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se encogió de hombros.

      —Suelo encender una vela para que nos dé suerte y todo salga bien, pero no se me ha ocurrido traerla.

      Ella chascó la lengua, pensando deprisa, dejó su móvil junto al freno de mano y puso un vídeo de Internet en el que se veía una llama oscilar en la oscuridad.

      —A veces es bueno improvisar —le dijo, comprensiva—. Mira el vídeo e intenta relajarte un poco.

      —Gracias.

      —Es un barrio humilde —agregó la actriz—. Eso va a funcionar muy bien, es como con la lotería: cuando cae en un bar de curritos o en una ferretería, todo el mundo se alegra. Piensa en eso, piensa que le vas a cambiar la vida a esa chica. Es una Cenicienta.

      —Una Cenicienta de barrio —arguyó Óscar.

      —¿La elegiste por eso? Porque te ofrecieron unos cincuenta perfiles, ¿no?

      Óscar giró la cabeza y le increpó, guasón:

      —¿Tú qué eres, una periodista infiltrada?

      Ella se rio, coqueta.

      —No soy periodista, soy curiosa y, no sé, algo tuvo que llamarte la atención para elegirla a ella, ¿o lo hiciste sin pensar?

      —No fue sin pensar, me gustó su perfil y la canción que puso como favorita, Caída libre.

      Ella tardó un poco en reaccionar, pero continuó con el interrogatorio:

      —Por lo que me han dicho, todos tenían una canción tuya como favorita y esa la tenían varios, así que no fue en eso en lo que te fijaste, ¿fue por la foto?

      Óscar le siguió el juego, convencido de que era parte de un guion que a él no le habían pasado.

      —Me fijé en los ojos, la sonrisa y la… personalidad, que es lo mismo en lo que me fijo cuando conozco a alguien —confesó, esperando que fuese suficiente información—. Elegí otras dos personas más como posibles candidatas y mandamos tres ofertas con los trayectos que pedían. Ella fue la primera que dijo que sí… Y su perfil era el más ingenioso, así que me alegré, espero que tenga una gran personalidad, que haga el viaje muy divertido.

      —¿Gran personalidad quiere decir «grandes tetas»?

      Los dos dedos índices de Óscar dieron forma a un cuadrado invisible en el aire.

      —Eres muy cuadriculada. Piensa fuera de la caja, por favor. Yo pienso en almas, no en cuerpos.

      La actriz tardó un poco en contestar y, como si le estuviesen dictando las palabras, porque así era, contrarrestó:

      —Eso no suena a pensar fuera de la caja, suena a pensar fuera del armario.

      El comentario malicioso no molestó a Óscar, estaba acostumbrado a que cuestionasen su sexualidad en las entrevistas, precisamente porque nunca se había pronunciado al respecto y jugaba cómodamente con la ambigüedad.

      Aquella mujer y el mundo entero podían pensar lo que quisiesen, a él no le importaba.

      —El día que me metan en una caja o en un armario, llámalo como quieras, será para incinerarme. —Señaló el fuego de la imagen en el teléfono y propuso—: Vamos a centrarnos en esa llama y a relajarnos un ratito, ¿te parece?

      Óscar se concentró en la vela virtual y se sobresaltó al escuchar una risa ajena por el pinganillo, lo llevaba en la oreja izquierda como en los conciertos y estaba tan acostumbrado a él que ni lo notaba.

      —Cuñao, no se te ve nada relajao —bromeó Pepe.

      Óscar se llevó instintivamente la mano a la oreja del pinganillo y masculló:

      —Lo estaba consiguiendo hasta que me has gritado en el oído.

      La actriz lo miró confusa y él le dijo por señas que estaba hablando con el equipo de realización, como si no fuese consciente de que posiblemente los guionistas le habían estado dictando a ella lo que tenía que decir, todo el tiempo.

      La productora, Supravision, tenía fama de disfrutar de las polémicas. No habían empezado el viaje y ya estaban buscando carnaza.

      Óscar chascó la lengua y se dijo que, de seguir en ese plan, no iban a llegar ni a la primera gasolinera con él dentro del coche.

      —Queda media hora para que conozcas a tu víctima inocente —continuó Pepe—, tenemos tiempo de sobra para dar los últimos retoques y, por ejemplo, borrar esa arruguita que te acaba de salir entre las cejas. Madre mía, esperemos que se te quite la cara de mala leche pronto, con esos pelos das miedo.

      —No sé, a lo mejor no ha sido una buena idea participar en el programa.

      —Mascarada lo va a petar en la parrilla de programación, he estado viendo las bromas que ya han grabado y hay gente muy famosa metida en el ajo. —Pepe tenía guardado un as en la manga para tenerlo de nuevo a bordo del plan al cien por cien si le entraban dudas de última hora. La manera más fácil era despertar su curiosidad y elevar sus expectativas, primero con el programa y después con la víctima—. Y he estado investigando sobre tu Cenicienta. Es profesora de Música, está soltera y, aunque sus redes sociales son privadas, unos alumnos la grabaron cantando y lo subieron a sus cuentas en abierto, etiquetándola. Tiene una voz bonita, muy armoniosa. ¿Quieres verlo?

      Él asintió, Pepe le mandó el enlace del vídeo al móvil y lo abrió al momento.

      La Srta. Albaricoque salía de lejos sobre el escenario del que posiblemente sería el salón de actos de un instituto. La imagen era borrosa y no se escuchaba bien porque los alumnos gritaban y jaleaban, animándola. Estaba tocando una versión de una canción de Pink Floyd con un ukelele y cantaba de un modo muy dulce.

      El vídeo no duraba más de treinta segundos, pero fue suficiente para hacer que desapareciese la arruga de la frente de Óscar.

      —Ahora dame un buen plano —le instó Pepe. Óscar levantó el pulgar hacia el espejo retrovisor del parabrisas—. Perfecto. Atiende, una docena de cámaras vigila cada uno de tus movimientos y, a la que te acabas de dirigir, es la principal. Es la que mejor plano te da, úsala bien. Las otras son más para captar planos detalle… Y te aviso desde ya, como tengas una erección no va a ser un detalle que aquí les pase por alto.

      Óscar se puso la mano derecha sobre la bragueta del pantalón y apretó como si fuese una bocina, justo antes de mostrarle el dedo corazón con la izquierda.

      —¿Esto lo ves bien, cuñao? —le provocó.

      Los dos se rieron.

      —Córtate un poco. Sé tú mismo, pero no demasiado.

      Óscar se llevó las manos a la cabeza, cerró los ojos y rogó:

      —Échame un cable y recuérdame por qué estamos aquí.

       Pepe respiró hondo y soltó de corrido las principales razones por las que habían aceptado la propuesta de la productora:

      —Te has metido en este embolao porque vamos a sacar un disco nuevo y esta publicidad es impagable, porque nos van a dar mucha pasta para unas cuantas ONG que se lo merecen mucho y porque va a ser divertido y una experiencia inolvidable.

      —Muy divertido. —Óscar lo repitió para convencerse—: Una experiencia única e inolvidable.

      —¡Sobre todo si a tu fan le da un infarto cuando te quites la máscara y vea que eres tú el que ha estado a su lado todo el tiempo! A lo mejor se mea encima de la emoción, como esa pobre que te pidió un autógrafo en el aeropuer…

      —¡No me estás ayudando! —se quejó Óscar.

      —Ok, perdona. Piensa en lo que tú vas a ayudar a esa pobre profesora de Música que no tiene ni para comprarse una guitarra de verdad y va por la vida con un triste ukelele. ¡Le van a pagar muy bien y la vas a hacer muy feliz! Por mal que se lo hagamos pasar primero.

      —Y

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