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niño pequeño en ese momento. Sabía que el abuelo siempre tenía razón. Diablito no siempre entendía el por qué, pero eso no importaba. El abuelo tenía razón, y él estaba equivocado. Así eran las cosas. Así es como siempre habían sido las cosas.

      Diablito se había sentido aliviado cuando ya se había hecho demasiado mayor para seguir recogiendo dulces. Desde entonces, había estado libre para sentarse en el porche dándoles caramelos a los niños. Se sentía feliz por ellos. Le alegraba que estuvieran disfrutando de su infancia, aunque él no había disfrutado de la suya.

      Tres niños subieron hasta el porche. Un niño estaba disfrazado de El Hombre Araña, una chica de Gatúbela. Se veían como de nueve años de edad. El disfraz del tercer niño hizo a Diablito sonreír. Una niña de siete años llevaba un traje de abejorro.

      “¡Dulce o truco!”, gritaron todos frente a Diablito.

      Diablito se rio entre dientes y rebuscó entre la cesta para dulces. Les entregó los dulces a los niños. Ellos le dieron las gracias y se fueron.

      “¡Deja de darles dulces!”, gruñó el abuelo. “¿Cuándo vas a dejar de alentar a los pequeños bastardos?”.

      Diablito había estado desafiando al abuelo durante un par de horas. Tendría que pagar por ello más tarde.

      Mientras tanto, el abuelo todavía estaba quejándose. “No olvides que tenemos trabajo por hacer mañana en la noche”.

      Diablito no respondió, solo escuchaba el columpio del porche chirriar. No, no olvidaría lo que tenía que hacer mañana por la noche. Era un trabajo sucio, pero tenía que hacerlo.

      *

      Libby Clark siguió a su hermano y a su primo al bosque oscuro que estaba detrás de todos los patios del vecindario. Ella no quería estar allí, quería estar en su cama.

      Su hermano, Gary, estaba liderando el camino con una linterna. Se veía extraño con su disfraz de El Hombre Araña. Su prima Denise seguía a Gary en su traje de Gatúbela. Libby estaba trotando detrás de ambos.

      “Apúrense”, dijo Gary, avanzando.

      Se deslizó entre dos arbustos fácilmente. Denise lo siguió, pero el traje de Libby era grande y se quedó atrapado en unas ramas. Ahora tenía algo nuevo que temer. Si arruinaba el disfraz de abejorro, mamá se volvería loca. Libby logró desenredarse y corrió para alcanzarlos.

      “Quiero irme a casa”, dijo Libby.

      “Adelante”, dijo Gary, avanzando a buen ritmo.

      Per Libby tenía miedo de regresar. Habían avanzado demasiado ya. No se atrevía a volver sola.

      “Tal vez todos deberíamos regresar”, dijo Denise. “Libby está asustada”.

      Gary se detuvo y se dio la vuelta. Libby quería ser capaz de ver su rostro detrás de esa máscara.

      “¿Qué pasa, Denise?”, dijo. “¿También estás asustada?”.

      Denise se echó a reír de los nervios.

      “No”, dijo. Libby sabía que estaba mintiendo.

      “Entonces sigamos”, dijo Gary.

      El pequeño grupo siguió moviéndose. El suelo estaba empapado y lodoso, y Libby estaba en malezas húmedas que llegaban hasta sus rodillas. Por lo menos había dejado de llover. La luna estaba comenzando a salir de detrás de las nubes. Pero también había más frío, y Libby estaba húmeda y estaba temblando, y tenía mucho, mucho miedo.

      Los árboles y arbustos finalmente dieron a un gran claro. Vapor se elevaba de la tierra mojada. Gary, Denise y Libby se detuvieron justo en el borde del espacio.

      “Aquí está”, susurró Gary, señalando. “Miren, es un cuadrado, como si debía haber una casa o algo más allí. Pero no hay una casa. No hay nada allí. Ni los árboles ni los arbustos pueden crecer aquí. Solo malas hierbas. Eso es porque esta tierra está maldita. Aquí habitan fantasmas”.

      Libby recordó lo que su papá le había dicho.

      “Los fantasmas no existen”.

      Aún así, sus rodillas temblaban. Tenía miedo de orinarse encima. Eso no le gustaría a mamá.

      “¿Qué son esas?”, preguntó Denise.

      Ella señaló a dos formas alzándose de la tierra. A Libby le parecían grandes tuberías que fueron dobladas en la parte superior, y estaban casi completamente cubiertas de hiedra.

      “No lo sé”, dijo Gary. “Me recuerdan a los periscopios de los submarinos. Tal vez los fantasmas nos están observando. Ve a echar un vistazo, Denise”.

      Denise dejó escapar una risa.

      “¡Échale un vistazo tú!”, dijo Denise.

      “Está bien, lo haré”, dijo Gary.

      Gary caminó hacia el claro y se acercó a una de las formas. Se detuvo en seco a un metro de ella. Luego se dio la vuelta y se unió de nuevo a su prima y su hermana.

      “No sé qué es”, dijo.

      Denise dejó escapar una risa de nuevo. “¡Eso es porque ni siquiera miraste!”, dijo.

      “Sí lo hice”, dijo Gary.

      “¡No lo hiciste! ¡Ni siquiera te acercaste!”.

      “Sí me acerqué. Si estás tan curiosa, échale un vistazo tú misma”.

      Denise se quedó callada por un momento, luego comenzó a acercarse a la forma. Logró acercarse un poco más que Gary, pero entonces se regresó trotando sin detenerse.

      “Tampoco sé qué es”, dijo.

      “Es tu turno, Libby”, dijo Gary.

      El miedo de Libby estaba comenzando a abrumarla.

      “No la hagas ir, Gary”, dijo Denise. “Ella es muy pequeña”.

      “No es muy pequeña. Está creciendo. Es hora de qué actúe”.

      Gary le dio a Libby un empujón fuerte. Se encontró un metro dentro del claro. Se dio la vuelta y trató de regresar, pero Gary estiró su mano para detenerla.

      “No”, dijo. “Denise y yo fuimos. Tienes que ir también”.

      Libby tragó grueso y se dio la vuelta al gran espacio con sus dos cosas dobladas. Tenía la sensación escalofriante de que podrían estar mirándola también.

      Recordó las palabras de su papá de nuevo...

      “Los fantasmas no existen”.

      Su papá no mentiría sobre algo como eso. ¿A qué le tenía miedo de todos modos?

      Además, estaba enojándose con Gary por portarse como un bravucón. Estaba casi igual de molesta que de asustada.

      “Ya lo verá”, pensó.

      Sus piernas aún temblando, dio paso tras paso hacia el espacio cuadrado grande. Mientras caminaba hacia lo metálico, Libby realmente se sentía más valiente.

      Cuando logró acercarse bastante, más de lo que Gary o Denise se habían acercado, se sintió muy orgullosa de sí misma. Aún así, no sabía qué era lo que estaba mirando.

      Con más coraje que hasta incluso pensaba que tenía, extendió su mano hacia la forma. Empujó sus dedos entre las hojas de hiedra, con la esperanza de que su mano no fuera comida o que quizás le sucediera algo peor. Sus dedos se acercaron al tubo metálico.

      “¿Qué es esto?”, se preguntó.

      Sintió una ligera vibración en la tubería. Y escuchó algo. Parecía que el sonido venía de la tubería.

      Se inclinó bastante a la tubería. El sonido era débil, pero sabía que no lo estaba imaginando. El sonido era real, y era el de una

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