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extensamente en las páginas que siguen; pero de momento, y antes de entrar en detalles, vamos a considerar el hecho del gobierno de Dios sobre los hombres en general.

      Nos vemos confrontados con ciertas alternativas entre las cuales hemos de escoger: Dios gobierna o es gobernado; Dios dirige o es dirigido; Dios hace lo que quiere o lo hacen los hombres.

      ¿Y es difícil escoger entre estas dos alternativas? ¿Diremos que el hombre es un ser tan rebelde que escapa al control de Dios? ¿Diremos que el pecado ha enajenado al pecador, apartándolo del Dios tres veces Santo de tal forma que ahora se encuentra fuera del ámbito de Su jurisdicción? ¿O diremos que, por haber sido el hombre dotado de responsabilidad moral, Dios ha de dejarlo enteramente sin control por lo menos durante el período de su examen? ¿Se desprende necesariamente, por el hecho de que el hombre natural es un proscrito enemigo del cielo y un faccioso que se opone al gobierno divino, que Dios es impotente para cumplir Sus propósitos por medio de él? Lo que queremos decir es, no solamente que Él puede encaminar a bien los efectos de las acciones de los malhechores, ni que traerá a los impíos ante Su tribunal para que se pronuncie contra ellos sentencia condenatoria (pues esto lo creen también muchas personas que no son cristianas); sino que cada uno de los actos del más desobediente de Sus súbditos está enteramente bajo Su control. Más aún, que dicha criatura, sin saberlo, está llevando a cabo los designios secretos del Altísimo. ¿No fue así en el caso de Judas? ¿Es posible escoger un caso más extremo? Por tanto, si aquel rebelde estaba efectuando el designio de Dios, ¿no hemos de pensar lo mismo de todos los demás?

      Nuestro objetivo aquí no es llevar a cabo una encuesta filosófica ni llegar a una conclusión de tipo metafísico, sino cerciorarnos de las enseñanzas de la Escritura sobre este profundo tema. ¡A la ley y al testimonio!, pues solamente allí podemos aprender del gobierno divino: Su carácter, Su designio, Su modus operandi y Su alcance. ¿Qué es, pues, lo que ha agradado a Dios revelarnos en Su bendita Palabra referente a Su control sobre las obras de Sus manos y particularmente sobre aquella que, en su origen, fue hecha a Su propia imagen y semejanza?

      «En él vivimos, y nos movemos, y somos» (Hechos 17:28). ¡Qué afirmación tan impactante! Noten que estas palabras no iban dirigidas a una de las iglesias de Dios, ni a un grupo de santos que hubiera alcanzado un plano de elevada espiritualidad, sino a un público pagano, a los que adoraban al «Dios no conocido» y a los que se burlaban cuando oían hablar de la resurrección de los muertos. No obstante, el apóstol Pablo no vaciló en declarar enfáticamente a los filósofos atenienses, a los epicúreos y a los estoicos, que vivían, se movían y tenían su ser en Dios, lo cual no sólo significaba que debían su existencia y preservación a Aquel que hizo el mundo y todo lo que en él hay, sino también que sus mismas acciones estaban bajo la administración y control del Dios de los cielos y la tierra (cf. Daniel 5:23).

      «Del hombre son las disposiciones del corazón; mas de Jehová es la respuesta de la lengua» (Proverbios 16:1). Observen que esta declaración tiene una aplicación general: se refiere a todo hombre, no simplemente a los creyentes. «El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos» (Proverbios 16:9). Y si Jehová endereza sus pasos, ¿no es prueba de que el hombre está siendo controlado o gobernado por Dios? Asimismo: «Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre; mas el consejo de Jehová permanecerá» (Proverbios 19:21). Es decir, sea lo que sea lo que el hombre desee o planee, después de todo, es la voluntad de Su Hacedor la que se cumple. Tomen por ejemplo el caso del rico insensato. Se nos dan a conocer los pensamientos de su corazón: «También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate». Tales fueron los «pensamientos» de su corazón, sin embargo «el consejo de Jehová» permaneció. Las resoluciones del hombre rico no sirvieron para nada, pues «Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma» (Lucas 12:17–20).

      «Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina» (Proverbios 21:1). ¿Hay algo que pueda ser más explícito? Del corazón «mana la vida» (Proverbios 4:23), «porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él» (Proverbios 23:7). Si el corazón está en manos de Jehová y si Él lo inclina a donde quiere, ¿no está claro entonces que todos los hombres están bajo el control total del Todopoderoso?

      Ninguna limitante debemos poner a lo establecido anteriormente. Insistir en que solamente algunos hombres hacen lo que Dios ha determinado es repudiar también otros textos bíblicos igualmente explícitos: «Pero si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar? Su alma deseó, e hizo» (Job 23:13). «El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones» (Salmo 33:11). «No hay sabiduría, ni inteligencia, ni consejo, contra Jehová» (Proverbios 21:30). «Porque Jehová de los ejércitos lo ha determinado, ¿y quién lo impedirá? Y su mano extendida, ¿quién la hará retroceder?» (Isaías 14:27). «Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero» (Isaías 46:9–10). No hay la menor ambigüedad en estos pasajes. Afirman, en los términos más inequívocos e incondicionales, la imposibilidad de que el propósito de Jehová no se cumpla.

      En vano leemos las Escrituras si no descubrimos que los actos de los hombres, tanto de los malos como de los buenos, están gobernados por Jehová Dios. Nimrod y sus compañeros determinaron erigir la torre de Babel, pero antes de que su obra fuese acabada, Dios frustró sus planes. Dios llamó a Abraham «solo» (Isaías 51:2), pero su parentela lo acompañó cuando dejó Ur de los caldeos. ¿Acaso se frustró la voluntad del Señor? En ninguna manera. Si nosotros atendemos a la narración, nos daremos cuenta de que Taré murió antes de llegar a Canaán (Génesis 11:32); y aunque Lot acompañó a su tío hasta la tierra de la promesa, prontamente se apartó de él, y puso sus tiendas en Sodoma. Jacob era el hijo a quien se había prometido la herencia y aunque Isaac trató de alterar el decreto de Jehová y otorgar la bendición a Esaú, sus esfuerzos quedaron en nada. Esaú juró vengarse de Jacob, pero cuando se encontraron después de la separación, en vez de pelear llenos de odio, se abrazaron con lágrimas de gozo. Los hermanos de José planearon su destrucción, pero sus malos consejos fueron frustrados. Faraón pereció en el Mar Rojo al intentar oponerse a que Israel cumpliera las instrucciones de Jehová. Balac alquiló a Balaam para que maldijese a los israelitas, pero Dios le obligó a bendecirlos. Amán erigió una horca para Mardoqueo, pero fue él quien fue colgado en ella. Jonás resistió la voluntad revelada de Dios, pero ¿en qué pararon sus esfuerzos?

      ¡Ah, los paganos podrán enfurecerse antes esta idea! «¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, Y echemos de nosotros sus cuerdas» (Salmo 2:1–3). Pero ¿acaso el gran Dios es perturbado o estorbado por la rebelión de Sus mezquinas criaturas? No, sino que «el que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos» (Salmo 2:4). Él está infinitamente por encima de todos y las más grandes confederaciones de los hombres, y los preparativos más vastos y enérgicos para derrotar Su propósito son, a Sus ojos, como un juego de niños. Él mira tan fútiles esfuerzos no solamente sin alarma, sino riéndose de la locura de ellos; trata su impotencia ridiculizándola. Sabe que puede aplastarlos como polillas cuando guste, o consumirlos en un momento con el aliento de Su boca. ¡Ah, qué vanidades que los «tiestos de la tierra» (Isaías 45:9) luchen contra la gloriosa Majestad del cielo! Tal es nuestro Dios; adórenle.

      ¡Considera también, la soberanía que Dios ha mostrado en Sus tratos con los hombres! Moisés, quien era torpe de lengua (en vez de Aarón su hermano mayor, quien no lo era), fue el escogido para

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