de 2020, ya parece que haga siglos, conseguimos colarnos por una rendija del «nuevo negocio de la pantalla» y lanzamos un canal «televisivo» digital desde nuestros salones y lugares de confinamiento. Fue mucho más que una mera televisión, fue la creación de un espacio común, gratuito, creado por centenares de activistas e intelectuales de todo el mundo. Rara vez ha habido tanta gente conectada por un único acontecimiento como en el caso de la pandemia de Covid-19, con miles de millones de personas en todo el mundo confinadas en algún tipo de cuarentena. Rara vez la gente de este planeta se ha involucrado tanto en la comunicación, y eso a pesar del «distanciamiento social» generalizado —pues, mientras hubo distanciamiento físico, lo social rebrotó como nunca antes lo había hecho—. Hemos asistido a lo peor y a lo mejor de estos tiempos: por un lado, a una situación completamente nueva nacida de una crisis sanitaria sin precedentes y, por otro lado, a la necesidad de conectar y construir un mundo más allá de la destructiva noción de «progreso» que domina la modernidad capitalista. Si el eslogan del Foro Social Mundial era «Otro mundo es posible», el nuestro es el que dejó algún grafitero en Mineápolis tras el brutal asesinato de George Floyd: «Otro fin del mundo es posible». Durante el transcurso del año 2020 ha quedado claro (incluso para los primeros negacionistas) que el fin del mundo tal y como lo conocemos está por todas partes. La gente se está asfixiando no solo a manos de un virus, sino también de la brutalidad policial y de un sistema mundial basado en la extracción, la expansión y la explotación. La crisis climática, la amenaza nuclear, las pandemias y el racismo: estos son los cuatro jinetes del capitalismo global y su violencia estructural contra la naturaleza, los seres humanos y el mismísimo futuro. Si queremos que todo esto cambie, nada puede seguir igual.

      Este libro pretende ser un mensaje colectivo sobre, ya no la posibilidad, sino la necesidad de una cooperación y una resistencia transnacionales, precisamente por ser tiempos de confinamiento global y Estados policiales. La lista de agradecimientos a los colaboradores, tanto aquellos de quienes se publicaron las conversaciones como de quienes no —debido a una apretada agenda y contratiempos en la edición—, es larga e incompleta. Si hay una persona sin quien DiEM25 TV no hubiera sido factible, esa es Davide Castro: un brillante compañero portugués que hizo posible que nuestro programa se emitiera en vivo y en directo durante los primeros meses de cuarentena. Junto a él, se encuentran las máquinas humanas Yanis Varoufakis y Renata Ávila quienes, con su enorme energía y razonamiento crítico, lideraron y organizaron muchas de las conversaciones; Judith Meyer, auténtica fuerza impulsora en la sombra, y nuestros compañeros y compañeras de armas de DiEM25 TV: Ivana Nenadović, Erik Edman, Luis Martín, Mehran Khalili, Sissy Velissariou, Johannes Fehr, Simona Ferlini, Pawel Wargan, David Adler, Claudia Trapp y Jordi Ayala Roqueta. Un agradecimiento enorme también a los numerosos voluntarios de DiEM25: Andrea Chavez, Max Gede, Dilek Guncag, Esmé Flinders, Ioannis Theocharis, Jerome Bertrand, Julie Hamilton, Micah Jayne, Michael Giardino, Pim Schulte, Rodrigo Fiallega, Niels Wennekes, Matias Mulet y muchos más.

      Por último, pero no menos importante, en un mundo donde la educación y el periodismo, el razonamiento crítico y la publicación, se convierten más que en un privilegio, en actos subversivos en sí mismos, son los valientes editores —¡y lectores!— quienes participan en una carrera contrarreloj, tanto preservando un documento para un futuro en el que la extinción masiva se está perfilando como nuestro único horizonte, como diseminando las herramientas para una lucha común hacia un mundo más allá de la incesante expansión del capitalismo y el fascismo. Gracias a nuestro querido editor Colin Robinson y a nuestra diligente editora Catherine Cumming, estas conversaciones conforman una especie de diario colectivo de las primeras semanas y primeros meses de la Covid-19, una empresa común que algún día podría servir para documentar que, incluso en tiempos sombríos, parafraseando a Bertolt Brecht, hubo cantos. Y los cantos no eran solo sobre los tiempos sombríos, sino sobre la amistad y el amor, la solidaridad y el igualitarismo, la ayuda mutua y la resistencia contra el antiguo mundo que está muriendo y secuestrando nuestro futuro. Todo debe cambiar para que nada siga igual.

      No debe quedar nada del antiguo sistema, pero toda la belleza, la humildad y la determinación de nuestra lucha común —parece tan heterogénea y ambigua por momentos— deben albergarse como algo que el viejo paradigma nunca será capaz de comprender. Deben entenderse como unos de los ingredientes claves que tumbarán este sistema. Otros ingredientes comprenden, como esperamos que muestre este libro, grandes cantidades de organización e introspección al mismo tiempo; menos trabajo, más amor; menos monólogo, más diálogo; menos ego, más compasión —y, una vez más, ¡grandes cantidades de organización! Si ellos disponen de misiles que pueden destruir países enteros a miles de kilómetros de distancia, nosotros, parafraseando al gran Günther Anders, nunca dejaremos de disparar nuestros misiles de larga distancia repletos de amistad los unos hacia los otros, para mostrarles a quienes inventan solo para destruir que no estamos determinados a aniquilar el espacio como ellos —a diferencia de ellos, somos capaces de crear nuevos espacios y reinventar un futuro por el que merezca la pena vivir—.

      El coste de la Covid-19 no debe empobrecer a las personas

      Vijay Prashad y Srećko Horvat

      Srećko: A día de hoy, la India y el Reino Unido están confinados. Los Juegos Olímpicos que deberían haberse celebrado en Tokio se han pospuesto hasta el próximo año. Hemos visto cómo llegaban médicos cubanos a Italia y médicos chinos a Serbia para combatir la Covid-19. Además de suponer un bello gesto de solidaridad, este hecho también plantea preguntas sobre el futuro de la geopolítica, algunas de las cuales espero poder abordar con usted en esta conversación, Vijay.

      Vijay: Como dice, el Gobierno de la India les ha pedido a mil cuatrocientos millones de personas que se confinen, y es posible que mil millones no puedan hacerlo. Esta es una de las paradojas de estos tiempos. Los que no viven en barrios pobres pueden sentir claustrofobia al entrar en su casa y cerrar la puerta, pero la mayoría del planeta lo habitan jornaleros, personas que dependen de un sueldo diario y, a menos que cambiemos el sistema, acabarán aniquiladas, no solo por este virus, sino por los muchos virus que añaden presión en sus vidas.

      Srećko: Cuando miro Twitter, veo a mucha gente en Europa que se queja del confinamiento, pero desde la perspectiva de la gente que vive en la India, en Asia, en Sudamérica, esto es un auténtico lujo y un privilegio. Cuando las autoridades dan las instrucciones a la población para que se confine, no hablan de vivienda ni de las medidas que se deben implementar antes de que alguien pueda confinarse.

      Vijay: Sí, pero tampoco exageremos el privilegio de los europeos o los estadounidenses. El año pasado, la Reserva Federal de Estados Unidos hizo un estudio sobre las familias y resultó que el 40 % de las familias estadounidenses no puede hacer frente a una contingencia de cuatrocientos dólares o más.4 Eurostat cuenta con un estudio similar que muestra que uno de cada tres europeos no puede hacer frente a gastos imprevistos.5 Es evidente que este confinamiento es una emergencia económica. La gente no tiene dinero para pagar el alquiler o la hipoteca, para pagar las pruebas del virus o para comer unos pocos días o semanas, dependiendo del tamaño de la familia. Estamos en medio de una crisis provocada por el capitalismo —su coyuntura viene marcada por la Covid-19—. En cierto sentido, este virus ha derribado un sistema que está enfermo desde hace mucho tiempo. Y creo que esto ha sorprendido a mucha gente. A muchos les ha impactado la incapacidad de sus Gobiernos para cuidar de ellos en tiempos de crisis y comienzan a cuestionarse sus promesas, las de los medios de comunicación corporativos y las de instituciones docentes. Todas parecen ahora vacías.

      Srećko: En muchos países europeos, una década de austeridad ha arruinado la infraestructura pública tan necesaria en esta situación de crisis. Sin embargo, en vez de limitarnos a analizar la situación

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