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nos lleva a evaluar el nivel de autoexigencia que estamos teniendo. Así como alguna vez sostuvimos si una persona está angustiada (la angustia vital, mundana-existencial o intrapsíquica), en los tres tipos, intentemos bajar la ansiedad para disminuir los niveles de angustia. Por lo tanto, la intensidad del síntoma también disminuye. La persona se va liberando de la angustia

      El primer paso es ver qué nos sucede, luego, evaluar lo que nos sucede y actuar para liberarnos.

      Compartamos algunos breves comentarios sobre cada uno de estos tres tipos de angustia.

      La angustia vital consiste en el abandono de un refugio para realizarse como persona. Se da normalmente cuando se cambia de etapas en la vida, o en cualquier situación que implique cambio (directa o indirectamente es un traslado psicoemocional hacia algo no experimentado).

      La angustia mundana-existencial tiene que ver con la capacidad de desraizarse. Hay cosas que debemos sacar de raíz. No es simple desprenderse para dar. No es lo mismo, “no me queda otra posibilidad” que “dar por voluntad propia”; esto es fruto de la reflexión. En vez, las personas trabajadas en su interioridad sienten placer al desprenderse.

      La angustia intrapsíquica es aquella alteración del ritmo interior. Se suscita una discrepancia interna. Por eso, cuesta conciliar el ritmo interior cuando al alterarse va cambiando, singularmente cuando se cortan las costumbres.

      Todo es paulatino, todo lleva un tiempo. Somos seres temporales, necesitamos de espacio y tiempo. De lo contrario, se puede generar una “mente dividida”. En el tiempo podemos lograr liberar muchas cosas. Para que la mente logre una cohesión, necesita pasar por estas experiencias; darse cuenta para poder crecer.

      Así como es necesario bajar los niveles de ansiedad para poder disminuir la angustia e incluso erradicarla definitivamente, para bajar las frustraciones y no sentir esa experiencia de caída de la personalidad, es necesario regular los niveles de autoexigencia.

      A la base de todo hay una “situación irritante” o “episodios desagradables” que originan frustración. Por ende, la aceptación o rechazo dependerá del “nivel de tolerancia de las frustraciones”. Hay personas que se anulan no auto adjudicándose el espacio necesario para tolerar la frustración (a nivel afectivo, social, espiritual, económico, ético-existencial, religioso). El poder de Cristo es el que debe salir victorioso.

      Si el nivel de la frustración es elevado, sepamos que debemos pasar por un estadio llamado abatimiento, que por cierto es una experiencia. Lo nodal se halla siempre en la posibilidad de descubrir que en la vida acaecen cosas (condiciones imprevistas) y que hay que aceptarlas con humildad. La persona que se pone en manos de Dios reconoce su finitud.

      La frustración es el producto de cosas malogradas. Hacemos, a menudo, castillos en el aire con nuestra imaginación y agredimos a otros con gestos, palabras y actitudes.

      Muchas veces, observamos una discordancia entre lo que la imaginación elaboró y lo que la realidad es. La realidad es lo que es, no tal cual nosotros la imaginamos. Por eso, es importante no darle prevalencia a nuestra imaginación casi como ensombreciendo la realidad. La imaginación puede ser útil en tanto Don de Dios, pero puede ser destructiva en tanto genera fantasmas, los cuales son imágenes irreales. Cuando surgen ciertas expectativas en las personas, desean que las cosas se realicen según sus mentes le ordenan. Esto no es bueno. Conviene evaluar si lo imaginado se adecua a la realidad o no. Tratemos de estar en consonancia con la realidad, aunque ésta sea dura. Dios mitiga todas las asperezas de la vida…

      Al elevar el nivel de tolerancia de la frustración (aceptamos nuestros límites) vamos a salir airosos.

      Desde una óptica de la espiritualidad católica, es recomendable someterse a la disciplina. La disciplina interior ayuda a elevar el nivel de tolerancia, ayuda a confrontarse con las realidades tal cual son, ayuda a que las frustraciones no salgan victoriosas. Si no aprendemos a aceptar las frustraciones diarias que muchas veces son el efecto de una imaginación que obró mucho con fantasmas y no con realidades, descubramos que estamos en un error. Lo primero que hay que hacer es leer la realidad, no nuestra imaginación que muchas veces está insuflada por el ego.

      La disciplina interior hace que uno se adiestre en relación a cómo poder vivir estas limitaciones.

      Resguardemos la mente conforme al Evangelio de Jesucristo. Con su ayuda, en el Nombre de Jesús, lograremos la voluntad de Dios, tal como nos lo propone en el Padre nuestro.

      Nos preguntamos, nos respondemos:

       En la sintomatología histérica se halla implícita una tendencia, una voluntad de enfermedad, una “huida en la enfermedad”, “una intención de enfermedad”, una “simulación”, un “defecto de la conciencia de la salud”.

       ¿Qué modalidades histéricas bajo estos posibles nombres adviertes en tu conducta?

       Denominaremos histéricas preferentemente aquellas formas de reacción psicógena en las cuales hay una tendencia a la ficción, que utiliza mecanismos instintivos, reflejos y otros preformados biológicamente. ¿Cuáles son tus tendencias a la ficción, hoy, a la edad que tienes?

      “Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor;

      que el Señor, nuestro Dios, haga prosperar

      la obra de nuestras manos”.

      Salmo 90, 17

      3ª Predicación: “La histeria III”

      “Por qué te quedas lejos, Señor,

      y te ocultas en los momentos de peligro?”.

      Salmo 10, 1

      En el retiro anterior, tuvimos la oportunidad de evidenciar dos puntos destacados sobre la histeria: a) el aspecto de conjunto de la enfermedad; b) los síntomas que con mayor frecuencia se presentan.

      Revisemos el primero brevemente. “La histeria es un modo anormal de reacción ante las exigencias de la vida”. Nos referimos a la autoexigencia como madre de las frustraciones. Y concluimos que lo que enviste a la enfermedad en forma delineal, es la sintomatología bajo la forma de agresión, un sentimiento peyorativo hacia los demás y hacia uno mismo. Esto nos da la pauta del carácter de anormalidad. Nunca está demás recordar que una patología es entendida como tal debido a la insistente perdurabilidad del síntoma. Tampoco dejamos de lado la influencia del estado de angustia que asecha a la enfermedad, razón por la cual les propuse seguir un proceso que podemos sintetizar en ver, evaluar y actuar.

      Muchos han sido los autores que optan por distinguir entre el histerismo y la simulación. Como sostuvo Bleuler: “El simulador quiere aparentar enfermo: el histérico, serlo”. Puede ser que el histérico simule conscientemente algo de su enfermedad, pero lo que le hace histérico es su simulación inconsciente. Si intentamos ver el aspecto contradictorio que se da en el histérico, podría afirmarse que solamente lo inconsciente del histérico es consciente de la simulación. Su “Yo consciente” está convencido –en muchos casos al menos– de la realidad de su enfermedad y de la gravedad de sus sufrimientos y disgustos.

      Al preguntarnos ¿Qué síntomas orgánicos presentan ordinariamente los histéricos? Podríamos sintetizar de la siguiente manera:

      a. Lesiones nerviosas: parálisis, convulsiones, contracturas musculares, etc.

      b. Aumento de manifestaciones orgánicas, hipertrofiándolas, esto es: el componente neurótico sirve a manera de caja de resonancia que amplifica los dolores o dificultades que el síntoma –un ligero golpe, por ejemplo– crearía en condiciones normales.

      c. Los síntomas de excitación nerviosa llevan en ocasiones a provocar el “ataque histérico” (por ejemplo, muecas, estado de rigidez, el arco de círculo apoyándose en la cabeza y los talones es frecuente; son movimientos descoordinados; a veces se suman los “estados crepusculares” (se llaman así a los estados de seminconsciencia).

      Evidentemente,

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