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de carencias de personal y de materiales, y el sistema escolar público es una absoluta catástrofe.

      Estos gobiernos se quedaron atorados en el camino cuando trataron de cumplir con su ambición explícita de resolver la cuestión social en sus respectivos países. Pero su legitimidad está inextricablemente ligada a esas expectativas. Echó por los suelos lo que les quedaba de legitimidad el hecho de que algunos fracasaron en su intento por reformar sus sistemas políticos, tanto estructural como moralmente, y que, por el contrario, se entregaran al mecanismo clientelar de otorgarse ventajas mutuas. Éste fue el caso sobre todo del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, y seguramente también el de Venezuela; y las acusaciones de corrupción no se detienen ni siquiera ante personalidades como las expresidentas Michelle Bachelet en Chile o Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, quienes al igual que Rousseff fueron sucedidas por un presidente conservador. En muchas ocasiones fueron los propios gobiernos de izquierda los que contribuyeron, en última instancia, a que los partidos de derecha y que practican el liberalismo económico recuperaran el poder.

      Para analizar detalladamente la actuación de los gobiernos de centroizquierda se requeriría una publicación extra. Pero sí tengo que hacer aún referencia a una pequeña revolución, porque tiene que ver directamente con el tema del trato con la naturaleza.

      Los indígenas en el gobierno: la revolución tardía. Y sin embargo…

      El 22 de enero de 2015 Juan Evo Morales Ayma dio inicio a su tercer mandato presidencial. Un día antes de la investidura oficial, el primer presidente indígena de Bolivia se hizo bendecir durante dos horas en las ruinas sagradas de Tlahuanaco. No vestía, como suele gustarle hacer incluso en recepciones de Estado, chompa y chamarra, un pulóver tejido con gruesa lana de colores y una chamarra de cuero tradicional de los aymaras. En su lugar lucía resplandeciente con un exquisito ropaje de la más fina lana de vicuña entretejida con hilos de oro.

      En el plano de la política simbólica, es casi imposible sobrestimar la presidencia del indio Juan Evo Morales Ayma. Los indígenas han constituido por mucho tiempo la mayoría en muchos países de América Latina, y en algunos países andinos esto sigue siendo así. Pero durante siglos, tanto en tiempos de la Colonia como de los Estados nacionales, los gobiernos y las sociedades los han integrado cuando mucho de manera simbólica. Jurídicamente se les discriminó muchas veces hasta fines del siglo XX, y hasta el día de hoy reciben con frecuencia un trato diferente. Durante siglos enteros no existieron ni social ni políticamente: invisibilizados en una pobreza rural y remota bajo el discurso de Estados mestizos y el dominio de facto de una clase alta que le concede un gran valor al ser “blanco”. Cuando las élites postcoloniales se han remitido a las culturas prehispánicas en la búsqueda de una identidad nacional, ha sido sólo un coqueteo con el mito y el romanticismo. La situación social y jurídica de los indios realmente existentes interesaba mucho menos y, por tanto, hubo pocos cambios.

      Hasta bien entrada la década de 1970 los indígenas en América Latina fueron relegados por completo de sus sociedades a nivel cultural, político, social y económico. Los indígenas en Bolivia no obtuvieron derechos plenos como ciudadanos, entre ellos el derecho al voto, sino con la revolución de 1952. En Perú y Ecuador esto no se logró sino hasta 1979. Antes de ese año, los y las analfabetas no podían votar ni ser votados. Y entre los indígenas la tasa de analfabetismo siempre fue varias veces más alto que en el resto de la población: una exclusión de facto del derecho al voto.

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