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innegables lo mismo que tropiezos, distorsiones y limitaciones. Hacerlo es particularmente importante en países como México, que parecen intentar ese camino: su nuevo gobierno muestra ya, desde sus primeros pasos, las tendencias contradictorias que aquí se analizan.

      El autor no se muerde la lengua al mostrar la manera en que nuestros países han adoptado rumbos y políticas que carecen de viabilidad ecológica, económica y social, sobre todo si se piensa seriamente en los intereses de sus habitantes y en sus realidades naturales y sociales. Su documentación y análisis pueden ser leídos como la búsqueda afanosa de alternativas sensatas.

      Bartelt realiza un útil recorrido analítico de lo ocurrido en el último medio siglo en Latinoamérica para presentar una hipótesis sólida sobre los factores y fenómenos que nos llevaron a la condición actual, a fin de aprender de la experiencia y evitar los errores evidentes o las falsas quimeras. Examinar éstas es una contribución especial del libro: muestra cómo ciertas ilusiones prevalecientes, tanto entre las élites como en la población, impidieron aquilatar a tiempo que el camino tomado llevaba directamente al precipicio que observamos.

      Florece literatura feminista que examina de otra manera la realidad. No es común, empero, como se hace aquí, ver en la minería una expresión patriarcal o reconocer la función y papel de las mujeres en la producción para la vida y en la lucha social y política para luego enfrentar los patrones discriminatorios del régimen actual y, sobre todo, con el objetivo de concebir y llevar a la práctica nuevas formas de existencia social.

      Entre los recursos y la Madre Tierra

      Hay en el libro una tensión clara cuando se abordan los asuntos convencionalmente clasificados en el “ambientalismo”. El autor toma clara distancia de una variedad de posiciones antropocéntricas; expresión del patrón patriarcal de dominación sobre la naturaleza que hoy lleva a extremos de destrucción sin precedentes. Muestra de diversas maneras cómo el “extractivismo” no es sino un eufemismo para el saqueo insensato de las “riquezas naturales”; señala que nunca antes actores privados y estatales las sustrajeron en medida tan alta como ahora. Es posible que en toda la región se repita lo que se sabe de México: “en los últimos 20 años se han extraído más minerales ‘preciosos’ que en toda la época colonial”. Igualmente, expone con claridad las consecuencias destructivas de aplicar criterios estrictamente económicos a la naturaleza, incluso cuando se trata de protegerla, e insiste reiteradamente en que no se pueden disociar las cuestiones sociales de las ambientales.

      Repensar la noción del territorio debe ser punto de partida para cualquier análisis crítico del extractivismo. Bartelt aprovecha las contribuciones de la geografía crítica para alejarse del pensamiento convencional, que lo concibe como espacio uniforme, homogéneo, indeterminado, vacío, y muestra la naturaleza inevitablemente conflictiva del tratamiento del territorio, en el que pareciera que lo importante es definir quiénes tienen acceso a él y por qué pueden aprovecharlo. Esa actitud, por cierto, corresponde a la de los pueblos de la sierra Norte de Oaxaca, en México, que no ocupan un “territorio”; sólo usan la palabra cuando se ven obligados a defender las tierras que poseen y ocupan desde siempre.

      El análisis de casos bien conocidos, como el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS), en Bolivia, y el Yasuní, en Ecuador, permiten a Bartelt examinar la densidad de actores y realidades involucrados y apuntar las posibilidades prácticas y políticas de ir más allá del extractivismo. Emplea casos como el de Famatina, en Argentina, para mostrar cómo pequeñas comunidades pueden resistir con éxito las amenazas de la alianza entre políticos y corporaciones.

      Al presentar argumentos a favor y en contra de la “economía verde”, examina la forma en que el tratamiento económico de la naturaleza se ha incorporado al pensamiento predominante, ya que orienta políticas y comportamientos. No advierte, sin embargo, cómo esa mentalidad está inevitablemente asociada con la noción de recursos naturales. Vandana Shiva mostró hace casi 30 años que recurso significaba originalmente “vida”, aludía al poder de auto-regeneración de la naturaleza y a su prodigiosa creatividad, e implicaba una forma de relación con la naturaleza en la que ésta nos entregaba dones que debíamos recibir responsablemente. Este significado se modificó con el advenimiento del colonialismo y el industrialismo. A finales del siglo XIX se había despojado ya a la naturaleza de su poder generador, para verla solamente como un depósito de materias primas que han de ser transformadas en insumos para la producción de mercancías. En 1963, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) llamó recurso a “cualquier material o condición existente en la naturaleza que puede estar sujeto a la explotación económica”.

      Un movimiento cada vez más vigoroso rechaza actualmente la percepción dominante sobre los “recursos naturales” y sus implicaciones. Para un número creciente de personas, referirse a la Madre Tierra no es apelar a una metáfora, sino expresar una relación de respeto y responsabilidad con quien nos nutre. Exigen que no se le trate de ningún modo como “recurso”.

      La pobreza de la pobreza

      Tesis central del libro es la relación indisoluble entre justicia ecológica y justicia social. El alza de los precios de las materias primas a principios de siglo parecía justificar que los nuevos gobiernos se concentraran en su producción. El neoextractivismo, observa Bartelt, se constituía simplemente en la promesa de que los ingresos derivados de las exportaciones primarias servirían para la redistribución, pero su ímpetu “emancipador” se basó en herramientas y orientaciones que impiden la propia emancipación, y además, dejó de lado la dimensión ecológica.

      Bartelt reconoce sin ambages la notable reducción de la pobreza en la región en este siglo, cuando según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) pasó de 46% a 28.5% entre 2002 y 2014. Reconoce también el valor de las políticas de redistribución que adoptaron los gobiernos “progresistas” apenas llegaron al poder; sin embargo, no considera que tal evolución deba atribuirse a una política “de izquierda”. Gobiernos conservadores consiguieron resultados semejantes o incluso mejores. Fue, dice Bartelt, “una política contra la pobreza, pero no contra los ricos”. El sistema de transferencias convirtió a los miserables en pobres, no a los pobres en clasemedieros. En general, no reconoció que la condición que se combatía era resultado necesario de la inequidad producida por una política que, lejos de eliminarse, se intensificó.

      En este sentido, es preciso repensar lo que se llama “pobreza”, pues se le considera una condición realmente existente, que se mide, se estudia y puede reducirse. Su asociación con “carencias”, empero, muestra su verdadero carácter. Una “carencia” no puede verse; se compara lo que se ve con una norma subjetiva arbitraria. Inicialmente era una cifra: el ingreso de una persona o el producto interno bruto de un país; se consideró “pobre” a quien no llegara al nivel prescrito. Sin abandonar esa referencia, la pobreza se relaciona ahora con un paquete de bienes y servicios que definiría al ciudadano “normal”. Será considerado “pobre” quien no tenga acceso a ellos.

      La guerra contra la subsistencia autónoma que definió desde su inicio al capitalismo genera “carencias” y las correspondientes “necesidades”. La expresión “propiedad privada” muestra la huella de su origen: se privó a alguien de algo. Quienes son privados de sus medios para subsistir carecen de comida, techo, empleo…; los necesitan. En las últimas décadas, cuando el modo de producción se transformó en modo de despojo, un número creciente de personas ha perdido lo que tenía, lo mismo bienes que derechos y condiciones de vida. Se multiplican las “carencias”. Lo importante, por ende, consiste en detener el despojo y al mismo tiempo combatir una “norma de vida” definida por quienes conducen la depredación natural y social y convierten en sus cómplices a quienes se encuentran por encima de la “línea de la pobreza” y han adoptado un patrón consumista insensato y depredador.

      Las

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