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de aquellos familiares que viajan por motivo de las Fiestas, desde todos los puntos del país y que por la inminencia de la fecha no nos es posible comunicarles nuestra sanción. Viajarán inútilmente lo que les significará un gran costo económico y lo que es más importante un enorme costo afectivo.”

      “Ud. comprenderá que este régimen atenta contra los más elementales derechos humanos y contra los fundamentales principios de humanidad. Les solicitamos entonces que dé a conocer a la opinión pública la situación por la que estamos atravesando, pues ello contribuiría en gran medida a modificarla. Además aprovechamos esta circunstancia para hacerle llegar nuestros saludos para las fiestas y nuestros deseos de un año nuevo mejor que permita concretar el deseo de nuestro pueblo, la paz y la justicia para todos y la liberación de nuestra Patria.”

      Por pedido expreso de quienes envían esta nota, a través de estas líneas transmitimos su inquietud a autoridades, partidos políticos, legisladores, organizaciones gremiales y otros sectores populares.”

      DIARIO LA ARENA

      *

      El año llegaba a su fin. La realidad de adentro y afuera iba cambiando.

      Adentro, para festejar la Navidad realizamos una peña cantando por la ventana. Nuestros familiares rondaban la cárcel, pero los ánimos estaban caldeados: el ex jefe de Policía, Cáceres Monié, había muerto en un atentado, y el último día del año terminamos tiradas en el piso, protegiéndonos de una fuerte explosión –que supusimos era una granada– lanzada desde el sector donde se encontraba el personal del Servicio Penitenciario Federal.

      Afuera, la represión desarticulaba las organizaciones sindicales, barriales, partidos políticos y toda resistencia organizada.

      Los lazos sociales, de los que éramos parte, iban siendo desintegrados.

      De enero a marzo del 76 una sola noticia llegaba a nosotras con insistencia: el golpe de Estado era inminente.

      Testimonios

       Año 1975

      El “Sótano” Alcaidía de Mujeres de la Jefatura de Policía de Rosario

      “A mediados de 1975 nos encontrábamos encarceladas en un pabellón de la Alcaidía de Rosario un grupo de compañeras pertenecientes a distintas organizaciones armadas y un grupo de compañeras del Partido Comunista y de Vanguardia Comunista. Es sabido que no compartíamos todas las presas políticas la misma visión del período que transitábamos ni de las formas de lucha que encarábamos. Por lo que, a pesar de los esfuerzos mutuos, las relaciones a veces no eran del todo armónicas.

      En agosto del 75 se produjo un hecho trágico que nos precipitó a una decisión insólita. Al cumplirse un nuevo aniversario de los hechos de Trelew, una banda fascista desató una masacre y asesinó a varios miembros de la familia Pujadas claramente como represalia sobre los familiares de uno de los compañeros que había intentado la fuga, Mariano Pujadas. El hecho fue particularmente cobarde ya que asesinaron a personas completamente indefensas, incluso creo que hasta a un niño.

      Cuando leímos la noticia en el diario se generó una inmediata e incontenible indignación unánime. La sensación fue terrible. Sentimos como que a todas nos habían dado un terrible mazazo en lo más querido. Por esos extraños estados de ánimo y de acción que se crean en situaciones impredecibles, el conocimiento de la masacre actuó como un poderoso factor de amalgama. Surgió de inmediato la necesidad de hacer algo. Era incontenible la bronca dentro de nosotras. No sé bien cómo terminó de definirse una propuesta, pero recuerdo que en una rápida asamblea espontánea convinimos, de total acuerdo y sin discusión, ir todas al recreo (muchas compañeras normalmente preferían quedarse en el pabellón) y allí realizar un acto.

      Subimos, entonces, todas juntas. El ala de la terraza en la que disponían nuestro recreo daba precisamente sobre una plaza. Allí, entonces, muy emocionadas y a viva voz para que nos escucharan los transeúntes, hicimos nuestro pequeño homenaje, aquello que podíamos hacer aun encerradas. Denunciamos a los gritos la brutalidad de la masacre, a sus responsables, y pedimos la solidaridad y el pronunciamiento de los que nos escuchaban.

      Lo imprevisto de la situación causó la sorpresa de los guardias que nos cuidaban, que no atinaron a hacer nada en los primeros momentos. De esa forma pudimos explayarnos y hacernos entender por la gente que desde abajo nos miraba y escuchaba.

      Se dio la excelente casualidad de que una columna de obreros, movilizados contra las medidas económicas del gobierno, se desplazaba en esos momentos por delante de la Alcaidía. Cuando vieron el raro espectáculo de estas mujeres asomadas a la terraza, la manifestación se detuvo para escucharnos, y acompañarnos luego con sus respuestas solidarias y entablando con nosotras un diálogo a los gritos.

      Fue enormemente emocionante y esa tarde sentimos que de alguna manera hacíamos saltar las rejas. Ya a esa altura los guardias recibieron las directivas de sacarnos de allí y comenzaron a empujarnos sin demasiado entusiasmo. Creo que ellos también estaban desorientados. Fuimos bajando con cierta resistencia, prolongando nuestro “acto”, explicándoles a los guardias que nos desalojaban qué estábamos haciendo y exhortándolos a diferenciarse de los asesinos, a que no cumplieran órdenes de muerte sobre el pueblo. Bajamos las escaleras en triunfo, con la sensación de algo ganado, de haber podido combatir el dolor y la barbarie aunque fuera con nuestra pequeña denuncia. Ya en el pabellón la excitación era enorme y a nadie le preocupaban las consecuencias. Recuerdo que vi a Laurita con una amplia sonrisa de satisfacción, ella que era bastante reticente para sonreír. Disfrutábamos lo enormemente grato de aquello que se hace en colectivo y en comunión. El asesinato había sellado una unidad distinta e imprevisible, había amalgamado nuestros corazones ese día. Casi siempre, por suerte, las mezquindades propias y ajenas suelen pasar en nuestra memoria al tacho de residuos olvidables y en cambio relucen, ardientes, los mejores momentos de nuestro pasado. Creo que, por esa razón, en mi memoria ha quedado ese día como el más interesante de nuestro paso por el sótano de la Alcaidía.”.

      MIRTA SGRO, ALCAIDÍA DE ROSARIO, AGOSTO DE 1975.

      *

       Traslado de la Alcaidía de Mujeres de la Jefatura de Policía de Rosario a Villa Devoto

      “Aquella calurosa mañana, desde las ventanas del sótano de la Alcaidía de Mujeres de la Jefatura de Policía de Rosario, observábamos que, paralelo a una de ellas, se encontraba estacionado el carro de asalto en el que se llevaban a cabo traslados y otros recorridos. Siempre estaba estacionado en la sombra. En las primeras horas de la tarde ingresaron al pabellón unas celadoras. Una de ellas leyó una lista de nombres de diecinueve compañeras que serían trasladadas “con sus efectos”. Nos despedimos de las compañeras que quedaban sin saber a dónde se nos llevaría. Era muy grande la emoción. Cuando íbamos subiendo al carro de asalto veíamos a través de las ventanitas del Sótano las cabezas de las compañeras que quedaban pegadas a las rejas despidiéndonos y dándonos fuerza y ánimo. El vehículo avanzaba a gran velocidad. Las diecinueve íbamos solas atrás. El calor era agobiante. Una de las compañeras tocó el techo creyendo que habría algún lugar por donde pudiera entrar el aire, pero no lo había. La marcada deshidratación comenzó a hacerse evidente: varias compañeras iban perdiendo el conocimiento. Una de ellas recomendó que nos lamiéramos las manos de manera de devolverles a nuestros organismos algo de la sal necesaria. El carro de asalto se detuvo y el silencio fue total. Sólo se oían pájaros y el ulular del viento. Las que todavía estábamos conscientes comenzamos a golpear la puerta llamando “celadora, celadora”, pero nadie nos respondía. Pasó alrededor de media hora. Finalmente la puerta trasera se abrió. Lo primero que vimos fue, a unos 30 metros de distancia, un avión estacionado. Al mirar alrededor vimos integrarse a la escena personal femenino de la Federal y personal armado del Servicio Penitenciario Federal. Bajamos del carro de asalto y fuimos conducidas al avión con gran violencia. Nos despojaron de relojes, cadenas, anillos, y a nuestros bolsos no los volvimos a ver. Nos acomodaron en los asientos (a mí me tocó del lado del pasillo, esposada

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