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Jerusalén; y entraba y salía, y hablaba denodadamente en el nombre del Señor, y disputaba con los griegos; pero éstos procuraban matarle. Cuando supieron esto los hermanos, le llevaron hasta Cesarea, y le enviaron a Tarso» (Hch. 9:26-30).

      Predicar sobre Pablo de Tarso fue una aventura incursionando en el desarrollo de la Iglesia de los Hechos con sus doctrinas y gobierno eclesiástico. En esta serie destaco dos grandes temas: La evangelización y las misiones.

      Estando yo de visita en Roma, donde he estado muchas veces, visitamos la Iglesia Católica de San Pedro y San Pablo, y admiré las dos estatuas a la entrada de la puerta principal, una la de Pablo de Tarso y la otra la de Pedro El Pescador. También en la Plaza de San Pietro se pueden ver las estatuas de estos colosos de la fe cristiana. En la iconografía católica es común verlos a estos dos apóstoles juntos. ¡Dos titanes de la fe cristiana!

      Este libro presenta una serie de homilías o sermones expositivos-textuales, combinando en ellos la exégesis contextual, la exégesis histórica y la exégesis lingüística con la aplicación práctica y devocional. Soy un apasionado de la homilética y, por lo tanto, presento la estructura del sermón con la escuela de divisiones ilativas-lógicas.

      Cuando predico sobre un personaje bíblico leo y releo el texto bíblico relacionado con el mismo incontables veces, hasta que por decirlo así, me meto dentro del personaje bíblico y meto a la figura bíblica dentro de mí. Ando con el personaje, me siento con él, lo escucho y lo conozco. Es decir, me adentro en la historia bíblica y observo y señalo detalles que comparto luego con el oyente y luego con el lector al cual me dirijo. ¡Un disfrute total con las Sagradas Escrituras! ¡Disfruto nadando en el lago de las Sagradas Escrituras!

      Dr. Kittim Silva Bermúdez

      Queens, New York

      El testimonio a Pablo

      Hechos 7:58-60, RVR1960

       «Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió».

      Introducción

      En Hechos 7:58-60 se menciona la lapidación del primer mártir cristiano, llamado Esteban. En dicha narración se hace la primera mención en el pasaje leído a «un joven que se llamaba Saulo» que estuvo presente ese fatídico día.

      1. Las ropas de Esteban

      «Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo» (Hechos 7:58, RV-60).

      El lugar. Los judíos no lapidaban ni ejecutaban a ningún violador de la Ley dentro de las murallas de la ciudad, sino que lo hacían fuera de las murallas. Según la tradición Esteban fue apedreado fuera de la Puerta de las Ovejas, conocida desde la época de Sulimán como la Puerta de los Leones, por los cuatro leones que tiene en alto relieve. Para los cristianos es conocida como la Puerta de san Esteban.

      Dice Hebreos 13:12 de esta manera: «Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta».

      Jesús también fue crucificado fuera de la ciudad. Según una tradición evangélica desde el siglo XIX, en una cantera que está cercana a la Puerta de Damasco, Jesús fue crucificado y cerca sepultado en lo que se conoce como El Jardín de la Tumba. Ese llamado Calvario de Gordon por su descubridor, tiene forma de una calavera o cráneo humano y recuerda al nombre del que se le dio al lugar donde Jesús de Nazaret fue crucificado.

      La tradiciones católica-romana, ortodoxa-griega, armenia, etíope, copta, entre algunas, identifican la crucifixión y sepultura con la Iglesia del Santo Sepulcro, señalada por la primera peregrina llamada santa Elena en el siglo IV. Lugares que para la época de la crucifixión de Jesucristo, estaban de igual manera fuera de la muralla de la ciudad.

      De igual manera los creyentes somos llamados a ser probados «fuera de la ciudad» como Esteban y a «padecer fuera de la puerta» como Jesucristo. Fuera del templo salimos para llevar el vituperio: «Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio» (Heb. 13:13).

      Debemos salir «fuera» llevando el desprecio y el rechazo a causa de nuestra fe evangélica. Si Jesús padeció por nosotros, también nosotros debemos padecer por Él. Los mártires, cuando la hora del martirio les llegaba, aunque estaban muy tristes por esa gran prueba humana, sabían que era una manera honrosa de testificar su fe cristiana.

      La misión de la iglesia es afuera y no únicamente adentro. Es una fuerza centrífuga hacia afuera con la evangelización y las misiones y no simplemente una fuerza centrípeta hacía adentro con el culto (oraciones, alabanza y adoración). De ahí es la asignación dada por Jesús a sus seguidores y por ende a la iglesia, mediante «La Gran Comisión» de «id» (RVR-60). Que para muchos se ha transformado en la gran omisión «de quedaos».

      «Pero él se acercó y les dijo: ‘Dios me ha dado todo el poder para gobernar en todo el universo. Ustedes vayan y hagan más discípulos míos en todos los países de la tierra. Bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Enséñenles a obedecer todo lo que yo les he enseñado. Yo estaré siempre con ustedes, hasta el fin del mundo’» (Mt. 28:18-20, TLA).

      En Getsemaní, Jesús lloró por tercera vez, previo a su arresto para ser sentenciado y crucificado: «Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente» (Heb. 5:7).

      Llevar la cruz de Cristo no es una vergüenza, es una gloria. De esa manera lo vieron aquellos mártires del siglo I y el siglo II. Pedro fue crucificado con la cruz invertida porque no se sintió digno de ser crucificado como su Maestro.

      Pedro de Alejandría, obispo en la ciudad que le da su apellido, que posiblemente murió por el año 311 d.C., declaró sobre la muerte del apóstol Pedro: «Pedro, el primero de los apóstoles, habiendo sido apresado a menudo y arrojado a la prisión y tratado con ignominia, fue finalmente crucificado en Roma».

      Eusebio De Cesarea dijo que Pedro: «Fue crucificado con la cabeza hacia abajo, habiendo él mismo pedido sufrir así». Interesante que la profecía de Jesús acerca de la muerte de Pedro, solo se refiere a una muerte como mártir y no a la muerte por crucifixión. Pedro sería conducido a la muerte y aceptaría la misma para dar testimonio glorioso acerca de Jesús. Ser crucificado con la cruz invertida era morir mirando al cielo.

      Andrés, al igual que su hermano Pedro, a quién trajo hasta Jesús, tuvo la gloria de la crucifixión. Él fue crucificado en una cruz en forma de X, con los brazos y las piernas extendidas. Símbolo del que abraza con los brazos del evangelio y se mueve con las piernas del evangelio.

      Nosotros somos llamados a llevar espiritualmente la cruz de la negación propia. Mas que llevar una cruz colgada al cuello o ponerla en una pared, nosotros debemos cargarla cada día y ser crucificados en ella juntamente con Cristo. ¡Tenemos que vivir un discipulado de crucifixión! ¡Tenemos que ser entrenados en una vida de crucifixión.

      «Luego Jesús les dijo a sus discípulos: ‘Si ustedes quieren ser mis discípulos, tienen que olvidarse de hacer su propia voluntad. Tienen que estar dispuestos a cargar su cruz y a hacer lo que yo les diga. Si sólo les preocupa salvar su vida, la van a perder. Pero si deciden dar su vida por mi causa, entonces se salvarán. De nada sirve que una persona gane en este mundo todo lo que quiera, si al fin de cuentas pierde su vida. Y nadie puede dar nada para salvarla. Porque yo, el Hijo del hombre, vendré pronto con el poder de Dios y con mis ángeles, para darles su premio a los que hicieron el bien y para castigar a los que hicieron el mal. Les aseguro que algunos de ustedes, que están

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