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La soberanía de Dios. A. W. Pink
Читать онлайн.Название La soberanía de Dios
Год выпуска 0
isbn 9781629462585
Автор произведения A. W. Pink
Жанр Философия
Издательство Bookwire
¡Cuán diferente es el Dios de la Biblia del Dios de la cristiandad moderna! El concepto de la Deidad que hoy día predomina más ampliamente, aun entre los que profesan estudiar las Escrituras, es una pobre caricatura y una sentimental imitación de la verdad. El dios del siglo XX, es un ser impotente, frágil, que no inspira respeto a nadie. El dios que se percibe en la sociedad es creación del sentimentalismo. El dios predicado en muchos púlpitos de la actualidad es más digno de compasión que de temor reverente. Decir que Dios Padre se ha propuesto la salvación de toda la humanidad, que Dios Hijo murió con la intención expresa de salvar a toda la raza humana, y que Dios Espíritu Santo está ahora procurando ganar el mundo para Cristo, cuando podemos observar claramente que la gran mayoría de nuestros semejantes está muriendo en pecado y está pasando a una eternidad sin esperanza, equivale a decir que Dios Padre ha sido decepcionado, que Dios Hijo ha quedado insatisfecho, y que Dios Espíritu Santo está siendo derrotado. Quizá hayamos planteado el asunto crudamente, pero la conclusión es inevitable. Argumentar que Dios está «haciendo todo lo que puede» para salvar a la humanidad entera, pero que la mayoría de los hombres no deja que lo haga, equivale a decir que la voluntad del Creador es impotente y que la voluntad de la criatura es omnipotente. Echar la culpa al diablo, como muchos hacen, no resuelve la dificultad, pues si Satanás esta frustrando el propósito de Dios, entonces Satanás sería todopoderoso y Dios ya no sería el Ser Supremo.
Declarar que el plan original del Creador ha sido frustrado por el pecado, es destronara Dios. Sugerir que Dios fue tomado por sorpresa en el Edén y que ahora está tratando de remediar una desgracia imprevista, es degradar al Altísimo al nivel de un mortal finito y falible. Argumentar diciendo que el hombre es el que determina exclusivamente su propio destino y que por tanto tiene poder para oponerse a su Hacedor, es despojar a Dios del atributo de la omnipotencia. Decir que la criatura ha rebasado los límites impuestos por su Creador y que Dios es ahora prácticamente un impotente espectador del pecado y el sufrimiento acarreados por la caída de Adán, es rechazar la declaración expresa de la Sagrada Escritura: «Ciertamente la ira del hombre te alabará; Tú reprimirás el resto de las iras» (Salmo 76:10). En resumen, negar la soberanía de Dios es entrar en un sendero que, de seguirse hasta su conclusión lógica, lleva al ateísmo.
La soberanía del Dios de la Escritura es absoluta, irresistible e infinita. Cuando decimos que Dios es soberano, afirmamos Su derecho a gobernar el universo, el cual ha hecho para Su propia gloria, de la manera que a Él le plazca. Afirmamos que Su derecho es el derecho del alfarero sobre el barro; Él puede moldear ese barro en la forma que quiera, haciendo de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra. Afirmamos que Él no está sujeto a norma ni ley alguna fuera de Su propia voluntad y naturaleza, que Dios es ley en Sí mismo y que no tiene obligación alguna de dar cuenta a nadie de Sus acciones.
La soberanía caracteriza a todo el Ser de Dios. Él es soberano en todos Sus atributos. Él es soberano en el ejercicio de Su Poder. Lo ejerce según quiere, cuando quiere y donde quiere. Este hecho está probado en cada página de la Escritura. Durante largo tiempo ese poder pareciera estar dormido, pero de repente surge con potencia irresistible. Faraón se atrevió a poner impedimentos a que Israel saliese a adorar a Jehová en el desierto, ¿y qué ocurrió? Dios ejerció Su poder, Su pueblo fue liberado y los crueles capataces de Faraón fueron muertos. Pero poco después los amalecitas se atrevieron a atacar a estos mismos israelitas en el desierto; ¿y qué ocurrió entonces? ¿Interpuso Dios Su poder en esta ocasión y extendió Su mano como lo hizo en el Mar rojo? ¿Fueron estos enemigos de Su pueblo inmediatamente abatidos y destruidos? No, al contrario, Jehová juró que tendría «guerra con Amalec de generación en generación» (Éxodo 17:16). Asimismo, cuando Israel entró en la tierra de Canaán, el poder de Dios fue manifestado nuevamente de forma memorable. La ciudad de Jericó impedía el avance de los suyos; ¿qué sucedió? Israel no uso un solo arco ni dio un solo golpe: Jehová alzó Su mano y los muros cayeron. Sin embargo, ¡este milagro no se repitió jamás! Ninguna otra ciudad cayó de forma semejante. ¡Todas las demás tuvieron que ser tomadas a espada!
Podrían mencionarse otros muchos ejemplos para ilustrar el ejercicio soberano del poder de Dios. Dios interpuso Su poder y David fue librado del gigante Goliat; las bocas de los leones fueron tapadas y Daniel escapó ileso; los tres jóvenes hebreos fueron echados en el horno de fuego y salieron sin daño ni quemadura. Pero este poder de Dios no siempre se interpuso para liberación de Su pueblo, pues leemos: «Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados» (Hebreos 11:36– 37). Pero, ¿por qué? ¿Por qué estos hombres de fe no fueron librados como los demás? ¿Por qué a aquellos se les permitió seguir viviendo y a éstos no? ¿Por qué había de interponerse el poder de Dios y rescatar a unos y no a otros? ¿Por qué permitió Él que Esteban fuese apedreado hasta la muerte, y luego libró a Pedro de la cárcel?
Dios es soberano en la delegación de Su poder a otros. ¿Por qué dio a Matusalén una vitalidad que le permitió sobrevivir a todos sus contemporáneos? ¿Por qué concedió a Sansón una fuerza que nadie jamás ha podido igualar? Porque está escrito: «Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas» (Deuteronomio 8:18). Pero es evidente que Dios no derrama este poder por igual sobre todas las criaturas. ¿Por qué no? He aquí la única y suficiente respuesta a estas preguntas: porque Dios es soberano y por ser soberano, hace lo que Le place.
Dios es soberano en el ejercicio de Su misericordia. Es necesario que sea así, pues la misericordia está regida por la voluntad de Aquel que es misericordioso. La misericordia no es un derecho del hombre. La misericordia es el adorable atributo de Dios por medio del cual muestra compasión y socorro hacia los desamparados. Sin embargo, bajo el justo gobierno de Dios, nadie es infeliz sin merecerlo. La misericordia se derrama por tanto sobre los desgraciados; estos merecen castigo y no misericordia. Hablar de merecer misericordia es una contradicción de términos.
Dios concede misericordia a quién Él quiere y la retiene según Le parece bien. Una ilustración notable de esta verdad se puede ver en la manera que respondió a las oraciones de dos hombres, hechas bajos dos circunstancias muy diferentes. Se había decretado una sentencia de muerte sobre Moisés por un tan solo acto de desobediencia, y este buscó al Señor para ser perdonado. Pero, ¿fue cumplido este deseo? No; Moisés le dice a Israel: «Pero Jehová se había enojado contra mí a causa de vosotros, por lo cual no me escuchó; y me dijo Jehová: Basta» (Deuteronomio 3:26). Ahora toma nota del segundo caso: «En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte. Y vino a él el profeta Isaías hijo de Amoz, y le dijo: Jehová dice así: Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás. Entonces él volvió su rostro a la pared, y oró a Jehová y dijo: Te ruego, oh Jehová, te ruego que hagas memoria de que he andado delante de ti en verdad y con íntegro corazón, y que he hecho las cosas que te agradan. Y lloró Ezequías con gran lloro. Y antes que Isaías saliese hasta la mitad del patio, vino palabra de Jehová a Isaías, diciendo: Vuelve, y di a Ezequías, príncipe de mi pueblo: Así dice Jehová, el Dios de David tu padre: Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he aquí que yo te sano; al tercer día subirás a la casa de Jehová. Y añadiré a tus días quince años». (2 Reyes 20:1– 6). Estos dos hombres recibieron una sentencia de muerte y ambos oraron al Señor sinceramente para ser perdonados, uno escribió «No me escuchó» y murió; pero al otro se le dijo: «He oído tu oración» y su vida fue perdonada. ¡Qué gran ilustración y ejemplo de la verdad expresada en Romanos 9:15! «Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca».
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