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circularon otra clase de chistes que podemos considerar patrióticos. Eran los que comparaban en situaciones, por lo general, extremas a extranjeros de diferentes nacionalidades —no solía faltar un inglés— con un español, que se mostraba más ingenioso, más valeroso o en general dotado de mayores capacidades. Esa clase de chistes no planteaban mayores problemas, pero aquellos cuyo objeto era ridiculizar a Franco, también muy abundantes, había que contarlos en voz baja y en ambientes de confianza.

      Por otro lado, los chistes eran, por regla general, una forma de expresión masculina; lo habitual era que se contaran entre hombres y no entre mujeres, habida cuenta de que estas quedaban más apartadas de la política y desde luego no era adecuado que contasen y ni tan siquiera oyesen los chistes verdes. En materia de sexo la mujer debía ser recatada. Su papel, si era madre, era ordenar a los hijos que fueran cuidadosos a la hora de contar chistes y, cuando ejercían de esposas, advertir a los maridos de lo inconveniente de difundirlos fuera de casa. No se admitía, ni en forma de broma, una crítica contra el Régimen; lo mejor, como opinaba el propio Franco, era mantenerse al margen de asuntos políticos. Se cuenta que en cierta ocasión aconsejaba a uno de sus adeptos en los siguientes términos: «Para evitar problemas, haga usted como yo: no se meta en política». Aunque reúne todos los ingredientes para ser considerado un chiste, la anécdota, al parecer, es real.

      Los chistes en los que Franco era protagonista, al menos aquellos en los que se le ridiculizaba, han sido vistos como una forma de expresión del rechazo a lo que significaba. Hay, incluso, quien considera —en nuestra opinión con notoria exageración— que son uno de los elementos definitorios del Régimen por su persistencia en el tiempo, ya que no fueron algo ocasional o circunscrito a un momento, sino que se mantuvieron a lo largo de todo el franquismo. Los chistes sobre Franco podían tener graves consecuencias si llegaban a oídos inadecuados. Incluso ya en los años del llamado tardofranquismo podían acarrear una sanción o ser causa suficiente para visitar la comisaría o el cuartel de la Guardia Civil.

      Con motivo de la celebración, con grandes fastos, de lo que el Régimen denominó los Veinticinco Años de Paz (1964) se contaba que Franco, en un ardoroso discurso, afirmó: «¡Españoles! ¡Hace veinticinco años, nuestra patria estaba al borde del precipicio, adonde la habían llevado comunistas y masones! Hoy hemos dado un paso al frente».

      Una de las políticas más importantes impulsadas durante el franquismo fue la construcción de grandes obras hidráulicas, principalmente pantanos. Bastantes de ellas estaban planificadas desde mucho tiempo atrás, pero no se habían llevado a cabo. Esos pantanos permitieron poner en regadío grandes extensiones de tierras hasta entonces de secano o simplemente improductivas. Los pantanos se convirtieron en emblema del Régimen: Franco y los pantanos formaban una pareja indisoluble y fueron objeto de numerosos chistes.

      En uno de ellos se presentaba al dictador dormido, introduciendo inconscientemente una de sus manos en la escupidera, que todavía entonces era de uso común para orinar durante la noche, pues no en todas las viviendas existía cuarto de baño. Entre sueños, Franco murmuraba: «¡Españoles, queda inaugurado este pantano!».

      Otro de los chistes más populares de la época, referido también a los pantanos, era el que contaba la inauguración del mar Mediterráneo:

      En 1967 Franco había visitado la enorme presa que se había construido para aprovechar las aguas del Ebro en la localidad aragonesa de Mequinenza, que dio lugar al llamado Mar de Aragón. Estaba particularmente satisfecho con la obra y, finalizada la visita, prosiguió viaje hasta Tarragona, donde estaba previsto que inaugurara la ampliación del complejo petroquímico que allí se había levantado. Tenía que dar un discurso y el estrado dispuesto para la ocasión se encontraba muy cerca de la playa. Podía verse el Mediterráneo desde allí.

      —¡Pueblo de Tarragona, numerosos años de trabajos sin desmayo, en los que se han invertido grandes sumas de dinero, han permitido concluir una obra tan extraordinaria como esta! ¡Una obra que pone de manifiesto nuestro cariño por esta tierra y la adhesión de los catalanes a nuestro glorioso Movimiento Nacional, como revela la muchedumbre que ha acudido a este singular acto!

      El Caudillo se veía continuamente interrumpido en su discurso por los gritos de los tarraconenses que, una y otra vez, coreaban entusiasmados «¡España, España, España!» y «¡Franco, Franco, Franco!». Y continuó:

      —¡Supone para mí una gran satisfacción inaugurar este pantano!

      Un miembro del sequito le susurró al oído:

      —Excelencia, lo que se inaugura es la ampliación de un gran complejo petroquímico.

      Franco lo miró iracundo, enarcando las cejas.

      —¿Entonces qué es esa masa de agua que tenemos delante?

      —Eso es el Mediterráneo, excelencia.

      El rumor que corría acerca de que el Real Madrid era el equipo del Régimen también dio pie a algunos chistes. En los momentos finales del franquismo, cuando eran frecuentes las enfermedades del dictador, se decía que, al despertarse después de haber estado sumido en un profundo sopor, Franco vio a varios de los doctores que formaban parte de su «equipo médico habitual», enfundados en sus batas blancas, rodeando la cama donde se encontraba.

      —¿Quiénes son estos señores vestidos de blanco? —preguntó el Caudillo un tanto sorprendido.

      —Son algunos de los doctores que se encargan de atender debidamente a su excelencia —respondió uno de sus ayudantes.

      Franco permaneció en silencio unos segundos y luego gritó:

      —¡Hala Madrid!

      La Guardia Civil, convertida en el gendarme del Régimen, se caracterizó por los métodos expeditivos que empleaba. Llegado el momento de obtener información de aquellos sobre los que se tenía alguna sospecha, a veces sin fundamento, de haber cometido alguna falta, actuaba de forma contundente. El humor popular también convirtió esa contundencia en una diana para los chistes.

      Fue muy conocido el que presentaba a miembros de la Guardia Civil buscando a un sujeto que había robado en un cortijo unos sacos de aceitunas. Las sospechas se centraban en un individuo que era autor de algunos hurtos y fechoría menores, conocido en la comarca. Había sido conducido al cuartel donde el guardia civil experto en interrogatorios

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