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la medida. Eso es lo que mi padre hacía y eso es todo lo que sé hacer. No sé un carajo sobre los deportes.

      “Pero, pero eso es. Es perfecto, te lo digo. Las chicas usan armaduras. ¿No te das cuenta que es una unión hecha en el cielo?” Diego unió sus manos para resaltar la idea.

      Héctor inspiró fuertemente e instantáneamente se arrepintió, el olor era…intenso. “Diego, sólo empéñala y tráeme parte del dinero que me debes”, dijo, tratando de zanjar el asunto.

      “No, hombre. Sólo a ti te confío a mi mujer”.

      “Eso es…Guao. Tan incorrecto en muchos niveles”.

      “La casa de empeño la venderá”, dijo Diego con la cabeza agachada. Se limpió las uñas nerviosamente. “Al menos contigo, sé que será bien tratada, como yo lo he hecho”.

      Héctor se inclinó hacia adelante y puso el pecho de la armadura a un lado. “Diego, por favor, no me malentiendas, pero necesito decirte esto y trataré de ser lo más claro posible. Me importa un carajo tu mujer, y me importa un carajo tus apuestas. Necesito el dinero que me debes. Canvas viene a cobrarme mañana. Piensa en algo, vende la clave de tu cadena de bloques, lo que sea”.

      Diego se mordió el labio, sus ojos miraban a todas partes, hacia afuera, a la calle. Héctor podía darse cuenta que el hombre quería correr, pero no lo iba a detener, era una causa perdida. Debía haberlo pensado mejor y no trabajar con un drogadicto, pero Diego era un cliente desde hacía mucho tiempo. Su padre lo habría detenido en seco, pero Héctor era muy blando para los negocios.

      No era ninguna sorpresa que se estuviera hundiendo.

      Su silla crujió. Sus estantes estaban prácticamente vacíos, no tenía clientes.

      Giró en su silla y tomó una decisión. “Diego, vete al carajo y consígueme el dinero. Por favor, ahora déjame hablar por teléfono con clientes que paguen de verdad, para ver si logro una orden de último minuto”.

      Héctor le dio la espalda.

      Diego se congeló y no dijo nada durante algún tiempo. Luego se fue de la tienda.

      CAÍDA TRES

      Héctor cerró la tienda y se fue al apartamento de arriba. Escribió algunos emails y después de beber un ouzo barato los envió a algunos clientes a través de una encriptación PGP. Era media noche, pero su clientela no era exactamente el tipo de gente que mantenía un horario de 9 a 5 por decir lo menos.

      Sorbió más ouzo para sentirse un poco relajado y se fue al balcón. Atenas se veía en calma. La vista no era muy buena, sólo un cielo borroso, marrón amarilloso por la humo niebla. Las lámparas LED de la calle lo hacían verse peor. Él estaba en una calle paralela a la avenida Syggrou, la calle tenía algunas tiendas de artesanos cómo él que vendían artículos especiales. Armas de fuego a la medida, empuñaduras, equipos, juguetes sexuales. Los clientes pertenecían al tipo no-preguntes-no-digas-nada. Aliases, negocios en canales encriptados y pagos en criptomonedas.

      Todo de la manera usual.

      Mañana debía tener 10 mil para Canvas. Echó una mirada hacia su campo de visión para ver la hora. Le quedaban trece horas.

      Canvas, el ejecutor local de Defensa Ares se aparecía mensualmente a pedir su parte del dinero. A cambio, te mantenía a salvo, principalmente de él mismo. Canvas era un titán, una torre de músculos y poder. Le gustaba follarse a los muchachos. A dos en particular: Michael y Ángelo. Le encantaba tomar largas caminatas por las tiendas, para mantener la paz y sacarles la sangre a sus enemigos para pintársela en el cuerpo. Le gustaba que uno de sus novios le pintara el cuerpo con sangre mientras se follaba al otro.

      La verdad era que había videos y todo lo demás.

      Héctor los había visto mientras se tapaba los ojos durante la mayor parte del tiempo de la exhibición. Tenía que admitir que era buena pornografía, bajo dos condiciones: Una, tenía que gustarte un trío gay, lo cual no le gustaba a Héctor y dos, debías de alguna manera ignorar el hecho que una persona había muerto sufriendo mucho dolor para que pudieras tener esta hermosa pieza de pornografía.

      Y ese hombre estaba a punto de tocar a su puerta en unas pocas horas.

      Olvídate de los emails.

      Héctor regresó al interior de su casa y se dedicó a la app encriptada. Haría algunas llamadas y molestaría a alguna gente. ¿Qué podían hacerle? ¿Matarle?”

      “Sí, los detalles están en el email que le envié. Ordene ahora con un pago inicial y obtendrá 50% de descuento en diez armaduras. Así es. Excelente, tan pronto como el dinero esté seguro, lo contactaré para que me dé sus especificaciones. ¿Ok? Perfecto, es un placer hacer negocios con usted”.

      Héctor colgó. ¡Sí! Cuatro mil euros, Era algo.

      El resto no había respondido o decían que no necesitaban nada en este momento. Héctor revisó las noticias. No había nada sobre disparos, allanamientos de morada, asesinatos corporativos, nada.

      Maldición.

      El negocio se disparaba cuando cosas como esas pasaban. Se sintió como un buitre, pero ¿qué se suponía que debía hacer? ¿No sentirse feliz cuando un ataque terrorista en el centro de la ciudad atrajo a cinco nuevos clientes en un día?

      Terminó el resto del ouzo de un solo trago. Tamborileó sobre la mesa. Se sintió energizado y un poco ebrio. ¿Dormir? Bah. Dormiría cuando muriera.

      Cargó el perfil social de Canvas en su veil y caminó alrededor de su taller.

      Tenía que haber algo allí que le permitiera salvarse de una paliza.

      ¿Esta armadura contra motines? Podía ajustarla para el cuerpo enorme del tipo. Pero era voluminosa y fea. Hecha para una protección máxima. Sí, era intimidante, pero Canvas no necesitaba ayuda en ese departamento.

      ¿Un casco? ¿Algo con llamas? ¿Qué le gusta a los gays? ¿Flores?

      Héctor se rió. El estrés que sentía por su muerte inminente lo hizo sentirse confuso, pero no podía evitarlo. No, en su mente se vio a si mismo presentándole un casco floreado al titán y lograr que lo pisotearan allí mismo sobre un charco de sangre y a Michael hundiendo su brocha en su sangre y limpiándola ligeramente con un gesto extravagante.

      No.

      Necesitaba algo que Canvas amara que jode.

      Héctor se detuvo frente a lo que él llamaba el protector de putas. Era una armadura transparente, flexible. Una protección del pecho para damas, una armadura líquida que se transformaba por un impacto y podía absorber una bala, era transparente para que pudieran hacer alarde de su físico y/o la ropa interior cara. Era a prueba de cuchillos, a prueba de agua y confortable. No te protegía de calibres más grandes pero obviamente necesitarías más relleno para eso. Esta armadura estaba diseñada con un propósito específico, protección personal con estilo.

      Héctor la levantó con sus brazos. Era pequeña, apenas podría cubrir el lado izquierdo de Canvas, mucho menos su cuerpo entero.

      ¡Esa era la respuesta! Arte. Podía dividirla con…

      Héctor puso la armadura sobre su mesa de trabajo, sin una pizca de sueño y su mente más despierta que nunca. La muerte inminente tenía ese efecto en un hombre. Tenía poco tiempo para trabajar en ella. Podía hacerlo. Ordenaría un par de piezas, que llegarían alrededor de las once…

      Tomó su martillo. “Hefestos, dame la fortaleza, te dedico esto como mi pieza más importante”, murmuró y se puso a trabajar.

      CAÍDA CUATRO

      Canvas llegó a tiempo. Se dirigió hacia el frente con sus dos novios a su lado, más otro par de hombres. Eran nuevos, Héctor no los había visto antes. Se quedaron afuera vigilando el perímetro tranquilamente y Héctor fue a la puerta para saludarlo.

      “¡Canvas,

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