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Necesitamos universidades donde se dialogue más, donde los docentes guíen y acompañen, como bien lo inspira Tomás de Aquino.

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      De lo innecesario a lo fundamental

      En este momento del acaecer educativo somos muchos los que con afán buscamos encontrar soluciones reales a problemas específicos. Uno de los principales obstáculos, sin embargo, —heredero del esnobismo reinante en gran parte de la ciencia actual, y más aún en las humanidades— es querer encontrar soluciones en “nuevos descubrimientos”, en desdeño constante por otras investigaciones y experiencias pasadas, que no son necesariamente caducas, pero a las que se les mira siempre con recelo e incluso con desprecio. En este sentido, en dirección contraria al citado esnobismo, algunos hemos pensado que la solución puede estar en tener la capacidad de retornar a las características fundamentales de la educación, pero sin tradicionalismos, como parte del paisaje que las instituciones deben adoptar para poder garantizar pertinencia y futuro. Hace unos años leí en algún lugar una metáfora que puede iluminar y dar sentido a esa tesis:

      El maestro de zen y sus discípulos comenzaron su meditación de la tarde. El gato que vivía en el monasterio hacía tanto ruido que distrajo los monjes de su práctica, así que el maestro dio órdenes de atar al gato durante toda la práctica de la tarde. Cuando el profesor murió años más tarde, el gato continuó siendo atado durante la sesión de meditación. Y cuando, a la larga, el gato murió, otro gato fue traído al monasterio y fue atado durante las sesiones de práctica.

       Siglos más tarde, eruditos descendientes del maestro de zen escribieron tratados sobre la significación espiritual de atar un gato para la práctica de la meditación.1

      Esta corta historia muestra lo que la tesis enunciada quiere decir. Muchas veces hacemos cosas y las incluimos como un activo importante de nuestras tradiciones, aunque estas no tengan mucho sentido. Nuestras instituciones están cargadas de este tipo de “tradicionalismos”; procesos, leyes y normas que en algún momento se hicieron para resolver un tema inmediato que simplemente continuamos aplicando con la disculpa de la prevención o porque se hizo costumbre. ¿Cuántas cosas innecesarias hacemos en nuestras universidades? ¿Cuántas cosas que no tienen sentido ni agregan valor a las instituciones? Pues bien, habría que entrar en la lógica de rediseñar y ajustar los procesos con el propósito de acabar con los tradicionalismos que hacen rígidas, pesadas y paquidérmicas nuestras instituciones. Deberíamos cambiar ese lenguaje coercitivo: “que si no hacemos esto o aquello el Ministerio nos va a castigar” o “que las cosas simplemente no pueden ser así solo porque acá nunca las hemos hecho así”. En un universo cambiante, la capacidad de adaptación se convierte en la habilidad más importante para las instituciones. La cuarta revolución industrial nos está mostrando desafíos muy grandes, que implican cambios profundos2 y un retorno a lo realmente fundamental. ¿Será que si seguimos como vamos con nuestros tradicionalismos, podremos adaptarnos completamente?, ¿qué va a pasar con las universidades que no comprendan los desafíos de la educación?, ¿seguiremos formando con modelos educativos que simplemente no se adaptan a las personas de hoy? De nuestra capacidad para transformar nuestros entornos, nuestras formas, de revisar nuestros comportamientos internos y de entender que el liderazgo no es una confrontación entre los tradicionalismos y lo se debe hacer, dependerá que nuestras relaciones con el entorno sean más cálidas, mucho más arriesgadas y desafiantes.

      Una universidad de calidad no puede existir simplemente para acreditarse, esta debe ser una condición básica, más que una meta debe convertirse en un medio. No puede ser que se tomen más en serio, dentro de la formación profesional, las competencias en uso de aplicaciones y herramientas que van surgiendo, que los contenidos mismos de las diferentes áreas del conocimiento, solo porque las universidades no tienen el valor de comprenderse en el contexto, y de entender que hay diferencias certeras y claras entre la forma y la materia. Estar “actualizado” no es solamente ir al ritmo de los tiempos, es también poder tomar perspectiva, posición y a veces, incluso, oposición. La enjundia del saber no está en el medio, no está en la manera. Cuánto rigor académico en investigaciones serias se nos está yendo de los contenidos programáticos de las materias, solo porque ahora todo lo encontramos en cursos en línea masivos y abiertos (MOOCS, según su nombre en inglés), o en diversas plataformas donde la lectura crítica no es algo fundamental. Estamos pasando por un momento coyunturalmente álgido, si no se hace nada, la cuenta de cobro será muy grande y cuando nos demos cuenta, se habrá avanzado años luz y será muy difícil retomar el rumbo. No sigamos amarrando gatos cuando estos ya no maúllan.

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      La universidad que soñamos

      Las universidades se deben transformar. ¿Cómo hacerlo? Soñando. Muy difícilmente una universidad se puede transformar si antes no se permite soñar. Es tan simple como complejo. La universidad que soñamos es abierta, es un lugar donde los vigilantes no exigen carné, está diseñada para ser “la universidad de todos”, un lugar tanto para los de 8 como para los de 80 años. Una universidad para la gente, crítica e independiente, que deje de estar ausente en el proceso social del país. Soñamos con una universidad que genere placer y bienestar. El placer de enseñar y el bienestar para aprender. Soñamos con una universidad para la vida colectiva, sin distinciones ni discriminaciones. Una planta física sostenible y robusta tecnológicamente. Con una fuerte plataforma digital y con un currículo inteligente donde cualquier persona pueda acceder a las clases sin necesidad de estar matriculado.

      Soñamos con una universidad multilingüe. Con un proceso de responsabilidad social claro, pertinente para las regiones, cercana a los sectores empresarial, político y social. Queremos una universidad que sea un espacio de convergencias de sectores sociales. Una universidad abierta e integrada a la sociedad. La universidad que soñamos debe ser el centro de las relaciones región-mundo. Debe ser humanista y entender que el ser es lo más importante. Queremos que permanentemente esté en función del cambio, esto la haría más dinámica, menos estática. Queremos una universidad en donde la comunicación sea asertiva, orientada al servicio, con un fuerte énfasis en la arquitectura institucional, con posicionamiento a nivel internacional por su oferta. Soñamos una universidad reconocida por su carisma inspirador, innovadora y por lo mismo disruptiva, creativa, con un liderazgo que no confunda, que sea adaptativa y global, esto es, fortalecida localmente y pensada globalmente.

      Queremos una universidad que motive el trabajo colaborativo, que sepa simplificar sus procesos y que agregue valor. Queremos que el valor sea consecuencia de las personas; un valor que sepa integrar los conocimientos de la gente y sumarlos a sus habilidades. Con esto garantizamos los estándares de la calidad educativa; sin embargo, lo que soñamos que debe multiplicar y hacer elevar de manera exponencial nuestras instituciones es la actitud de las personas. Una actitud inspiradora, orientada al servicio, desinstalada para permitir que otros se instalen. Una actitud consecuencia de entender que quienes trabajamos en la universidad respondemos a la vocación de educar. Una actitud de personas felices por estar en la universidad, dispuestas a asumir riesgos; que sepan llegar a las regiones sin timidez, con alegría, con la ternura suficiente para mover su corazón hacia los más débiles, dispuestas siempre a escuchar; libres, ya que este es uno de los principios fundamentales de nuestra humanidad; fuertes, pues estos sueños se hacen con la fortaleza que nace del amor de las personas. Soñamos con una universidad en donde lo que fue descartado en el tiempo por muchas instituciones, se vuelva un factor determinante: la cultura, las humanidades, el arte. No queremos más universidades masivas, queremos universidades familia, donde todos seamos de los mismos, nos construyamos en comunidad y generemos en nuestras relaciones los lazos suficientes para la vida. Queremos universidades donde el foco de la gestión sea su propia transformación. La transformación de las universidades no es un asunto de tecnología, se trata de entender que la universidad debe ser sea entendida de otra manera, para mejorar y renovar sus formas, al hacerse más ágil y permitirse ser disruptiva y canalizar las necesidades para que sean las personas los sujetos del cambio que las instituciones requieren. Nuestro principal reto es diseñar una experiencia para los estudiantes que genere un vínculo elemental

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