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de leucocitos se aceleraba cuando los alimentos se cocinaban por encima de cierta temperatura: 87º en el agua, 70º en ciertas frutas, 97º en verduras y oleaginosas.

      Kouchakof también notó que el fenómeno se atenuaba mezclando en la ingesta alimentos crudos y levemente cocidos, pero esta combinación no atenuaba el efecto al combinar alimentos crudos con aquellos cocinados a elevadas temperaturas.

LEUCOCITOSIS POST PRANDIAL Trabajo del Dr. Kouchakof, publicado en 1930 Los valores expresan leucocitos por mm3
Momento de la ingesta Alim. Cocido Alim. Crudo
Antes de la ingesta 7.000 7.000
5 minutos después 8.000 7.000
10 minutos después 10.000 7.000
30 minutos después 14.000 7.000
120 minutos después 7.000 7.000

      Tal como indicaba Kouchakof, esta activa y recurrente solicitación del sistema inmunológico, reaccionando ante alimentos cocidos ( una ligera leucemia cotidiana), desvitaliza el cuerpo y disminuye la capacidad defensiva del organismo, haciéndolo más vulnerable a infecciones. Pese a la importancia del trabajo y sus conclusiones, el estudio de Kouchakof pasó totalmente desapercibido en su momento y quedó en el total olvido. Incluso el investigador ruso no alcanzó a identificar y reconocer cual era la sustancia, obviamente sensible al calor y responsable de tal reacción orgánica: las enzimas.

      No creemos en el objetivo de la longevidad a cualquier costo, creemos sí en la digna vida centenaria como consecuencia de haber entendido quiénes somos y que estamos aquí para evolucionar, resolviendo problemas. De eso se trata todo esto, de ser mejores personas y más conscientes. Y el conocimiento puede ayudarnos a transitar este sendero. Retomando el ejemplo del automóvil, es como si utilizamos un vehículo diseñado para 200.000 km y lo rompemos a los 100.000… Habrá quienes se consuelen diciendo que otros lo rompen a los 70.000, lo cual suena al “consuelo del tonto”. Seremos tan o un poco menos “tontos” que los demás, pero “tontos” al fin.

      Lo evolutivo es usar y administrar correctamente el vehículo hasta completar, en buen estado, los 200.000 km previstos por sus diseñadores. Si nuestro cuerpo está diseñado para vivir 140 años y gozar de una tercera dentición al trasponer la centuria… ¿ es para festejar la actual expectativa de vida de 70 u 80 años , argumentando nuestra superioridad sobre quienes apenas llegan o llegaban a los 50?

      Pruebas sobre la longevidad existen y han existido en distintas latitudes geográficas y en diferentes etnias. Es el caso de ejemplos relevados en Abkhasia, Caucaso, costa este del Mar Negro (ex URSS, actual Georgia). Entre otros, allí se certificó el caso de Shirali Misilimov, que falleció a los 168 años y había sido padre a los 136 años. También hay mucha documentación sobre el Valle de Hunza, ladera occidental de los Himalayas (entre Pakistán y China), donde la población centenaria es frecuente. Tampoco podemos olvidar a los resistentes tarahumaras, del estado de Chihuahua (Méjico). Otros lugares con poblaciones longevas son Ogimi, Isla de Okinawa (Japón) y más cerca nuestro, el Valle de Vilcabamba (Ecuador).

      Como hemos visto, Arturo Capdevilla [11] puso en evidencia que antes del “descubrimiento”, los indígenas americanos eran saludables y longevos. Sorprendidos por el hallazgo, los españoles comenzaron a buscar la misteriosa “fuente de la eterna juventud” que justificara tamaña población centenaria. Capdevilla demuestra la relación entre la longevidad indígena y sus hábitos de vida fisiológicos, y la correlación del cambio alimentario impuesto por los conquistadores con los “nuevos” problemas de salud que azotaron y aun castigan a nuestro continente.

      Es obvio que frente a una experiencia sin antecedentes, como nuestro modernismo, no podemos valernos de dogmas o viejos paradigmas. Tal como dijera Einstein, no podemos esperar cambios si continuamos haciendo lo mismo. Como vimos, tiene poco sentido decir que el hombre es omnívoro o carnívoro. Sería más correcto decir que echamos mano a ciertos alimentos para sobrevivir y que luego, por distintas circunstancias y pese a poder optar, quedaron en nuestro bagaje cultural. En este contexto podemos hacer una analogía con la tragedia de Los Andes, cuando se precipitó el avión con deportistas uruguayos. Los jugadores de rugby pudieron sobrevivir haciendo canibalismo, cosa que también hacían algunas tribus africanas. Pero ¿ eso nos permite expresar que el hombre es antropófago?

      Nuestra fisiología, nuestros órganos digestivos, nuestros fluidos gástricos, nuestras enzimas… todo sigue siendo de frugívoros, como el chimpancé, con el cual compartimos el 99% del genoma. Por tanto se hace necesario visualizar todo esta problemática en perspectiva, investigarla con mente abierta y crear nuevas formas de abordarla, relacionándola con aquello que sabemos sobre nuestra fisiología, único punto en común con nuestros ancestros evolutivos.

      Pero más allá de las evidencias que aporta la fisiología comparada, deberían bastar las innumerables constataciones y remisiones que se logran mediante el empleo de una alimentación fisiológica, reconstructiva y vitalizante. Claro ejemplo de todo esto son centros internacionales de salud, como por ejemplo el Instituto Wigmore (Puerto Rico), el Tree of Life (Arizona, EEUU) o el Instituto Gerson (San Diego, EE - Tijuana, Méjico - Budapest, Hungría). En estos casos, la base terapéutica son los alimentos crudos y fisiológicos.

      Resulta evidente es que todo aquello que nos aleje de la normalidad, es fruto de un accionar incorrecto. Nuestro estado natural es la ausencia de enfermedades, el buen nivel de energía, la vitalidad, la alegría, la curiosidad… todas características de una vida saludable, plena y longeva. Muchos podrán argüir que el alimento no lo es todo y que también el ser humano moderno está expuesto como nunca al efecto de contaminantes ambientales. Lo cual es verdad; pero también es cierto que el organismo, en condiciones normales, tiene sobrada capacidad de “metabolizar” y drenar dichas sustancias .

      El problema actual es la carencia de funcionalidad depurativa, a causa del cotidiano y abundante ensuciamiento alimentario, que colapsa las funciones de eliminación. Como evaluaremos luego, es inmensamente superior la carga tóxica alimentaria, en relación a la carga de contaminación ambiental. Esto ocurre porque los alimentos más ensuciantes son los más utilizados; los consumimos 5 veces por día, los 365 días del año.

      Por

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