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con certeza que quien tenía menos chances de sobrevivir, era precisamente yo.

      No sabía qué expresión tenía en mi rostro, pero debe haber sido bastante elocuente ya que Lorenzo me dejó ir.

      “No pueden estar aquí”, me susurró, mientras su mano cuidada y grande se alejaba de mi brazo delgado, que sentía esa experiencia surreal.

      Quedé con la boca abierta. Cómo había hecho Lorenzo Orlando para descubrir que era una Rinaldi?

      “Yo… yo…”, balbucee, incapaz de encontrar una excusa plausible.

      “No acepto FreeLancers en este momento, no tengo intenciones de emplear otras acompañantes”, me avisó severo, indicándome con una inclinación de la cabeza, un grupo de mujeres elegantes y sexis que flirteaban y charlaban amablemente con algunos clientes.

      Acompañantes?

      Lorenzo me había confundido con una escort!

      Me miré el vestido y me di cuenta que era muy audaz, pero no creía que podía ser confundida con una mujer de poca moral.

      Además, consideraba que era mezquino y de mente estrecha juzgar a una mujer sólo por su ropa.

      Levantando el mentón y asumiendo la actitud más altiva y enojada posible, me acerqué con calma a ese hombre que en ese momento habría querido patear.

      “No soy una prostituta”, me ofendí, retomando la voz gracias al enojo repentino que me corría por las venas.

      “Ellas tampoco. Son simples acompañantes. Si luego ofrecen otros servicios, no es mi problema. Basta con que lo hagan lejos de aquí”, respondió él, sorprendido de mi tono inesperadamente poco cordial.

      “Entonces me corrijo: no soy una acompañante”, respondí resuelta y ácida.

      “A veces las apariencias engañan”, contraatacó él convencido que había ganado. Aparentemente no había sido la única que había tomado de manera personal la respuesta poco simpática del otro.

      Sonreí dentro mío, porque percibía las ganas de pelear mi batalla y llevar la victoria a casa.

      No sabía de dónde provenía todo ese coraje después de haber sentido tanto miedo… quizás era la adrenalina.

      “No se preocupe. Lo perdono. Puedo entender que una persona recientemente reintegrada, pueda tener momentos de confusión y equivocar lo inequívoco.”

      “Reintegrada?”, repitió él perplejo pero con un leve tono amenazante en la voz. Era evidente que estaba haciendo un notable esfuerzo, para no atacarme.

      Tomé coraje gracias a su autocontrol, quería demostrar sin ceder. Conocía ese orgullo y sabía lo que escondía.

      “Sí. Admítalo: cuánto tiempo ha estado fuera? Dos días? Una semana?”

      “Fuera de qué?”, me preguntó en seco, no sin un notable esfuerzo, incluso si sabía que ya conocía la respuesta.

      “De la cárcel, obviamente. Puedo reconocer a una persona cuando sale de prisión y tiene problemas en readaptarse a las convenciones sociales.”

      Por un momento quedó boquiabierto por el estupor. Seguramente no estaba acostumbrado a que le hablen de ese modo, pero estaba demasiado preparado para mandar al demonio esa máscara de hombre perfecto que llevaba en presencia de otros.

      “Qué le hace pensar que yo haya apenas salido de la cárcel?”, murmuró Lorenzo con los ojos entrecerrados y la mandíbula contraída.

      “Por su aspecto.”

      “Por mi aspecto”, repitió calmo, como la calma que antecede al huracán.

      “Sí. En conclusión, ese cabello no ve la tijera de un peluquero y un peine, desde hace un tiempo”, subí la dosis indicándole su cabello perfectamente peinado de forma desordenada, pero sin perder la elegancia. “También esa sombra de barba le da un aire desalineado, un pasado imprudente… Sin hablar de las ojeras bajo los ojos, no presagian sueños tranquilos y es comprensible. Creo que es difícil dormir en una celda con un extraño que podría tener intenciones poco tranquilizadoras. Lamentablemente no existe aún una legislación eficaz contra las molestias sexuales entre detenidos, por lo que tiene toda mi comprensión.”

      “Creo que entendí el concepto”, me detuvo, incapaz de escuchar otra cosa que saliera de mi boca. “Y lo lamento por usted, pero se equivoca. Nunca estuve en prisión.”

      “A veces las apariencias engañan”, exclamé con una sonrisa maléfica y una encogida de hombros, repitiendo sus mismas palabras.

      « Touché», susurró con una media sonrisa, entendiendo mi intención de vengarme por haber sido confundida con una acompañante.

      “Permítame al menos ofrecerle algo de beber”, intentó disculparse cuando intenté irme. Lo miré a la cara y la expresión de desafío de la serie “No termina aquí”, me puso en alarma.

      “No acepto regalos de desconocidos”, lo detuve de inmediato, poniendo en la barra un billete que cubría el costo del Bellini y dejaba al barman una buena propina.

      “Estaba convencido que no fuera necesario pero… ok, me presento. Soy Lorenzo Orlando, el propietario del Bridge”, me dijo, ofreciéndome la mano.

      Mire esa mano tentadora y me dio palpitaciones.

      La idea de tocarlo me llevaba a pensar cosas prohibidas y que podían ser castigadas de la peor forma.

       Ginebra, estás jugando con fuego!

      Todo el engreimiento que tuve, me abandonó con la misma rapidez con la que había llegado.

      “Juro que no muerdo”, me susurró, notando que dudaba en darle la mano.

      “Mia, donde te habías metido?”, dijo Maya dándome casi un infarto. No la había visto acercarse y no me esperaba su brazo alrededor de mi espalda.

      La miré brevemente y comprendí que había venido a socorrerme.

      “Mia”, repitió Lorenzo, pensativo.

      “Sí, Mia Madison y yo soy Chelea Faye. Mucho gusto. Su local es bellísimo. Felicitaciones!”, se entrometió Maya dándole la mano a Lorenzo, en lugar mío e interponiéndose entre él y yo, como si quisiera defenderme.

      “Gracias”, le respondió él con una sonrisa falsa, para esconder la irritación por la interrupción. “Es la primera vez que vienen a mi local?”.

      “Sí. Estamos en Rockart City sólo de paso. Demonios! Se hizo tarde y ahora debemos irnos, pero espero tener la posibilidad de volver pronto”, se disculpó Maya con aire alegre. Sólo ella podía parecer tan espontánea y contenta, incluso cuando la situación era tensa.

      “Hasta luego, entonces”, respondió el hombre educadamente, dirigiéndome la mirada por última vez antes de alejarse.

      Apenas lo saludé con la cabeza.

      “Qué demonios estaba pasando?”, dijo Maya cuando quedamos solas.

      “Nada”, murmuré con un hilo de voz, incapaz de imaginar que hubiera podido ocurrir.

      “Cuando te vi con él, creí que enloquecería. Te traje hasta aquí para divertirnos, no para hacer que te maten”, me dijo agitada, robándome el Bellini todavía intacto y tomándolo en pocos sorbos, para calmar los nervios. “Vamos! Le dije a Lucky que tienes un toque de queda y que tengo que llevarte a casa antes de las dos de la mañana”, me dijo, tomándome de un brazo y arrastrándome hacia la salida.

      “Señorita, discúlpeme”, se paró delante nuestro un recepcionista, dándome una tarjeta negra con letras doradas “ The Bridge. Orlando’s Night”. “El señor Orlando me ha pedido que le diera uno de nuestros pases como regalo, en señal de disculpas por la equivocación de la que fue víctima. El señor Orlando se preocupa por sus clientes y, se ocupa que estén

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