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satisfecha al hacerlo. Saber ahora que estaba haciendo algo por los demás estaba muy bien, pero, ¿y ayudarla a ella en el peor momento de su vida? Juliette había estado sola en la tumba de su hija. Había llorado sola una y otra vez.

      –No lo entiendo. Dices que has donado dinero, y conociéndote, seguro que ha sido una gran cantidad. Pero no has visitado su tumba ni una sola vez desde el funeral.

      Joe apretó los labios.

      –Las tumbas no son lo mío. Prefiero rendir homenaje de otra manera.

      Cada semana, cuando Juliette visitaba la tumba de su hija, esperaba que Joe hubiera dejado flores, alguna tarjeta o un juguete. Pero nunca había nada. No podía entenderlo y no podía perdonarlo, a pesar de su generosidad hacia otros. Joe viajaba a Londres por trabajo con frecuencia, ¿qué le hubiera costado pasarse por el cementerio y llevar unas flores o un peluche? ¿O no quería que nada le recordara a su bebé ni a su matrimonio roto?

      –¿Querías evitar encontrarte conmigo?

      No pudo contener el tono acusatorio de su voz. Joe la miró con expresión indescifrable. Parecía que tuviera las facciones esculpidas en piedra.

      –¿Con qué frecuencias vas?

      –Todas las semanas.

      –¿Te ayuda en el proceso de duelo?

      Juliette exhaló un suspiro de frustración.

      –Nada ayuda a eso. Pero al menos no siento que la estoy ignorando.

      –¿Es eso lo que crees que hago yo?

      Juliette alzó la barbilla en expresión combativa.

      –¿Me equivoco?

      Joe volvió a aspirar con fuerza el aire y giró la cabeza para observar la vista. Tenía una postura rígida y tensa, como si se mantuviera recto gracias a unos cables de acero invisibles.

      –No hay una manera correcta de vivir el duelo, Juliette. Lo que me sirve a mí, puede no funcionar para otra persona –hablaba con los dientes apretados. Volvió a meterse las manos en los bolsillos traseros.

      –¿Y tu proceso de duelo funciona?

      Joe se giró y la miró con expresión adusta.

      –¿A ti qué te parece?

      Juliette ladeó la boca y apartó la mirada. El problema estaba en que no sabía qué pensar. Joe nunca se había comportado como ella esperaba. No había expresado con palabras lo que ella quería escuchar ni había hecho lo que le hubiera gustado que hiciera. Su relación había estado basada en el sentido del deber de Joe hacia ella y el bebé, así que cuando perdieron a su hija no había motivos para que estuvieran juntos. Él no le había dado un buen motivo para continuar con su relación. No había expresado ningún sentimiento hacia ella. Aunque tampoco había sucedido a la inversa. Juliette había sido incapaz de expresar nada más aparte de un profundo dolor, que con el tiempo se había convertido en rabia.

      Juliette recuperó la compostura y se volvió hacia él.

      –Creo que en el fondo te alivia que ya no tengamos ninguna razón para estar juntos.

      Joe apretó las mandíbulas de manera casi imperceptible.

      –Dejemos esa conversación para más adelante. Estamos en la boda de nuestros amigos, ¿recuerdas?

      Y sin decir una palabra más, se dio la vuelta y la dejó con la única compañía de la brisa del mar.

      TRAS el breve ensayo de la boda, Joe charló de naderías con algunos de los miembros de la comitiva nupcial, pero tenía la mente clavada en Juliette. Seguía buscándola entre la gente y experimentaba una sensación de tirantez en el pecho cada vez que veía su cabeza castaña entre los asistentes.

      Había pensado con frecuencia en ir al cementerio inglés en el que estaba enterrada su hija, pero siempre se echaba atrás. Su padre lo había llevado a rastras a la tumba de su madre el día de su cumpleaños hasta que era un adolescente. Había sido una forma de tortura estar allí frente a la lápida sabiendo que él había sido la causa de que su madre estuviera allí enterrada. Todos sus deseos, plegarias y esperanzas no lograrían devolver la vida a su madre ni a su hija. No habría visitas, flores o tarjetas que pudieran deshacer lo hecho. Siempre le había parecido que la manera que tenía su padre de llevar el duelo era un proceso destructivo. Joe había elegido una salida distinta, una manera constructiva de procesar su dolor recaudando dinero para la investigación que podría salvar vidas y, sin duda, relaciones.

      Pero ahora, al tocar a Juliette, que estaba a su lado, al aspirar aquel aroma que le despertaba la sangre y le aceleraba el pulso, no podía evitar preguntarse si cabría la posibilidad de que saliera algo positivo de su situación. La química seguía allí, tan eléctrica y ardiente como siempre. La química explosiva que había dado inicio a su relación era en lo único que podía apoyarse para volver a impulsarla. Sentía su tirón como una fuerza invisible que lo atraía hacia ella. Tuvo que meterse las manos en los bolsillos para evitar abrazarla. No podía estar en la misma habitación que Juliette sin desearla. Maldición, no podía estar en el mismo país sin que ardiera en el deseo de estrecharla entre sus brazos.

      Juliette se giró y lo miró desde el otro extremo de la terraza ahora iluminada por la luz de la luna y Joe sintió un pellizco en el corazón. Era mona más que una belleza clásica, pero seguía teniendo el poder de dejarlo sin aliento. Sus ojos azul verdoso le recordaban a un mar tormentoso envuelto en sombras cambiantes. Tenía el cuerpo esbelto de una bailarina y una elegancia natural de movimientos. Y una piel pálida, pero con varias pecas salpicadas por el puente de la nariz respingona. Sus labios eran de un rosa sensual que atraían su mirada una y otra vez como un imán. Joe fue consciente con una punzada de cuánto echaba de menos su sonrisa luminosa como el sol. No aquellas sonrisas que fingía cuando era necesario, sino una genuina que le iluminara el rostro y los ojos.

      Juliette volvió la mirada hacia la pareja mayor que estaba a su lado, los padres de la novia. Pero Joe se dio cuenta de que no estaba realmente implicada en la conversación. Seguía mordiéndose el labio inferior y jugueteando con el cierre del bolso como si estuviera deseando que la velada llegara a su fin.

      Y pronto terminaría y estarían solos en la suite.

      El cuarteto de cuerda estaba tocando piezas de baile, y varias parejas estaban bailando en la terraza. Joe recordó la primera vez que había bailado con Juliette, cómo se había movido con él a un ritmo tan natural como si llevaran años haciéndolo.

      Hacer el amor había sido lo mismo.

      Tras una aventura de una sola noche, ambos siguieron sus caminos por separado, pero Joe no había sido capaz de sacársela de la cabeza. Joe tenía compromisos en Italia y otro proyecto en Alemania, pero no había dejado de pensar en ella. Y entonces, de repente, Juliette le llamó y le dijo que estaba esperando un hijo suyo. La noticia le había impactado. Habían utilizado protección, pero el destino había decidido entrar en el juego y crear una nueva vida. Una vida que no había durado lo suficiente para tomar una sola bocanada de aire.

      Joe dejó escapar un largo suspiro cuando aquel dolor familiar se apoderó de su pecho, como cada vez que pensaba en su hijita. Se culpaba por no haber estado allí cuando Juliette se puso de parto antes de lo esperado. Tal vez si hubiera estado allí para llevarla al hospital, las cosas podrían haber salido de manera distinta. Había muchas cosas que le hubiera gustado hacer de otra manera.

      Joe se abrió paso entre la gente para unirse a ella y la tomó de la mano.

      –¿Quieres bailar?

      Se había imaginado que aquella era una manera legítima de poder tenerla entre sus brazos. Y lo que era más importante, evitar así que bailara con alguien más.

      Parecía que Juliette estaba a punto de negarse, pero entonces se encogió de hombros sin mirarlo a los ojos.

      –Claro, ¿por qué no?

      Joe

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