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¡No valga la redundancia!. Juan Domingo Argüelles
Читать онлайн.Название ¡No valga la redundancia!
Год выпуска 0
isbn 9786075572475
Автор произведения Juan Domingo Argüelles
Жанр Учебная литература
Серия Studio
Издательство Bookwire
9. adjetivos que matan
¿Aguacero torrencial?, ¿aguacero repentino?, ¿amarga hiel?, ¿arma pavorosa?, ¿asesinato atroz?, ¿blanca nieve?, “¿brillante sol?, ¿calor infernal?, ¿colmillos afilados?, ¿daga aguda?, ¿destello luminoso?, ¿dolorosa herida?, ¿dulce miel?, ¿frío cadáver?, ¿frío invierno?, ¿gozoso placer?, ¿hermosa belleza?, ¿hondo pesar?, ¿inquietante angustia?, ¿lamentable accidente?, ¿lamentable deceso?, ¿lamentable fallecimiento?, ¿lamentable muerte?, ¿lamentable pérdida?, ¿mansa oveja?, ¿marcha multitudinaria?, ¿miedo atroz?, ¿miedo pavoroso?, ¿miseria conmovedora?, ¿negra oscuridad?, ¿odio ciego?, ¿profundo pesar?, ¿ruidosa carcajada?, ¿sonora carcajada?, ¿terrible tragedia?, ¿tumba helada? Los más ridículos lugares comunes son consecuencia de no haber leído jamás la famosa recomendación de Vicente Huidobro en su “Arte poética”: “Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra./ El adjetivo, cuando no da vida, mata”. Menos conocido, pero igualmente exacto, es el consejo que Carl Sternheim le dio al joven Gottfried Benn (y a cualquier escritor, joven o viejo): “Cuando escribas algo, revísalo nuevamente y cancela los adjetivos: así será más claro lo que deseas expresar”. El “adjetivo” (del latín adiectīvus) es el término que “expresa cualidad o accidente” y acompaña al nombre o sustantivo calificándolo o determinándolo. Existen adjetivos comparativos, demostrativos, posesivos, superlativos, etcétera, pero los más utilizados son los denominados “calificativos”. Un “adjetivo calificativo”, de acuerdo con el DRAE, es el “que modifica al sustantivo o se predica de él y expresa generalmente cualidades o propiedades de lo designado por el nombre”. Ejemplo: Fuimos a ver una película horrible en una lujosa sala de cine, pero llena de espectadores ruidosos. Cuando el adjetivo calificativo no añade cualidades o características diferentes al significado del nombre o sustantivo, lo único que produce es redundancia, pues hay sustantivos que ya contienen, implícitamente, las cualidades o los defectos con los que se pretende calificarlos. Ejemplo (de frecuente cursilería): La dulce miel de tus besos. Así sea en sentido figurado (puesto que los labios no producen miel), la “miel” es “dulce” por definición: “sustancia viscosa, amarillenta y muy dulce, que producen las abejas” o bien “jarabe saturado obtenido entre dos cristalizaciones o cocciones sucesivas en la fabricación del azúcar” (DRAE), y nada añade al sustantivo “miel” el adjetivo “dulce”, pues la dulzura es inherente a la miel. En la gramática, ya sea en el discurso oral o escrito, existe, como figura retórica, el “epíteto” (del latín epithĕton, y éste del griego epítheton: literalmente, “agregado”), término que designa al “adjetivo que denota una cualidad prototípica del sustantivo al que modifica y que no ejerce función restrictiva. En la blanca nieve, blanca es un epíteto” (DRAE). Lo cierto es que el “epíteto”, como la figura retórica que es, forma parte de las licencias poéticas que, además, pertenecen a un estilo literario arcaico. Lo encontramos, utilizado de forma deliberada, en obras antiguas y clásicas, y ahora lo hallamos, usado de forma inconsciente, en redacciones afectadas y en expresiones carentes de toda elegancia literaria. Son vicios del lenguaje. Al explicar su antiguo uso, Félix Fano, en su Índice gramatical, explica: “epíteto. Es el adjetivo o participio que se usa principalmente para caracterizar o explicar el nombre, y suele ir delante de él; v. gr.: la mansa oveja. El epíteto se junta al sustantivo para llamar la atención hacia alguna cualidad que de ordinario le acompaña”. Como bien señala Fano, el epíteto suele ir delante del nombre o sustantivo, como en “el duro acero”, “la invicta espada”, “la efímera existencia”. Al igual que el pleonasmo, también figura de dicción, en la antigua retórica el epíteto aportaba énfasis a la oratoria o al discurso poético. Hoy no aporta nada que no sea la redundancia misma. Los peores escritores y políticos y los más descuidados periodistas, amantes de los lugares comunes, suelen recargar las tintas de su discurso, o de lo que llaman su “estilo”, en los adjetivos calificativos que no agregan nada a los nombres o sustantivos, resultando de esto evidentes cursilerías de las que únicamente ellos no se dan cuenta. Las publicaciones impresas y las páginas de internet están llenas de estos adjetivos que, al no dar vida, matan. Van unos pocos ejemplos: “Nuestra hermosa belleza latina”, “para que realce siempre su hermosa belleza”, “profundo pesar por el fallecimiento de nuestro querido profesor”, “con profundo pesar, CEPAL lamenta fallecimiento del ex Director del CELADE”, “en alerta 8 entidades por calor infernal de hasta 45 grados” (lamentamos contradecir al diario mexicano Excélsior: en el infierno, si existe, el calor que se promete es superior a los 45 grados; ya tendremos oportunidad de comprobarlo), “por 40 días habrá un calor infernal y todo será culpa de la canícula” (dijo el diablo: Con qué poquito pinole les da tos; ¿calor infernal?, ¡aquí los espero!), “lamentable accidente automovilístico deja varios lesionados”, “un hombre murió electrocutado en un lamentable accidente” (el único que ya no lo pudo lamentar fue el muerto), “quiero beber ansiosa la dulce miel de tus labios”, “pude sentir la dulce miel de tus labios besando los míos”, “terrible tragedia en Italia: puente se desploma en plena autopista”, “Guatemala sufrió una terrible tragedia tras la erupción del Volcán de Fuego”, “el brillante sol llegó a mí”, “lamentable pérdida de vidas humanas”, “expresamos nuestro hondo pesar por el lamentable fallecimiento”, “arrebatado por la desconfianza, sintió un miedo atroz” (lo atroz sería que se les colara una errata en el adjetivo, y lo que sintiera fuese un miedo atraz), “mostró sus afilados colmillos” (que un día antes, por error, llevó al servicio con el afilador de cuchillos, a quien confundió con el afilador de colmillos), “no había nada a su alrededor salvo una absoluta y negra oscuridad” (escritores con este “estilo” suelen ganar becas y premios), “fruto de un odio ciego y absurdo” (tenemos que suponer que hay odios muy lúcidos y nada absurdos), “saboreó la amarga hiel de la derrota” (ésta es cursilería de altos vuelos, no jaladas), “el rey de antaño se ha levantado de su tumba helada”, “fue un asesinato atroz”, “me resultó difícil reprimir una sonora carcajada” (¡tan fácil que hubiese sido optar por una silenciosa carcajada!), “soltó una ruidosa carcajada”, “terminó por ocasionarle una dolorosa herida”, “un aguacero torrencial se dejó sentir”, “Brian sintió un miedo pavoroso” (otro escritor que pide a gritos un premio literario internacional), “hubo un aguacero repentino mientras estábamos en el parque”, “el frío cadáver descansaba en su lecho de muerte” (lo bueno es que descansaba), “le estaba produciendo un gozoso placer”, “de nuevo experimenté la inquietante angustia de ser observado” (otro escritor de altos vuelos) y, como siempre hay algo peor, “sintió una inquietante angustia dentro de su cuerpo” (no vayan a creer que la sintió fuera).