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Ceres quería decir. Especialmente dado todo lo que iba a suceder a continuación.

       —¿Y no lo eres? —exigió Ceres—. Oh, perdona, y yo pensando que me habías metido en un hoyo de piedra, esperando la muerte.

      —En realidad, esperando la tortura —dijo Estefanía—. Pero es culpa tuya. Tú mereces todo lo que te pase después de todo lo que intentaste quitarme. Thanos era mío.

      Tal vez, realmente lo creía. Tal vez, sinceramente sentía que era normal intentar asesinar a tus rivales en las relaciones y en la vida.

      —¿Y el resto? —dijo Ceres—. ¿Vas a intentar convencerme de que en el fondo eres una buena persona, Estefanía? Porque estoy bastante segura de que el barco zarpó en el momento en el que tú intentaste mandarme a la Isla de los Prisioneros.

      Quizá no debería haberse reído de ella de aquella manera, porque Estefanía levantó un tercer cubo de agua. Pareció que pensarlo por un momento, encogió los hombros y se lo arrojó por encima a Ceres como un baño de agua helada.

      —Estoy diciendo que la bondad aquí no encaja, estúpida campesina —le gritó a Ceres mientras esta tiritaba—. Vivimos en un mundo que intentará quitarte todo lo que tienes sin ni siquiera preguntar. Sobre todo, si eres una mujer. Siempre hay bestias como Lucio. Siempre están los que desean tomar y tomar.

      —Por eso luchamos contra ellos —dijo Ceres—. ¡Nosotros liberamos a la gente! Los protegemos.

      Oyó que Estefanía se reía de eso.

      —Realmente crees que la estupidez funciona, ¿verdad? —dijo Estefanía—. Piensas que la gente en el fondo es buena, y que todo irá bien si les das una oportunidad.

      Lo dijo como si fuera algo de lo que mofarse, en lugar de una buena filosofía de vida.

      —La vida no es así —continuó Estefanía—. La vida es una guerra, que se libra de cualquier modo que encuentres para hacerlo. No des poder sobre ti a nadie, y toma todo el poder que puedas. De este modo, tienes la fuerza para machacarlos cuando intenten traicionarte.

      —Yo no me siento muy machacada —replicó Ceres—. No iba a permitir que Estefanía viera lo débil y vacía que se sentía en aquel momento. Iba a crear la pretensión de fuerza, con la esperanza de poder encontrar el modo de seguir con la realidad.

      Vio que Estefanía encogía los hombros.

      —Te sentirás. Ahora mismo, tu rebelión está luchando en una batalla con el ejército de Felldust. Puede que gane y entonces yo te venderé para poder salir de la ciudad con toda la riqueza que consiga. Sin embargo, mi sospecha es que Felldust caerá como una ola sobre la ciudad. Dejaré que se abran camino como puedan por las murallas de este castillo, hasta que estén dispuestos a hablar.

      —¿Piensas que unos hombres así hablarán contigo? —exigió Ceres—. Te matarán.

      Ceres no estaba segura de por qué advertía tanto a Estefanía. El mundo sería un lugar mejor si alguien la mataba, aunque fueran los ejércitos de Felldust.

      —¿Crees que no he pensado en ello? —argumentó Estefanía—. Felldust es díscolo. No puede permitirse que sus soldados se queden sentados, mientras asedian un castillo que no pueden tomar. Estarían luchando entre ellos en cuestión de semanas, si no antes. Tendrán que hablar.

      —¿Y crees que jugarán limpio contigo? —preguntó Ceres.

      A veces, apenas podía creer la prepotencia que mostraba Estefanía.

      —No soy estúpida —dijo Estefanía—. Tengo a una de mis doncellas preparándose para hacerse pasar por mí para la primera reunión, para que si nos traicionan, yo tenga tiempo de huir de la ciudad por los túneles. Después de eso, te entregaré, de rodillas y encadenada, a la Primera Piedra Irrien. Una ofrenda con la que empezar las negociaciones de paz. Y ¿quién sabe? Quizás a la Primera Piedra Irrien estará… dispuesto a unir nuestras dos naciones. Siento que podría hacer mucho junto a una persona así.

      Ceres negó con la cabeza al pensarlo. Ella no se arrodillaría bajo las órdenes de Estefanía como tampoco lo haría ante cualquier otro noble.

      —Piensas que te daré la satisfacción…

      —Pienso que no me hace falta esperar a que des nada —replicó Estefanía—. Puedo coger lo que quiera de ti, incluso tu vida. Recuerda esto de aquí en adelante: si no fuera por esta guerra, te hubiera mostrado misericordia y te hubiera matado.

      Al parecer, Estefanía tenía una idea sobre la misericordia tan extraña como de todas las demás cosas del mundo.

      —¿Qué te pasó? —le preguntó Ceres. ¿Qué te convirtió en esto?

      Estefanía sonrió ante aquello.

      —Vi el mundo tal y como era. Y ahora, creo, el mundo te verá tal y como eres. No puedo matarte, así que destruiré el símbolo en el que te convertiste. Vas a luchar por mí, Ceres. Una y otra vez, sin la fuerza que hizo que la gente pensara que eras tan especial. Entremedio, encontraremos maneras de empeorar las cosas.

      Aquello no sonaba tan diferente a cualquier cosa que hubieran intentado hacer Lucio o los miembros de la realeza.

      —No acabarás conmigo —le prometió Ceres—. No voy a derrumbarme y a suplicarte solo para diversión tuya, o por tu venganza insignificante, o como quieras llamarlo.

      —Lo harás —le prometió Estefanía a cambio—. Te arrodillarás ante la Primera Piedra Irrien de Felldust y suplicarás ser su esclava. Me aseguraré de ello.

      CAPÍTULO SEIS

      Felene había robado barcos de sobra en sus tiempos y estaba satisfecha de ver que este era uno de los mejores. No era mucho más que un esquife, pero navegaba a la perfección, parecía responder tan rápido como el pensamiento y parecía una extensión de ella misma.

      —Necesitaría que tuviera más agujeros como este —dijo Felene, moviéndose para achicar el agua que había anegado un lado. Le dolía incluso hacer esto, y las veces que tenía que remar porque había parado el viento…

      Felene hacía una mueca de dolor con solo pensarlo.

      Examinó la herida con cuidado, moviendo el brazo en todas direcciones para estirar los músculos de la espalda. Había algunos movimientos en los que casi parecía que podía ignorar su presencia, pero había otros…

      —¡Que las profundidades te lleven! —blasfemó Felene cuando el dolor la atravesó, ardiente, como un destello.

      Lo peor era que cada destello de dolor traía consigo recuerdos de cuando la apuñalaron. De mirar a Elethe a los ojos mientras Estefanía la apuñalaba por detrás. Cada dolor físico traía consigo el sufrimiento de la traición. Se había atrevido a pensar…

      —¿En qué? —exigió Felene—. ¿Qué por fin podrías acabar siendo feliz? ¿Qué te lanzarías a la deriva con una princesa y una chica hermosa, y el mundo os dejaría en paz?

      Era un pensamiento estúpido. El mundo no ofrecía los finales felices que encuentras en las historias de los poetas. Desde luego, no para ladronas como ella. No importaba lo que sucediera, siempre habría algo más que robar, ya fuera una joya o un trozo de mapa, o el corazón de alguna chica que después resultaría…

      —Basta —se dijo Felene a sí misma, pero aquello era más difícil de lo que parecía. Algunas heridas no se curaban.

      Y no es que la física lo hubiera hecho ya. Se la había cosido lo mejor que pudo en la playa, pero a Felene le empezaba a preocupar el agujero que el cuchillo de Estefanía le había dejado en la espalda. Se levantó la camisa lo suficiente para empaparla con el agua del mar, apretando los dientes por el dolor mientras la limpiaba.

      A Felene la habían herido antes y esta herida no tenía buen aspecto. Había visto heridas como esta en otros y, en general, no habían acabado bien. Estaba

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