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arriesgado –respondió Harris–. Podría ponerlos más agresivos. Lo mejor es intentar no agitarlos aún más.

      –¿Puedo hacer algo para ayudar?

      –Rezar –contestó el guía. Miró a Cal–. Mantén la cabeza gacha y quédate cerca del vehículo. ¿Listo?

      –Listo.

      Cal fue a la caja del Land Rover, donde iban sus mochilas, y pasó por encima de la puerta abatible para bajarse del vehículo. Megan contuvo el aliento. Solo podía ver la cabeza y los hombros de Cal.

      –¡Dale! –le gritó este a Gideon, empujando el Land Rover.

      El conductor pisó el acelerador, pero las ruedas apenas se movieron un par de centímetros, escupiendo barro, antes de que la rueda trasera volviese a hundirse en la zanja.

      Cal maldijo entre dientes.

      –¿Y si probaras a dar marcha atrás? –preguntó.

      –Ya lo he intentado antes; nada –dijo Gideon.

      –He visto que en la caja de la camioneta hay una pala –comentó Cal–. ¿Y si intentamos cavar a lo largo, para hacer un surco por el que pueda salir la rueda que se ha atascado?

      –Mejor no intentarlo –contestó Harris. No estaba mirándolo a él, sino a la manada de búfalos–. Demasiado movimiento podría ponerlos nerviosos.

      Con los rayos de la tormenta, que restallaban en el cielo como látigos, los búfalos estaban cada vez más agitados, resoplando, moviendo la cabeza y piafando. El más grande de la manada, que tenía unos cuernos curvados enormes, se había puesto al frente.

      –¡Intentémoslo otra vez! –le gritó Cal a Gideon–. ¡Dale!

      El conductor pisó el acelerador y Cal empujó con toda la fuerza que pudo, pero no había manera.

      –Necesitamos algo para que se apoye la rueda atascada –dijo Cal jadeante–. No sé, tal vez una piedra que podamos meter en la zanja.

      ¡Una piedra! Megan se acordó del trozo de cemento que había visto en la caja del Land Rover. Podría servir, pero Cal no podría meterlo debajo de la rueda mientras empujaba. Necesitaría a alguien que lo hiciera, y podría hacerlo ella.

      Los búfalos se estaban agrupando tras el líder de la manada, pero Megan se obligó a apartar la vista de ellos y a concentrarse en lo que iba a hacer. Harris y Gideon estaban pendientes de la manada y no la vieron pasar a la caja, pero Cal sí.

      –¿Qué diablos estás haciendo? –le espetó frunciendo el ceño.

      Megan levantó el trozo de cemento.

      –Toma, sujeta esto –le dijo pasándoselo.

      Cal lo tomó, pero cuando la vio pasar una pierna por encima de la puerta abatible para bajar al suelo con él, la increpó:

      –¡Por el amor de Dios, Megan, quédate donde estás!

      –Necesitas que te ayude alguien –le contestó ella, ya en el suelo.

      Le quitó de las manos el trozo de cemento, se arrodilló, con la lluvia chorreándole por el pelo y la ropa, y lo puso contra la rueda atascada, intentando no pensar en los búfalos.

      –Dile a Gideon que vuelva a intentarlo.

      –Está bien, pero ten cuidado; la rueda podría resbalarse hacia atrás y aplastarte la mano. Y si uno de esos búfalos carga contra nosotros, métete debajo del vehículo, ¿de acuerdo? Ahí estarás segura.

      Megan asintió.

      –¿Lista? –le preguntó Cal, poniéndose en posición de empujar.

      –Lista.

      –¡Dale otra vez, Gideon!

      Gideon volvió a pisar el acelerador y Cal empujó con todas sus fuerzas. La rueda atascada se movió unos centímetros, lo justo para que Megan pudiera empujar el trozo de cemento por debajo de ella.

      ¿Bastaría con eso?, se preguntó echándose hacia atrás. Parecía que estaba funcionando, porque la rueda se movió un poco más hacia delante.

      –¡Vamos, un poco más! –masculló Cal sin dejar de empujar.

      Megan se puso a su lado y empujó también. Centímetro a centímetro, el Land Rover avanzó, y fue tomando velocidad poco a poco a medida que salían del barro.

      –¡Sí, señor, lo conseguimos! –exclamó Harris riéndose.

      Cal levantó a Megan y la aupó por encima de la puerta abatible antes de subir detrás de ella. Megan, ya sentada en la caja del Land Rover, se volvió para mirar a los búfalos mientras se alejaban. El líder de la manada había empezado a correr hacia ellos, pero al ver que se iban se paró, resopló, y sacudió la cabeza.

      Cal, que estaba cubierto de barro desde el pelo hasta las botas, como probablemente lo estaba ella, la asió por los hombros y la miró preocupado.

      –¿Estás bien?

      Megan le sonrió.

      –Nunca había estado mejor. ¡Lo logramos!

      –¡Megan, estás loca! ¡Podrías haberte matado!

      La atrajo hacia sí, estrechándola con fuerza contra su pecho, y por un momento Megan se olvidó por completo de Harris y de Gideon. La adrenalina le corría por las venas, y se sentía como la heroína de una película de acción.

      –¡No sé si eres una inconsciente, o la chica más guapa y valiente que he conocido! –exclamó Cal entre risas mientras la abrazaba.

      Entre sus brazos, Megan se sentía segura, y su risa era como una droga. De pronto sintió un impulso inexplicable: quería que la besase, que la besase de verdad.

      Sin embargo, después de cómo había reaccionado la última vez, estaba segura de que Cal no volvería a hacerlo ni en sueños. Por eso, si quería un beso de él, solo había una cosa que podía hacer, se dijo, y dejándose llevar por la euforia del momento le pasó una brazo por el cuello y tiró de él hacia sí para apretar sus labios contra los de él.

      Megan notó que Cal se tensaba, y por un momento se le encogió el corazón, pero él se recuperó rápidamente del shock, porque lo notó sonreír contra su boca antes de que tomara las riendas. Sus labios se fundieron con los de ella, y la besó de un modo tan sensual, que Megan sintió un cosquilleo delicioso entre las piernas.

      El temor aún estaba ahí, adormecido en las profundidades de su conciencia, pero el beso de Cal la arrastró como la marea, y paladeó la dulzura de algo que creía perdido.

      Al cabo, sin embargo, y demasiado pronto a juicio de ella, Cal puso fin al beso.

      –No estamos solos –murmuró en su oído.

      Megan miró hacia delante y se encontró a Harris vuelto en su asiento, mirándolos con una sonrisa divertida.

      –¡Que me aspen! –dijo guiñándoles un ojo–. Ya sabía yo que antes o después acabaríais «entendiéndoos». Solo ha hecho falta una tormenta, una rueda atascada en el barro y una manada de búfalos.

      –Vista al frente, viejo granuja –le dijo Cal con una sonrisa socarrona.

      Cal la ayudó a volver a su asiento antes de hacer él otro tanto, y cuando estuvo sentado de nuevo a su lado le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí.

      El corazón a Megan le latía con fuerza mientras pensaba en el arriesgado paso que acababa de dar. ¿Significaba aquello que estaba recuperándose, o sería simplemente que se había dejado llevar por la emoción del momento?

      Estaba ansiosa por volver a estar bien. Quería vivir sin miedo a las relaciones íntimas, poder volver a hacer el amor, e incluso tal vez casarse y tener hijos; eso era lo que siempre había

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