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utiliza para comprar y vender cosas, la compraventa «agota» el dinero. Es igual que cuando se usa el pan con el propósito de comerlo: se agota el pan (no ocurre lo mismo con una casa porque se puede vivir en una casa sin agotarla). Está mal hacer que alguien pague por el pan y por su uso, eso es hacer que pague dos veces. De la misma manera está mal hacer que alguien pague el dinero que se le prestó y además hacerle devolverlo con intereses. Peor aún, la usura es un pecado que nunca se detiene. Al menos, los asesinos dejan de asesinar mientras duermen. El pecado de los prestamistas continúa cuando yacen en su cama porque el dinero que se les debe crece más todavía.

      Tomás de Aquino escribía en una época en la cual Europa estaba redescubriendo el comercio. Pocos siglos antes de que naciera, la población comenzó a crecer y las ciudades volvieron a la vida. Inventos como arados pesados y nuevos tipos de arneses para caballos ayudaron a los agricultores a obtener más de la tierra. Las comunidades pusieron fin a su aislamiento y comenzaron a comerciar entre sí. Y el dinero, una vez más, ayudó a estimular la compraventa de bienes.

      En las grandes ciudades de Venecia y Florencia, la cadena del ser medieval se extendió con nuevas figuras: los mercaderes que compraban y vendían bienes para obtener beneficios y los banqueros que comerciaban el dinero. La sociedad ya no comprendía únicamente a aquellos que rezaban, trabajaban la tierra o luchaban. Los habitantes de estas ciudades alimentaron las brasas del comercio y ahora ellos se prendían en llamas. Los barcos llevaron vidrio y lana a Asia y trajeron seda, especias y piedras preciosas. Venecia creó el primer imperio comercial desde la Antigüedad.

      Conforme floreció el comercio, también lo hicieron las finanzas. En Venecia y Génova, los mercaderes guardaban sus monedas en las bóvedas de seguridad de las casas de cambio. Los mercaderes luego podían pagar sus deudas haciendo que los cambistas transfirieran dinero entre sus cuentas. También obtenían préstamos de ellos. De esta manera, los cambistas se habían convertido en los primeros banqueros, así como en pecaminosos prestamistas. Otro avance fue la ayuda a paliar los riesgos que involucraba enviar costosos cargamentos por los peligrosos mares. Los mercaderes inventaron los seguros: pagar a alguien cierta cantidad de dinero a cambio de que prometiera compensar las pérdidas ocasionadas por la mala suerte, como el hecho de que su barco se hundiera en una tormenta.

      Las frenéticas ciudades debilitaron el feudalismo porque los campesinos dejaron la tierra y se mudaron a las urbes para trabajar a cambio de dinero. Su ruido también comenzó a ahogar las enseñanzas tradicionales de la Iglesia. El santo patrón de Milán era Ambrosio, quien ordenó la muerte de los prestamistas, lo cual no disuadió a los habitantes de Milán de enriquecerse prestando dinero. La vida económica se vio regida, cada vez más, por el dinero y las ganancias y menos por la tradición. Incluso los monjes comenzaron a ver que los préstamos eran esenciales para la economía y que no tenían lugar a menos que se le pagara a los prestamistas. Tomás de Aquino dijo que en realidad el interés sobre los préstamos en ocasiones era aceptable. Era correcto que los prestamistas lo cobraran para compensar las ganancias a las que renunciaron cuando prestaron su dinero. Gradualmente, los clérigos se percataron de que había una diferencia entre la usura —altos intereses que arruinan al prestatario— y tasas razonables necesarias para que los bancos funcionaran.

      A comienzos del siglo XI, el Papa dijo que los mercaderes nunca podrían entrar en el cielo. A finales del siguiente siglo, el Papa convirtió a un mercader de nombre Homobono en santo. Así, la idea de que para estar cerca de Dios era necesario ser pobre comenzó a extinguirse. Jesús les había dicho a sus discípulos que no podían servir a Dios y al dinero, pero en la época de Tomás de Aquino los mercaderes creían que si era posible. En 1253, una empresa italiana encabezó sus cuentas escritas a mano con las palabras: «En nombre de Dios y de las ganancias». La economía de Dios se estaba mezclando con el nuevo mundo del comercio.

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      EN BUSCA DEL ORO

      En la primavera de 1581, el mercader y explorador inglés Francis Drake celebró un banquete a bordo de su barco, el Golden Hind, que acababa de llevar a Drake y a su tripulación alrededor del mundo y había sobrevivido a un peligroso viaje de tres años. El barco, que ahora estaba atracado en el río Támesis, se había limpiado y decorado con estandartes para recibir a la invitada de honor y mecenas de Drake, la reina Isabel I de Inglaterra. Inmediatamente después de subir a bordo, la reina le ordenó que se arrodillara frente a ella. Un cortesano le tocó ambos hombros con una espada dorada, convirtiendo así a Francis Drake —que había nacido pobre y había sido educado por piratas— en sir Francis, lo que aseguró su posición como un símbolo del gran poder militar de Inglaterra en el mar.

      Isabel le había ordenado a Drake llevar a cabo una expedición con el fin de vengarse de su enemigo, el rey Felipe de España. El astuto Drake había hecho lo mejor que pudo atacando barcos españoles por todo el mundo y regresó a casa con un gran botín que incluía oro, plata y perlas, los mismos que ahora se encuentran custodiados en la Torre de Londres.

      En esa época, los monarcas de Europa estaban creando naciones modernas a partir de las tierras medievales bajo el control de diversos príncipes y duques. Estas naciones competían entre sí por ser las más fuertes. España había sido la potencia más destacada de Europa y ahora los holandeses y los ingleses le estaban pisando los talones. También en esa época mercaderes como Drake adquirían un poder y una influencia que nunca habían tenido. Los mercaderes ayudaban a sus monarcas a enriquecerse, y estos pagaban por sus viajes. El nombramiento de Francis Drake como caballero a bordo del barco de la reina Isabel simboliza la alianza entre los gobernantes y los mercaderes.

      Esta alianza recibiría el nombre de mercantilismo (a partir de la palabra latina para mercader) y surgió cuando los pensadores comenzaron a alejarse de la religión medieval hacia la razón y la ciencia. Anteriormente, los escritores de temas económicos habían sido monjes que estaban más bien alejados del bullicio del comercio, pero ahora aparecían nuevos pensadores económicos que tenían menos interés en la religión. Eran personas prácticas, por lo general mercaderes y funcionarios reales, que escribían sobre la manera en la que los reyes y las reinas podían cuidar mejor la riqueza de sus naciones. Uno de ellos fue Gerard de Malynes (ca. 1586-1641), mercader a quien Drake alguna vez vendió perlas que había robado durante una batalla con los españoles. El más famoso fue el inglés Thomas Mun (1571-1641), quien comerció en el Mediterráneo cuando era joven. En una ocasión, cerca de Corfú, fue capturado por los españoles y sus colegas temieron que lo quemaran en la hoguera. Afortunadamente, lograron liberarlo y Mun se convirtió en un hombre rico e influyente.

      Los mercantilistas tenían un revoltijo de creencias en lugar de una teoría económica completamente desarrollada. En la actualidad los economistas suelen burlarse de ellos por no entender las verdades económicas más básicas. Por ejemplo, ¿qué se quiere decir en realidad cuando se habla de que un país es rico? Una versión básica del mercantilismo afirma que la riqueza es oro y plata, por lo que un país rico es uno que los tiene en gran cantidad. La crítica aquí consiste en que los mercantilistas incurren en la «falacia de Midas». En la leyenda griega, el dios Dioniso le concedió un deseo al rey Midas. Midas pidió que todo lo que tocara se convirtiera en oro; pero cuando intentó comer, a su comida le ocurría precisamente eso y lo acechaba el hambre. Esta historia nos cuenta que es tonto ver la riqueza en el brillo del oro en vez de en las hogazas y la carne. Puedes terminar muriendo de hambre o, como Smaug, el dragón en El hobbit de J. R. R. Tolkien, obsesionado con sentarte en una pila de oro, sin hacer en todo el día otra cosa más que contar monedas y exhalar fuego a los buscadores de tesoros.

      Aun así, durante siglos, los exploradores buscaron oro y los monarcas intentaron incrementar sus reservas. Los exploradores europeos originales, un siglo antes de Drake, fueron los portugueses y los españoles. Uno de ellos, Hernán Cortés, sabía algo sobre la atracción que provocaba el oro cuando dijo: «Los españoles conocemos una enfermedad del corazón que solamente el oro puede curar». Abrieron las puertas de Europa a una inundación dorada desde finales del siglo XV, cuando sus exploradores se lanzaron por el Atlántico para descubrir el Nuevo Mundo de las Américas. Allí encontraron civilizaciones antiguas repletas de oro y plata. Los

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