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ellos postsubnormales y demás de su gremio son gente que está en el mundo. Gente de mierda.

      Ya sé lo que estaréis pensando los tíos de cuarenta tacos (había escrito cincuenta pero un amigo mío me dijo que bajase la edad a cuarenta, que así os jodería más). Veníais buscando escenas pornolésbicas. Pues os vais a joder, porque las hay pero os pienso dar la matraca hasta entonces. Os va a costar caro pajearos a nuestra costa.

      A lo que iba: conocer gente en Tinder, tirar fichas en Twitter, enviar fotos por privado, la historia de conectar echando un polvo sin saberte el nombre de la persona, claro. Que si queréis follar, pues coño, se dice, y ya ¿Por qué narices tenemos que sufrir todos por vuestra puta hipocresía y cobardía? Nadie se va a escandalizar por eso, joder. Es lo que odio de hoy en día. Nadie llama a las cosas por su nombre ¿Poliamor? Vale ¿Libertinaje? Mejor.

      —Bueno, ahora que lo has dejado con Sara puedes conocer a otra gente tú también.

      —Yo es que supe, desde que la vi, que era el amor de mi vida, Alex.

      —No, si te entiendo.

      —Y cuando fuimos a Londres porque quería ver el museo de Harry Potter me di cuenta que quería estar con ella de verdad.

      Otra de las cosas que me encantan de mis amigas feministas es cómo cargan contra el amor romántico. Se enfadan con todas las parejas heteros que conocen como si fueran el demonio pero ellas romantizan las suyas hasta límites demenciales. Lo que yo odio de las parejas heteros es que vayan a cenar a pizzerías italianas, no que se quieran y se lo pasen bien juntos. Qué lecciones voy a dar yo, si soy una jodida romántica. No quiero ocultar que soy una desgraciada, una desarraigada que nunca va a ser lo bastante feminista, lo bastante comunista y que está poniendo en ridículo a Karl Marx por ser una revisionista de mierda.

      Nunca voy a poder odiar a los hombres con tranquilidad porque me gustan demasiado.

      —Bueno, tú, ahora a salir y a olvidarte un poco de Sara.

      Sí, también se llamaba Sara. Eran las novias siamesas.

      —No, si seguimos siendo amigas… ¡Mira! ¡Ahí viene Ana! ¿Te la he presentado alguna vez?

      —Que va, no la conozco.

      —Toma, Ana, siéntate. Esta es Alexandra.

      —Hola, Ana, ¡me suenas de algo...!

      —Claro, tía, es la que da la charla, la de Twitter, queergrunge.

      —¡Ah, coño! Me flipas, tía.

      —Esta es mi novia, Berta.

      —Qué pasa, tía.

      —Encantada, Alexandra. ¿Qué tal Sara?

      —Pues nada hija, aquí. Le estaba diciendo a Alexandra que me ha dejado Sara.

      —¡Hostia! Ana no me había dicho nada!

      —¡Es que es una dramas! a ver, que hay más mujeres en el mundo, ¡coño! ¿Qué te tengo dicho de las dependencias emocionales…?

      —Oye, ¿no llegaremos tarde?

      —Tranquila, Alexandra, sin Ana no pueden empezar.

      Nos bebimos el culo de birra que quedaba y nos largamos hacia el local donde la amiga de Sara daba la charla. Era el centro cívico de Fort Pienc, cerca de Arc de Triomf. Lo organizaba una de esas agrupaciones feministas en las que todas se habían liado con todas, hacían talleres sobre como coserte tu propia ropa, en vez de patatas te vendían tabulé para comer y sus otros comistrajes veganos. Total, que llegamos al sitio. Me fui directa a buscar cerveza porque sabía que iba a necesitar más de una.

      —Podeu seure a primera fila.

      Una chica de la asociación, la Rabia Feminista, nos dijo que nos pusiéramos delante. Éramos las estrellas del lugar.

      —Bueno, creo que ya puedo ir empezando. Berta, pásame el portátil, cariño.

      —Hostia, Sara, el otro día conocí a una tía de tu asociación feminista.

      —¿De dónde?

      —De aquí, de Barcelona, sale en la prensa y eso. Colabora en mi revista.

      —No sabes lo mal que me caen esos señoros, tía. Además, es que sueltan unas cuñadeces, no entiendo cómo les aguantas.

      —Ya, son unos gilipollas. Lo que te decía, esta tía a lo mejor te suena, se llama Júlia.

      —Una que tiene los ojos azules y el pelo rubio, ¿no? Sé quién dices.

      —Pues eso.

      —Está en el grupo LGTBI conmigo.

      —Ah, coño, ¿os conocéis mucho?

      —Perdoneu, aquesta cadira és vostra?

      Un chaval se acercó pidiéndonos la silla. Miré hacia atrás. El local estaba hasta los topes. Había un huevo de gente de pie y no se veía el final de la cola de los que estaban esperando en la calle. Desde que la Despentes se había vuelto una superventas las charlas de feminismo eran el nuevo rock y el poliamor ya era el mainstream del amor. Miré el móvil a ver quién me había hablado y cuántas menciones nuevas tenía en Twitter. Júlia no daba señales de vida aquella tarde. Mi madre me decía, como siempre, que no llegase tarde y mi novio hacía acto de presencia con su típico mensaje de que me quería mucho. Al resto ni me molesté en leerlos.

      Me levanté a pillar una birra antes de que la otra petarda comenzase con su historia de por qué todas teníamos que dejar a nuestros novios y ser bolleras o, en su defecto, follar compulsivamente con todo aquel o aquella que se nos abriese de piernas. No soy de esas tías que quiere volver a meter a las mujeres en casa y está convencidísima que los tíos son unos pobrecitos, que están torturados por el matriarcado y por las locas feminazis de las denuncias falsas. No es eso, joder. Solo os digo que me la pela bastante con quien folles. A mí me encanta hacerlo, pero igual que me pongo el puto disco de In Utero y me lo rayo durante días sin parar también hay veces que me mola desconectar incluso de Nirvana y descansar. Está genial que nos digan a las tías que follemos y que les jodan a nuestras parejas pero, yo qué sé, luego la angustia vital sigue ahí. Sintiéndonos vacías por un sistema inhumano que trata a la gente como si fueran cosas y lo único que tiene valor son los putos objetos. Todo va como una mierda y parece que todos estamos más preocupados echándonos la culpa y pensando en cómo pillar el mayor número de ETS posibles que en cambiar el mundo.

      —Alexandra, mira, esta es Nat.

      —Hola, Nat.

      —Com va, Alexandra?

      —Alexandra tiene una revista donde habla de feminismo y hace cosas en Internet.

      —Coi, nena, estàs ben posada, eh?

      —Bueno, se hace lo que se puede.

      —Nat y su novia Erra tienen un grupo de música, tocan después de la charla de Ana.

      —¿Y qué música hacéis?

      —Tienen una que se llama Ciudad hetero que te va a gustar.

      —Bueno, Erra toca la guitarra i jo canto el que escrivim juntes, poc més. Però ens ho passem de conya.

      —Eso es lo importante.

      Entonces empezó la charla de Ana:

      —¿En catalán o en castellano? Os da igual, ¿no? Bueno, primero, gracias a todas y todos por venir a pasar una tarde de viernes deconstruyéndonos un poquito más, que de eso se trata, de ir aprendiendo poco a poco. Como lo personal forja lo político yo os quiero contar mi camino hasta el poliamor. Tuve una relación de mierda, que duró diez años, en la que sufrí malos tratos y en varias ocasiones él abusó de mí. Tenía un curro asqueroso y dependía económicamente de él; al final entré en varios círculos de activismo feminista que me hicieron ver que las relaciones no tenían que ser de control y el amor era algo muy diferente de la obsesión. Luego estuve metida en temas de BDSM y porno, ahí

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