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esta experiencia es tan reciente en términos evolutivos, que no hubo tiempo de generar los necesarios cambios en nuestra fisiología corporal. Y por tanto no podemos hablar de normalidad. Es como considerar “normal” al canibalismo, porque ciertos grupos sobrevivieron gracias a sus pares.

      El ser humano está inmerso en un proceso evolutivo y de aprendizaje. Simplificar, pensando que antes todo era mejor, es poco sensato. Es cierto que en el pasado no había problemas tecnológicos y el hombre tenía acceso a alimentos más puros y naturales. Pero también había carencias, excesos y desconocimiento.

      Las antiguas escuelas griegas, egipcias, chinas e hindúes, y luego la vieja escuela naturista, tuvieron conceptos claros respecto al tratamiento de los problemas de salud. Enfermedades y pandemias no son exclusividad de nuestro modernismo . La longevidad y la buena calidad de vida no era moneda corriente y se limitaba a pocas personas, a ciertas culturas y a determinados estratos sociales.

      La historia recoge, tanto testimonios de pueblos con baja expectativa de vida, como de etnias que superaban regularmente la centuria en óptimo estado. Generalmente la bonanza económica nunca iba de la mano con la salud y la longevidad . Incluso hay algo nuevo que estamos experimentando como especie. Es algo sin precedentes y con terribles consecuencias: la moderna alimentación industrializada.

      El polifacético Arturo Capdevila (poeta, dramaturgo, narrador, ensayista, abogado, juez, profesor de filosofía y sociología, historiador), además de sobresalir en tan exigentes y variados ámbitos, dejó un legado increíblemente válido y preclaro, en un espacio del conocimiento del cual no era originario, pero al que enriqueció con su talento.

      Elogiado y reconocido por su intensa actividad literaria, irónicamente el trabajo científico de Arturo Capdevila ha sido inversamente resistido e ignorado . Tal vez por la ausencia de pergaminos formales en el campo de la salud y la nutrición. Tal vez porque estaba demasiado adelantado a su época. Tal vez porque sus enunciados desafiaban al saber establecido y los dogmas imperantes. Tal vez porque aceptar sus fundamentadas verdades lesionaba demasiados intereses y obligaba a cambios profundos. Tal vez por la suma de todos estos factores. Seguramente hoy los cerebros están más abiertos y los tiempos maduros para valorar su evolucionado mensaje.

      Si bien al término “prandiología” lo acuñó el Dr. Jacinto Moreno, fue sin dudas Arturo Capdevila quien lo fundamentó y difundió como propio, con particular ahínco. Originado del vocablo latino “prandium” (comida importante del día), el concepto de “ prandiología” está relacionado al efecto dieto-patogénico del alimento. Capdevila lo relaciona adecuadamente con el aforismo “ cada uno ingiere la enfermedad que padece”, no dejando lugar a dudas de que la salud o la enfermedad del ser vivo (hombre, animal, planta) es un efecto de su nutrición, coincidiendo con el hipocrático “que el alimento sea tu medicina”.

      Como historiador y sociólogo, su riguroso análisis de la América precolombina y de aquello que ocurrió luego de la conquista, cobra un gran valor, convirtiéndose en una evidencia incontrastable [6] . Antes de la conquista, los indígenas americanos eran saludables y longevos. Sorprendidos, los españoles comenzaron a buscar la misteriosa “fuente de la eterna juventud” que justificara tamaña población centenaria.

      En las distintas latitudes, había un común denominador en la dieta de los pueblos originarios: frutas, verduras, raíces, semillas, pescados y algún que otro pequeño animal salvaje. Bebían leches vegetales obtenidas a partir de yuca, mandioca, maíz o cocos. Consumían un pan de mandioca que cautivó a los españoles, pues lo hallaron más rico y digerible que el pan de trigo que traían del Viejo Mundo. No existían los corrales de cría, ni los cuadrúpedos proveedores de carne o leche . Búfalos o cebúes formaban parte de la fauna salvaje y los pobladores indígenas no hacían uso de ellos en su alimentación.

      Pero con el segundo viaje de Colón llegaron “ vacas, caballos, ovejas, cabras, porcinos y asnos”. Animales habituados a la parquedad de la vegetación hispana, encontraron aquí exuberancia de pasturas y alimentos, lo cual estimuló su rápida reproducción. Valga el dato anecdótico que aporta la obra de Capdevila, refiriendo que “una sola vaca dio lugar a 800 reses en apenas dos décadas de espontánea multiplicación”. O aquella referencia que sitúa el inicio de la proficua ganadería argentina, a partir de 7 vacas y un toro que ingresan al país en 1540, procedentes de Andalucía.

      Y con los cuadrúpedos de interés pecuario, los españoles trajeron los conceptos del corral y del ordeñe, que implantaron rápidamente junto a otros elementos culturizantes de dudosa significación, como el trigo, la lechería , la codicia y la avidez por los metales preciosos. A través del cautivante capítulo “Testimonio zoológico de América”, Capdevila demuestra la relación indisoluble entre el shock provocado en los indígenas por los violentos cambios alimentarios introducidos y las primeras epidemias virales americanas (Santo Domingo en 1518 y Méjico en 1527).

      En el imaginario colectivo, quedó aquello que las epidemias habían sido rápidamente contagiadas por los conquistadores, frente a una inexistente inmunidad por parte de los nativos. Si así hubiese sido, no habrían pasado tantos años hasta llegar a la pandemia. Y otro dato valioso que aporta el autor: los chamanes nativos, diestros en cuidar la salud de su pueblo y en resolver sus problemas (fracturas, heridas, infecciones intestinales), no sabían cómo abordar los problemas de vías respiratorias (clásico efecto del consumo lácteo y caldo de cultivo de las afecciones virales) pues era un problema inexistente para ellos. Hasta que llegaron las vacas y las cabras y los ordeñes y los cambios alimentarios.

      También Capdevilla explica y relaciona la cuestión de la fiebre amarilla, aparecida por primera vez en el puerto de Cádiz en 1700, exonerando al mosquito como responsable y reubicando prandiológicamente las cargas sobre el chocolate, que rápidamente se difundió a través de los puertos europeos, al igual que la también llamada “peste portuaria”. Irónicamente los nativos americanos disfrutaban de su bebida energética (cacao, agua y vainilla) sin acusar malestar alguno. Pero los europeos decidieron “mejorar” el producto, combinándolo con leche y azúcar, haciéndose ávidos consumidores y padecedores del consiguiente colapso hepatobiliar, al que llamaron “peste”.

      Y así continúa Don Arturo enhebrando esta apasionante relación de hechos, que explica de modo renovador y holístico, el verdadero origen causal de enfermedades humanas y animales (sífilis, brucelosis, tuberculosis, rabia, cólera), directamente relacionadas a la cultura del corral y del ordeñe. Y sobre todo con la productiva pero nefasta propagación de la “moderna” estrategia veterinaria (siglo XIX) de alimentar antinaturalmente los rodeos con derivados lácteos y comida procesada .

      Somos las primeras generaciones que nos vemos enfrentadas a una experiencia inédita y fugaz en el proceso evolutivo del ser humano. Por tanto, estamos obligados a comprender en profundidad lo que nos está ocurriendo globalmente, a fin de bucear en nuevos abordajes que nos brinden soluciones coherentes, efectivas y evolutivas . Al referirnos a la América precolombina, cinco siglos pueden parecer mucho tiempo; sin embargo veremos que son lapsos exiguos en el contexto evolutivo humano.

      Estimativamente, hace unos 5 millones de años [7] aparecen los homínidos sobre la faz del planeta y allí se inicia un largo camino evolutivo que nos conduce hasta nuestros días. En semejante proceso, ¿qué puede ser considerado lejano o fugaz? ¿ Qué es antiguo o moderno? Por cierto, resulta difícil visualizar

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