Скачать книгу

el efecto sorpresa a partir del cual alguien deja de llorar, ya que si llora todavía tiene en perspectiva una posible recuperación del objeto, por lo que la expresión “estar de duelo” es, en cierto sentido, paradojal.

      Lo insustituible, o “el otro en tanto tal…”

      En Duelo y melancolía, la melancolía parece quedar explicada por la negativa del duelo. Y acá ya tenemos un primer punto de interés, muy bien trabajado por Jean Allouch en Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. El titulo ya dice mucho, contiene una tesis fuerte: hay una erótica del duelo. Podemos incluso afirmar que el erotismo es efecto de un duelo. Ahora, ¿cuál es el sentido preciso que damos en este contexto al erotismo? El de que el otro pueda ser otro, es decir, que no se reduzca a una mera proyección narcisista y que, por esta misma razón, su ajenidad, su diferente modo de gozar, pueda soportarse y alojarse en la relación. Por esta razón, muchas relaciones duran hasta que cierta extrañeza termina con lo que nunca llegó a consolidarse como tal. Amistades cuyo primer tiempo, intenso y puramente especular, se deshacen a la primera fisura en el espejo, ahí donde justo habrían de comenzar. Un amigo es aquel capaz de soportar la extranjeridad, lo otro que somos para aquel, y aquel del cual soportamos lo otro que él es para nosotros. Un amigo, en sentido estricto, no es el que dice todo que sí, ni todo que no, sino el que nos permite una relación a esa “inquietante familiaridad”, y que habilita una distancia que junta, o mejor, una separación que enlaza.

      ***

      Retomemos; que el objeto esté estructuralmente perdido no significa que dicha pérdida no deba redoblarse. Por ejemplo, en el fútbol no alcanza con que un jugador quiebre la pierna a otro para que sea infracción, sino que es necesario que alguien sancione que ahí hubo falta. Entonces, cuando hablamos de duelo por la pérdida de un ser querido, se trataría de un duelo que reenvía a otro duelo. Lo melancólico se nos presenta aquí como el espacio en que uno puede quedar suspendido al faltar el rito necesario del reconocimiento de una pérdida, y dicha pérdida atañe al sacrificio de una parte de sí, única e insustituible. Es por esto que Freud afirma que:

      “La melancolía es también una reacción a la pérdida de un objeto amado, que sabe a quién ha perdido, pero no lo que con él ha perdido. La melancolía entonces, está relacionada a una pérdida de objeto sustraída a la conciencia”.

      “Algo de mí se fue con ella…”, dice el tango, y “ya no hay vuelta atrás”.8 El duelo nunca lo es de ningún objeto en particular, sino de la mismísima imposibilidad de sustitución del objeto. Por eso, para Lacan, se trata de un agujero en lo real –operación que define con el término de privación–. Critica a Freud en este punto. No hay sustitución del objeto que se pierde. Eso no existe. Lo que existe es que en la medida en que el objeto se muestre irremediablemente perdido, se muestra como imposible. Y si el duelo puede ser pensado como envés de la forclusión es porque el objeto, en tanto irremediablemente perdido, llama al trabajo simbólico –a la elaboración a la que damos el nombre de “trabajo de duelo”–, a diferencia de la forclusión, donde el rechazo en lo simbólico llama a lo real. Esto afecta a la orientación de la práctica analítica, porque alguien podría pensar que tiene que establecerse el reconocimiento de una pérdida para que haya posibilidad de sustitución, y no la hay. Si el objeto está irremediablemente perdido, ese objeto no es pasible de ser sustituido, es inconmensurable, y lo que queda es ese agujero. En efecto, la introyección, operación simbólica de la que habla Freud, es la introyección de ese agujero. Por eso es simbólica, a diferencia de la proyección, que es imaginaria. Y para Lacan, la incorporación del vacío es el envés del canibalismo. A menor incorporación, más canibalismo.9 En relación a esta proporcionalidad, un amigo (Pablo Román), sostiene que no es lo mismo el vacío de la existencia que la existencia del vacío. El primero será mayor cuanto menos opere la segunda. Será la trayectoria de un análisis la que colabore en dicho pasaje.

      Elogio de la apariencia

      En El prójimo y lo abyecto Carlos Quiroga recuerda que la primera prohibición es la del canibalismo, la de la injerencia sobre los cuerpos. Decimos que el ser humano existe desde que existe la sepultura. Esta es una marca, no de una sustitución del objeto, sino de un vaciamiento. “La tumba de Moisés está tan vacía para Freud como la de Cristo para Hegel”, afirma Lacan, porque de lo que se trata es del vaciamiento de la tumba. El autor llega a afirmar que Hamlet está más cerca de la melancolía que de la histeria o la obsesión. Ahí donde nosotros vemos la tumba, los semblantes, el príncipe de Dinamarca no ve otra cosa que carne corrompida, gusanos que devoran, etc. El melancólico rechaza todo tipo de semblante, en el sentido de la apariencia.10 Por esta razón, Freud afirmaba que aquel está más cerca de la verdad que otros sujetos. Es una afirmación engañosa, ya que podemos decir que está tan cerca como tan lejos de ella. La verdad que nos interesa –la que lleva a la vida– está más cerca de la poesía y las ficciones que de la ciencia. “¡Es la realidad!”, exclama el melancólico, quien entiende demasiado rápido, sustrayendo a la verdad lo que ésta le debe al tiempo. Ataca así al lazo social, porque para que este exista, hace falta que se soporte el desconocimiento de la lógica en la que se sostiene.

      Si propusimos la expresión de “lo melancólico” para extender los límites de lo que la melancolía nos enseña, es por el hecho de que, este fenómeno de desmembramiento de la lógica de los semblantes es imposible de reducirlo a una estructura clínica, y ni siquiera a una posición subjetiva particular. Hay quienes no pueden disfrutar de un asado por ver en la mesa un animal muerto, o en la carne a punto un cuerpo ensangrentado. ¿Debemos concluir que se trata de una melancolía apresuradamente? ¿No es, dicho modo de percibir, de sentir, de hablar, aun en sus formas más variadas y sutiles, un fenómeno mucho más recurrente y cotidiano que la melancolía como tal? Cuando Lacan dice que Marx inventó el síntoma está, entre otras cosas, afirmando que en tanto se desmenuza la lógica que subyace un fenómeno, este fenómeno pierde su eficacia. Lo melancólico, al desmembrar la lógica que subyace al lazo social, no produce más que su ruptura, deshaciéndolo tal como el síntoma se deshace al resolverse.11 Quizás por esto mismo Freud diga sobre su imposibilidad de amar: ¿cómo podemos amar a alguien si no desconocemos la lógica que subyace al lazo amoroso? ¿No es incluso el aburrimiento lo que se desprende de este modo de satisfacción pulsional grotesco, vacío del gusto de las fantasías? La graduación melancólica de alguien podría calcularse por el aburrimiento que es capaz de provocar en sus interlocutores, es decir, por la sangre que les absorbe. Hay quienes lo hacen muy rápidamente. Adentran en detalles innecesarios, carecen del don de la elipsis y la fluidez propia de la narración. Vale mencionar aquí una anécdota de Winnicott, a quien un sacerdote le consulta por cómo diferenciar quien tiene problemas de fe del que tiene problemas psiquiátricos. Winnicott le responde que si sienten que una persona los aburre, necesita ser tratado psiquiátricamente, y si esta logra mantenerlo interesado, podrán ayudarlo.

      CAPÍTULO III

      El otro, sostén del deseo

      “La multiplicación altera un estado de simplicidad del ser: un exceso derrumba los límites y lleva de alguna manera al desbordamiento. (…) Siempre se da un límite con el cual el ser concuerda. Él identifica ese límite con lo que es. Es presa del horror cuando piensa que ese límite puede dejar de ser”.

      (G. Bataille, El erotismo)

      El efecto segregativo de ciertas nociones clínicas obstruye nuestro entendimiento de la misma. Si fenómenos de despersonalización o pánico se presentan en un paciente psicótico, por ejemplo, se lo tratará en términos de “estabilizado” o “desestabilizado”. Lo “estabilizado” de este tipo de pacientes se contrapone al “anudamiento”, recurso más sofisticado con el que es común referirse a la neurosis. No obstante, si seguimos a Lacan, citado por Maleval en Locuras histéricas y psicosis disociativas, se observa que

      “(…) algunos ven en los fenómenos de la despersonalización signos premonitorios de desintegración, siendo que no es en absoluto necesario estar predispuesto

Скачать книгу