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Vivir abajo. Gustavo Faverón
Читать онлайн.Название Vivir abajo
Год выпуска 0
isbn 9788415934813
Автор произведения Gustavo Faverón
Жанр Языкознание
Серия Candaya Narrativa
Издательство Bookwire
George W. Bennett (Portland, Maine, 1963). Hijo de un agente secreto americano encubierto como oficial de la Aviación Naval y de una antropóloga paraguayo-americana. Estudió la primaria en Bangor, Maine, la secundaria en Brunswick, en el mismo estado, y el primer año de universidad en Bowdoin College, también en Brunswick. En 1980, después de que el cuerpo de un hombre muerto a cuchilladas fuera hallado en el sótano de su casa (su padre confesó el homicidio, aunque es probable que se haya inculpado para proteger al hijo), huyó del país por la frontera con Tijuana. Pasó una década en una cárcel subterránea en Asunción, Paraguay, de donde salió tras la caída del régimen de Stroessner. Vivió bajo identidades falsas en Buenos Aires, Córdoba y Coronel Pringles, en Argentina; en Valparaíso, Santiago, Iquique y Pisco, en Chile, y en Lima, Perú. Se le atribuye una muerte en cada ciudad. Tras su último homicidio, perpetrado en Lima en setiembre de 1992, no se volvió a saber de él, excepto por una película colgada de modo efímero en un canal de YouTube en el año 2005. Se dice que vive bajo un alias en Guatemala. (Encyclopedia of American Romantic Killers. Gus Fowley Partridge. Savannah: Ursa Minor Press, 2013).
Diario, 23 de agosto de 2015
Me he puesto en contacto con Gus Fowley Partridge, con el objetivo de confirmar si ambas reseñas biográficas, las únicas que he encontrado en estos veintitrés años, corresponden a la misma persona. También para averiguar si mantiene algún tipo de contacto con George Bennett. Las respuestas, como supuse, han sido sí a la primera pregunta y no a la segunda. Ha querido saber a qué se debe mi interés. Le he contado parte de la historia. También le he dicho que tengo todas las películas que George filmó en su vida. Como era de esperarse, ha mordido el anzuelo y me ha pedido una entrevista: quiere ver las películas. Quiere que le cuente todo lo que sé sobre George. Fowley vive en Savannah. Ha dicho que puede venir a Boston la próxima semana. Le he explicado que la entrevista no puede ser en mi casa pero que las películas, en cambio, solo las puede ver aquí. No ha parecido comprender (ya entenderá). Después de colgar, he buscado en mis libretas de 1992 las cosas que escribí sobre George. He arrancado algunas páginas que no quiero que vea. A los fragmentos que le daré les he añadido una que otra frase explicativa, enmiendas, muchos borrones.
Libreta 1. Octubre de 1992
… Llega a Lima el 3 de enero de 1992. En julio es el secuestro. Después vienen las torturas. En setiembre, el final. A principios de octubre comienzo a investigar…
… Viene desde Chile, a bordo de un autobús que ha tomado en alguna ciudad no lejos de la frontera. Baja en una estación de La Victoria. Lo ven entrar y salir de hotelitos miserables. Alto, tripudo, de pasos largos. Lleva una máquina de escribir en un estuche. Se sienta en bancas en parques color tierra, al pie de estatuas. Redacta documentos, dibuja planos. Trae bluejeans, zapatones de montañista, un guante en la mano derecha, un gorro azul con una B roja en la frente. Entra y sale por compuertas y garajes; entra y sale de edificios en ruinas, excavaciones. Se reúne con malvivientes en descampados. Acude a citas en casas vacías. Las paredes le dicen nombres. Divisa mensajes escritos en alcantarillas. Vaga entre bares, se detiene en las esquinas, la gente se lo queda mirando: él observa, enumera. Cruza una avenida del orfanato al manicomio, otra del malecón al colegio militar. El cielo se abre, él lo mira…
… En Lima, nadie sabe su nombre ni qué hace ni por qué está en la ciudad. En huariques de Barranco toma de pie. Vigila un agujero del Centro. Camina con extrema rapidez por callejuelas de Lince y Jesús María. Se sienta en el atrio de una iglesia en Barrios Altos. Acude a burdeles pero no habla con nadie. Repudia a las prostitutas. Obsesivamente mira un vaso de whiskey. Tiene veintinueve, treinta años. Espectral, el sol lo quema [es pálido como su padre]. Anda con un mapa en las manos y encuentra los sitios que le interesan. Por ejemplo, los cineclubes: va de noche. Los chicos de San Marcos y la Católica lo ven, se preguntan quién es. Circulan rumores, como pasa siempre en Lima. Él mira la calle Colina desde una mesa en un tugurio. El hielo hace clic, clac. Hay edificios con ventanas rotas, esquirlas de vidrio en las veredas, tanquetas en las pistas, camiones con infantes de Marina, tranqueras y barricadas. Pero la gente circula alrededor como si no viera nada. Yo, por ejemplo: nunca veo nada…
… En Miraflores encuentra un hostal para mochileros en la esquina de Alcanfores y Cantuarias. Él lleva diez días en Lima la mañana en que la mujer de la recepción, que se llama Rita Moreno, como la actriz, lo ve arrastrar los pies por el túnel entre espejos de la recepción. Ojeroso, seco, una sombra de barba, la boca grande, entreabierta. Camina cabizbajo. Le parecerá divertida, a ella, su pinta de gringo estrafalario. Le hará gracia su cara anacrónica de niño. Pero no sabe qué pensar, Rita Moreno, cuando él coloca sobre el mostrador dos pasaportes americanos y le pide que escoja uno. Ella duda pero acepta el juego. Sonríe, se pasa dos dedos de uñas turquesas por la mejilla, elije un pasaporte al azar. Él abre el otro, le echa una mirada, lo guarda en su mochila. Dice: entonces llámame George. Ella ladea la cara, abre más la sonrisa, le pide que llene un formulario. Él firma: George Walker Bennett. Más abajo, donde está escrito domicilio permanente, apunta una dirección en Paraguay: el sótano de un edificio en la avenida Juscelino Kubitschek, en Asunción. Le dice a Rita Moreno que quiere dormir en un cuarto compartido, de camas-camarote. Un cuarto lleno de extraños, es lo que dice. Ella responde que tiene muchos cuartos así pero que están vacíos. George coge la llave y sube la escalera…
… Cuando no anda de ronda por las calles de Lima, lee y escribe.
Escribía en una máquina que parecía de juguete y que, cuando la guardaba en su estuche, parecía un acordeón para niños, me dice Rita Moreno. Y lo que escribía eran cartas, porque al terminar doblaba los papeles y los colocaba en sobres de correo.
Un gordo en la oficina postal de Petit-Thouars lo ve todas las mañanas. Está de pie junto a la puerta antes de que abran la oficina, somnoliento, bostezando, legañoso. (El gordo, no él. Él llega minutos después, hace cola, despacha su carta). Rita jura haber leído más de una vez el dorso de esos sobres, en el restaurante del hostal, después del desayuno.
El nombre del destinatario también era George Bennett, dice Rita: se enviaba cartas a él mismo, a una especie de cárcel-manicomio en Estados Unidos.
Diario, 24 de agosto de 2015
… George se fue de Maine a los dieciocho, cuando le faltaban semanas para acabar la secundaria. La historia de sus padres es oscura, angustiante, implica tijeras. Toda su infancia la pasó en la misma casa, en la calle McKeen, en Brunswick, dos horas y media al norte de Boston. En la casa había un sótano y en el sótano estaba la colección de tijeras de su padre. La colección de cámaras antiguas y la colección de libros de poesía estaban en el ático de la cochera. En el ático nunca murió nadie pero en el sótano sí: un muchachito apuñalado en 1980. Durante la década siguiente, viajó por los países en los que alguna vez vivió su padre. Después llegó a Lima…
Libreta 1. Octubre de 1992
… Pasa horas de cuclillas bajo los puentes de la Vía Expresa. Estudia a los pordioseros. Algunos muladares le causan sobresalto. Otros lo imantan como un abismo. Come en puestos de mercado, da vueltas alrededor del Estadio Nacional. Un día se queda mirando a unos niños que juegan fútbol en la explanada de Occidente. Huérfanos, piensa: tienen padres pero son huérfanos…
… Lleva una mochila de excursionista, de la que saca una cámara. Según unos, es una Leica obsoleta y oxidada; según otros, una Instamatic, igualmente obsoleta y oxidada. Retrata hospicios, palacetes republicanos, un osario de carros desbaratados junto al Cuartel San Martín, casuchas malparadas, letras desprendidas de avisos de neón,