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un escalofrío–. No pasa nada.

      Juliette se apartó medio paso y le dedicó a la organizadora de la boda una sonrisa tirante.

      –No queremos atraer la atención sobre nosotros. Este es el fin de semana especial de Lucy y Damon, no el nuestro.

      –Gracias por ser tan comprensivos.

      Celeste se despidió de ellos agitando la mano y se marchó a recibir a otros invitados que entraban en la terraza.

      Juliette miró a Joe.

      –Tengo que hablar con Lucy. Se va a agobiar si piensa que no estoy cómoda con esta situación. No quiero estropearle la boda.

      –Entonces finge que estás bien. No es tan difícil.

      Juliette clavó la mirada en él.

      –Para ti es fácil decirlo, señor, «no muestro emociones».

      Joe se encogió de hombros y se giró para mirar a los invitados que estaban saliendo a la terraza.

      –Eso no significa que no las tenga –el tono de su voz tenía una vibración que Juliette no le había escuchado nunca antes.

      Frunció el ceño y se mordió el interior del carrillo. Joe siempre se mostraba distante y apartado. Era como una isla empinada y rocosa por la que ella daba vueltas continuamente buscando un lugar donde echar el ancla.

      Los ojos de Joe se encontraron con los suyos de un modo que hizo que le temblaran los rodillas.

      –Este fin de semana podríamos aprovecharlo para darnos la oportunidad de arreglar algunos de nuestros asuntos. No en presencia de otras personas, sino cuando estemos a solas.

      «Cuando estemos a solas».

      Juliette tenía que hacer todo lo que estuviera en su mano para no quedarse a solas con él. El único momento en el que quería estar a solas con Joe era para entregarle los papeles del divorcio.

      –No creo que nuestros asuntos se puedan solucionar en un fin de semana, Joe. Ni en toda una vida.

      –Tal vez, pero al menos deberíamos intentarlo. Yo lamento el modo en que manejé nuestra relación.

      ¿Se lamentaba? Juliette no quería oír hablar de sus supuestos remordimientos. Ya tenía bastante con los suyos propios. Sabía que Joe solo se casaba con ella por obligación, y aun así se había casado con él. Había estado allí para ella con sus condiciones, no con las de Juliette. Había sido un matrimonio visto y no visto que estaba condenado desde el principio.

      Estar con él ahora le recordaba lo tonta que había sido.

      Había sido una tonta al creer que el bebé los uniría, que ayudaría a Joe a enamorarse de ella. Quería que él la amara. ¿Acaso no era ese el sueño de toda chica? Si Joe la hubiera amado, la habría hecho sentir mejor respecto a cómo se habían conocido. Habría absuelto algo de la culpa que sentía respecto a sus propios sentimientos. Se había dejado llevar por el deseo. Así de sencillo. Seguía sintiendo deseo por él, y debía pararlo.

      Tenía que dejar de alimentar ese fuego que ardía dentro de ella.

      Juliette le lanzó una mirada glacial.

      –No hay nada que puedas decir que me haga desear retomar nuestra relación. Nada. Así que no te hagas ideas locas de que este fin de semana vaya a arreglar por arte de magia lo que no estaba bien desde un principio.

      Se acercó un camarero con una bandeja de bebidas, y Juliette agarró una copa de champán. Era muy consciente de que Joe estaba a su lado y su brazo rozaba el suyo mientras él también agarraba una copa.

      –¿Me has oído decir que quiero que volvamos a estar juntos? –en su tono había un sarcasmo que hirió su orgullo femenino.–. Eso es lo último que deseo.

      Juliette le dio otro sorbo a su copa de champán y luego miró las burbujas que quedaban.

      –Me alegra saberlo.

      Porque eso era bueno, ¿verdad? Joe no quería nada. Ella no quería nada. Entonces, ¿por qué sentía una opresión en el pecho y como si le faltara el aire de los pulmones?

      Juliette parpadeó rápidamente para aclarase la visión, súbitamente nublada. Sentía la garganta cerrada, como si se hubiera atragantado con el tapón de corcho de una botella de champán.

      Joe dejó escapar un largo suspiro y se acercó de nuevo a ella, poniéndole la mano en el hombro. La ira había desaparecido de su mirada, reemplazada por un ceño profundamente marcado.

      –Te pido disculpas por haber sido tan brusco, pero lo hecho, hecho está y no se puede deshacer.

      Juliette hizo un esfuerzo por recuperar la dignidad y se pasó la mano por el vestido, como si estuviera quitándose una mota de polvo imaginaria.

      –Creí que estábamos de acuerdo en no tocarnos –dijo con tono áspero y mirada fría.

      –Demos la bienvenida al novio y a la novia –la voz alegre de Celeste sonó con fuerza y el cuarteto de cuerda acompañó a Lucy y a Damon cuando entraron en la terraza entre los aplausos de los invitados allí reunidos.

      La presión de los otros invitados, que se arremolinaron para ver mejor, hizo que Joe pegara el hombro al de Juliette para dejarles espacio. Juliette empastó una sonrisa en la cara mientras le daba un codazo repentino a Joe en las costillas. Él soltó un gruñido que le resultó más sexy de lo tolerable y una oleada de calor le recorrió la piel. Joe le pasó el brazo por la cintura y la atrajo hacia sí con gesto posesivo. Juliette bajó la mirada a su mano izquierda, que descansaba en su cadera, y vio la alianza de boda. El anillo que la reclamaba a ella como suya. Era consciente de cada punto de contacto, como si su cuerpo estuviera programado para reconocer su tacto. Aunque tuviera los ojos vendados, seguiría sabiendo que era él.

      Lucy y Damon se acercaron del brazo con una sonrisa de oreja a oreja. Estaban rodeados por un aura de felicidad y Juliette deseó que le cayera alguna brizna. ¿Por qué ella no pudo encontrar el amor eterno?

      –Oh, Dios mío, no puedo creer lo que ven mis ojos –dijo Lucy dándole un abrazo tan fuerte a Juliette que casi le hizo derramar la copa de champán–. ¿Qué está pasando? No me digáis que vosotros dos…

      –No –el tono estridente de Joe contribuyó a subrayar la palabra, lo que provocó otro puñetazo gratis en el autoestima de Juliette. Joe dejó caer el brazo de su cintura y añadió–, hubo una confusión con la reserva y estamos intentando ponerle las cosas fáciles a Celeste.

      –Ah, bueno, entonces…espero que no sea un problema que tengáis que compartir habitación –dijo Lucy con ojos brillantes.

      –Ningún problema –Juliette mantuvo las facciones bajo control, pero no pudo evitar que las mejillas se le sonrojaran.

      Damon sonrió y estrechó la mano de Joe.

      –Quién sabe cómo puede terminar un fin de semana en Corfú, ¿verdad? Estamos encantados de teneros aquí a los dos para compartir nuestro día especial con nosotros.

      –No me lo habría perdido por nada del mundo –dijo Joe con una sonrisa enigmática.

      Tras unos instantes, Lucy y Damon fueron a saludar a otros invitados, y Juliette se llevó la copa a los labios y la apuró.

      –Ningún problema compartir la habitación contigo… ¿quién iba a imaginar que se me daría tan bien mentir?

      Joe tenía una expresión extraña en el rostro.

      –Como he dicho, podríamos aprovechar este fin de semana para solucionar lo nuestro y poder seguir adelante.

      Juliette alzó las cejas y lo miró con recelo.

      –¿Y cómo propones que hagamos eso? ¿Eh? ¿Un beso y tan amigos? Gracias, pero no.

      Joe agarró su copa vacía y la dejó en la balaustrada de piedra cercana.

      –Sería

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