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      –¿Qué pasa? –le preguntó Dominic sin mucha preocupación.

      Dev lo miró y se le heló el corazón.

      No podían estrellarse. No cuando por fin tenía esa oportunidad de ser padre.

      Llamó por radio y la moral se le bajó más todavía.

      –No hay ninguna pista en Listall –le dijo el controlador–. Ni siquiera hay carretera. King Island es la pista más próxima…

      El motor tosió de nuevo y a él le entró el pánico. Trató de que funcionara de nuevo elevando el morro, pero el motor tosió de nuevo, se paró y volvieron a caer.

      –Esto no va bien –dijo por el micrófono–. Estoy bajando.

      –No puede. Permiso denegado. No hay nada…

      –Dominic, pon la cabeza entre las rodillas y cúbrete la cabeza con los brazos –le dijo a su hijo–. ¡No hay otra opción! ¡Aterrizo!

      Maggie rodeó unas rocas y se quedó helada. El avión había aterrizado en la parte más alejada de la playa. Casi lo había logrado sin daños. Así habría sido si la playa hubiera sido diez metros más larga, pero el aparato se había estrellado contra las rocas del final.

      La cabina estaba casi intacta. Mientras Maggie miraba horrorizada, de ella salió un niño. Debía de tener unos ocho años y llevaba el uniforme de un colegio. Tenía el cabello negro y rizado y estaba pálido de miedo. De la avioneta salía humo y el niño parecía atontado pero ileso.

      Cuando llegó a su lado no tuvo tiempo de consolarlo. Cada vez había más humo.

      –Hay que alejarse de aquí –dijo tomándolo en brazos.

      Si el avión estallaba…

      –¿Quién más hay dentro?

      –Sólo mi ordenador y…

      –¿Y?

      – Mi padre –dijo el niño–. Se llama Devlin Macafferty. Yo soy Dominic Maccafferty. Los dos somos D. Macafferty –añadió.

      –¿Tu padre es el piloto?

      –Sí.

      –Dominic, ¿hay más pasajeros?

      –No.

      –¿Estás seguro?

      –Sí.

      –Buen chico.

      Lo dejó entonces en la arena, fuera de la vista del avión. Rogó que no explotara y añadió:

      –No te muevas. Lucy, quédate –le ordenó a su collie blanco y negro.

      Luego corrió de nuevo hacia el avión.

      Había tanto humo que casi no podía ver nada.

      La puerta del piloto estaba aplastada contra la roca, así que se dirigió al lado por el que había salido el niño. Llenó los pulmones de aire y entró en la cabina.

      El piloto seguía a los mandos. El golpe debía de haberlo dejado inconsciente, pero estaba volviendo en sí. Cuando Maggie lo agarró, abrió los ojos y la miró.

      No cabía duda de que ese hombre era el padre del niño, ya que el parecido era evidente. Tenía sangre en el rostro y el dolor se reflejaba en sus ojos.

      –Tiene que salir de aquí –le dijo ella y tosió.

      Encontró el cierre del cinturón de seguridad y lo soltó.

      –¡Vamos!

      –Pero yo no… yo no…

      El corte que tenía en la frente era profundo. Ella miró y vio que, por suerte, no parecía tener atrapadas las piernas.

      –¿Quién es usted? –le preguntó él.

      No había tiempo para presentaciones.

      –¡Tiene que salir de aquí!

      Entonces él cerró de nuevo los ojos.

      –¡No cierre los ojos! ¡Salga de aquí!

      Tiró de él, pero era demasiado grande. Ese hombre tenía que ayudarla. No podía quedarse inconsciente de nuevo.

      Tiró otra vez, pero él no se movió. Abrió y cerró los ojos de nuevo.

      –El avión está a punto de explotar –gritó ella–. ¡Muévase!

      –Mi…

      –¡Muévase!

      El hombre estaba casi inconsciente. Maggie le rodeó el pecho con los brazos y tiró de él con toda su alma.

      –¡Saque las piernas! –gritó de nuevo–. ¡Ayúdeme!

      Y por fin, logró que se despertara. El hombre reaccionó y sacó las piernas.

      Ya así, ella pudo tirar mejor y pronto lo sacó fuera de la cabina. Por fin, ambos estaban sobre la arena.

      –¡Todavía no está a salvo! –le gritó–. ¡Muévase!

      –¡Mi hijo! Dominic está en…

      –Su hijo está a salvo. Pero vamos a morir los dos si seguimos aquí. ¡Muévase!

      Maggie, desesperada, tiró de él agarrándolo de los cabellos.

      –¡Ay!

      –Le haré más daño si no se mueve.

      Logró ponerlo en pie, le pasó un brazo por la cintura y gritó de nuevo:

      –¡Corra! ¡Su hijo está a salvo, pero tiene que correr!

      Pensó entonces que, tal vez, el hombre tuviera rota una pierna. Pero aun así, tenía que moverse.

      Y, de alguna manera, lo lograron.

      Justo a tiempo, cinco segundos más tarde, el avión explotó.

      Pasaron algunos minutos antes de que pudieran hablar. Dev y Maggie se derrumbaron en la arena. Habían estado muy cerca de… Los rodeaba el ruido del fuego y todo olía a gasolina quemada. Un minuto más y…

      Por fin, Maggie se recuperó lo suficiente como para que le funcionara el cerebro de nuevo. Ahora estaban suficientemente a salvo y el fuego no podía durar mucho. Se levantó y fue a ver al niño. El pequeño estaba mirando fijamente las llamas. Le puso una mano en el hombro y le dijo:

      –Todo está bien, Dominic.

      Lo abrazó protegiéndolo del calor, pero el niño seguía muy pálido.

      –Tú y tu padre estáis bien.

      Miró de nuevo al hombre que había en el suelo. Tenía los ojos cerrados otra vez, pero había corrido. Tenía que estar bien. Le echaría un vistazo, pero primero…

      –Dominic, ¿estás seguro de que no había nadie más a bordo? –le preguntó.

      Ya era tarde, pero si el niño se había equivocado…

      –No –respondió el niño conteniendo las lágrimas–. Pero mi ordenador portátil iba en mi bolsa.

      –Ah, vaya…

      A Maggie le pareció que aquello era demasiado y le resultó muy difícil contener la risa, pero lo logró. Por lo que parecía, para ese niño la pérdida de su ordenador era muy importante, pero si eso era lo único que habían perdido…

      –Seguro que el avión estaba asegurado –dijo–. Así que te podrás comprar un ordenador nuevo.

      –Pero acababa de conseguir el Flight Warrior. Sam Craigiburn acababa de instalármelo en el disco duro y…

      –Iré a ver si tu padre está bien –dijo Maggie decidiendo concentrarse en lo importante.

      Devlin estaba tirado en la arena y, por primera vez, Maggie lo miró

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