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una estrategia preventiva similar. De haberlo matado, el caos subsiguiente habría facilitado el acceso de Ferrar a su habitación y equipaje… y al portarrollos. No le habría salido bien, pero Ferrar no podía saberlo. En cualquier caso, Del estaba seguro de que, de no haber sido por la rapidez de pensamiento y acción de la señorita Duncannon, seguramente estaría muerto.

      Eran casi las siete de la tarde, y noche cerrada. La luna se arropaba en unas gruesas nubes. Las luces del carruaje brillaban en la gélida oscuridad mientras los cuatro caballos alcanzaban el macadán de la carretera y alargaban el paso.

      Del pensó en el resto del servicio doméstico de ambos, que viajaban con el equipaje en dos carros abiertos, lo único que Cobby había podido alquilar en tan poco tiempo.

      Por lo menos se habían puesto en marcha.

      También sabían que Larkins, y seguramente Ferrar, estaban cerca, persiguiéndolos. El enemigo se había descubierto.

      —No entiendo —habló Deliah—, por qué insistió en no informar a las autoridades —hablaba en voz baja, casi engullida por el sonido de los cascos de los caballos. Era evidente que solo deseaba comunicar su insatisfacción al hombre sentado a su lado—. Bowden dijo que había pagado el cristal, y que había insistido en que no se hablara más del incidente —esperó un instante antes de proseguir—. ¿Por qué?

      Ella no se volvió hacia él. El interior del carruaje era un mar de sombras móviles y Deliah no veía lo bastante bien como para poder interpretar la expresión de coronel que, ya se había dado cuenta, solo mostraba en su rostro lo que quería que se reflejara.

      El silencio se prolongó, pero ella siguió esperando.

      —El ataque guarda relación con mi misión —murmuró Del al fin—. ¿Sería capaz de describir al hombre de la pistola? Serviría de gran ayuda.

      Lo que ella había visto a través de la ventana estaba grabado en su mente.

      —Era un poco más alto que la media, llevaba abrigo oscuro, nada elegante, pero de una calidad aceptable. Cubría la cabeza con un sombrero oscuro, pero pude ver que su pelo era muy corto, casi rapado. Aparte de eso… no tuve mucho tiempo para fijarme en todos los detalles —dejó pasar unos segundos antes de preguntar—. ¿Sabe quién es?

      —Su descripción encaja con uno de los hombres implicados en mi misión.

      —Su «misión», sea cual sea, no explica por qué se negó a alertar a las autoridades y denunciar el acto delictivo, y mucho menos por qué estamos huyendo en medio de la noche, como si nos hubiésemos asustado —Deliah no sabía mucho sobre el coronel Derek Delborough, pero no le parecía de los que huían.

      —Era lo correcto —contestó él en un tono aburrido y de superioridad.

      —Ya —ella frunció el ceño, sin muchas ganas de que dejara de hablar. El coronel tenía una voz grave, segura, y su tono, el de alguien acostumbrado a mandar, resultaba extrañamente calmante. Después de los acontecimientos del tiroteo, seguía nerviosa, inquieta—. Aunque no quisiera llamar la atención, de todos modos… —hizo una mueca.

      Del desvió la mirada a la oscuridad del paisaje. La había estado mirando, había visto la mueca, había visto fruncirse esos labios… y sentido una casi abrumadora necesidad de hacerle callar.

      Cerrando esos labios fruncidos con los suyos propios.

      Y así descubrir lo suaves que eran, descubrir su sabor.

      ¿Ácidos o dulces? ¿O ambas cosas?

      Aparte de por el público sentado enfrente de ellos, Del estaba bastante seguro de que si cediera a su tentación acabaría con, al menos, una bofetada. Probablemente dos. Pero tenerla sentada a su lado, las caderas a menos de tres centímetros de las suyas, los hombros rozando ligeramente su brazo con cada balanceo del carruaje, el calor de su cuerpo impregnando su costado, era una tentación a la cual su cuerpo estaba respondiendo desvergonzadamente.

      La búsqueda de la Cobra Negra lo había consumido durante meses, sin dejarle tiempo libre para retozar con ninguna mujer, y había pasado aún más tiempo desde que había estado con una inglesa, y nunca con una fierecilla de la índole de la señorita Duncannon.

      Nada de lo cual explicaba por qué de repente se sentía tan atraído hacia una bruja con labios por los que la más experimentada cortesana vendería su alma.

      Del borró de su mente la voz, su incansable, persistente, insistencia y se centró en el pesado ritmo de los cascos de los caballos. Abandonar Southampton a toda velocidad había sido lo correcto, a pesar de ir en contra de sus principios. De haber llevado la carta original, la necesidad de mantenerla lejos de las garras de Ferrar habría aplastado cualquier inclinación de iniciar una cacería.

      Si se hubiese quedado para pelear, si hubiese intentado encontrar a Larkins, incluso denunciado a Ferrar a las autoridades, este habría supuesto que no estaba tan preocupado por el contenido del portarrollos que llevaba. Y entonces Ferrar habría desviado su atención, y la de sus hombres, hacia los compañeros de Del.

      ¿Iban los demás por delante de él o todavía no habían llegado a Inglaterra?

      Con suerte Torrington y Crowhurst lo sabrían. Les había dejado una breve nota con Bowden.

      Dada la hora, y el creciente frío, y que más de la mitad de los pasajeros viajaban a la intemperie, no iban a ir muy lejos. De momento, el objetivo era Winchester.

      Rezó para ser capaz de resistirse a los impulsos que le provocaba esa mujer que no dejaba de parlotear a su lado, al menos el tiempo suficiente como para llegar a esa localidad.

      El Swan Inn de la calle Southgate resultó lo bastante bueno para sus necesidades.

      La señorita Duncannon, como era de esperar, refunfuñó cuando él se negó a alojarse en el Hotel Pelican, más grande.

      —Somos muchos, y allí es más probable que encontremos alojamiento.

      —El Pelican está hecho mayormente de madera.

      —¿Y?

      —Sufro un irracional miedo a despertar en una casa en llamas —los hombres de la Cobra Negra eran conocidos por emplear el fuego para obligar a salir de su escondite a aquellos a quienes perseguían, sin pensar lo más mínimo en quienes podrían verse atrapados en el incendio. Mientras se bajaba del carruaje frente al Swan, Del echó una ojeada al edificio y se volvió para ayudar a bajar a su carga—. El Swan, sin embargo, está hecho de piedra.

      Deliah aceptó su mano y bajó del coche, deteniéndose para contemplar la posada antes de mirarlo a él sin expresión alguna.

      —Paredes de piedra para el invierno.

      Él levantó la vista hacia el tejado, donde varias chimeneas escupían humo.

      —Chimeneas.

      Ella soltó un bufido, se levantó las faldas y subió la escalera hasta el porche, entrando por la puerta que sujetaba abierta el posadero, que se inclinaba al paso de toda la comitiva.

      Antes de que Del pudiera ocuparse de todo, lo hizo ella, deslizándose hacia el mostrador y quitándose los guantes.

      —Buenas noches —el posadero se colocó tras la recepción—. Necesitamos habitaciones para todos, una grande para mí, otra para el coronel, cuatro más pequeñas para mis empleados, y dos más para los suyos, la doncella del coronel puede alojarse con la mía, en mi opinión será lo más sensato. Y ahora, todos queremos cenar. Sé que es tarde, pero…

      Del se detuvo detrás de ella, Deliah lo sintió claramente, y oyó toda la retahíla de órdenes, indicaciones e instrucciones, emitidas sin ninguna pausa. Podría haber intervenido para tomar el mando, y esa había sido su intención, pero dado lo bien que se le daba a la dama organizar a toda la comitiva, no parecía tener ningún sentido.

      Para cuando el equipaje estuvo descargado y llevado al interior, el posadero ya había resuelto el tema de las habitaciones, dispuesto un salón

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