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una orden de búsqueda en su contra a hora y media de haberles informado a los Dearborne de la muerte de su hija. Mientras vigilaba el vecindario, Ramírez volvió a demostrarle a Avery cuán en sintonía estaba con ella. “Todo esto te está haciendo pensar en Rose, ¿cierto?”, preguntó.

      “Sí”, admitió. “¿Cómo lo supiste?”.

      Él sonrió. “Porque conozco tu rostro demasiado bien. Sé cuando estás enojada, sé cuando estás avergonzada, incómoda y feliz. También noté que alejaste la mirada de las fotos de Patty en la casa de sus padres. Patty no era mucho mayor que Rose. Ya entiendo. ¿Es por eso que insististe en darles la noticia a sus padres?”.

      “Sí. Me pillaste”.

      “Sucede de vez en cuando”, dijo.

      El teléfono de Avery sonó a las 10:08. O’Malley estaba en la línea, sonando cansado y emocionado. “Localizamos a Allen Haggerty saliendo de un bar en el Leather District”, dijo. “Dos de nuestros chicos lo tienen. ¿En cuánto tiempo pueden llegar allá?”.

      “El Leather District”, pensó. “Rose y yo estuvimos allá hoy, pensando en lo buenas que eran nuestras vidas y cómo estábamos reparando nuestra relación. Y ahora hay un posible asesino en ese mismo lugar. Se siente... raro”.

      “¿Black?”.

      “Diez minutos”, respondió. “¿Cómo se llama el bar?”.

      Anotó la información y Ramírez los condujo a la misma zona de la ciudad donde había pasado un buen rato con su hija hace menos de doce horas.

      Saber que eso era algo que Patty Dearborne no volvería a hacer entristecía su corazón. También la enojaba un poco.

      Francamente no veía la hora de atrapar al hijo de puta.

      ***

      Los dos agentes que habían localizado a Allen Haggerty parecían estar felices de salir de él. Uno de los oficiales era un chico al que Avery había llegado a conocer bastante bien, un hombre mayor que probablemente se retiraría en unos años. Su nombre era Andy Liu y siempre parecía tener una sonrisa en su rostro. Pero no ahora. Ahora se veía irritado.

      Los cuatro se reunieron afuera de la patrulla de Andy Liu. En el asiento trasero, Allen Haggerty los miraba, confundido y claramente molesto. Unas pocas personas trataron de ver lo que estaba pasando sin ser demasiado obvias.

      “¿Se portó mal?”, preguntó Ramírez.

      “No realmente”, dijo el compañero de Andy. “Solo está un poco borracho. Estuvimos a punto de llevarlo a la comisaría y meterlo en una sala de interrogatorios, pero O’Malley dijo que quería que hablaras con él primero antes de tomar ese tipo de decisión”.

      “¿Sabe por qué quiere que hable con él?”, preguntó Avery.

      “Le informamos acerca de la muerte de Patty Dearborne”, dijo Andy. “Perdió la razón en ese momento. Traté de controlarlo en el bar, pero a la final tuve que esposarlo”.

      “Está bien”, dijo Avery. Miró el asiento trasero de la patrulla y frunció el ceño. “¿Podrías prestarme tu patrulla un momento?”.

      “Claro”, dijo Andy.

      Avery se sentó del lado del conductor, mientras que Ramírez se deslizó en el asiento del pasajero. Se pusieron de lado para poder echarle un buen vistazo a Allen.

      “¿Cómo sucedió?”, preguntó Allen. “¿Cómo murió?”.

      “Aún no lo sabemos a ciencia cierta”, dijo Avery, no viendo motivo alguno para ocultarle la verdad. Había aprendido hace mucho tiempo que siempre era mejor ser honesto cuando estabas tratando de analizar a un posible sospechoso. “Su cuerpo fue descubierto en un río congelado, bajo el hielo. No tenemos información suficiente para saber si eso fue lo que la mató o si la mataron antes de ser arrojada al río”.

      “Creo que eso fue un poco insensible”, pensó Avery al observar lo conmocionado que se veía Allen. Aun así, ver esa expresión genuina en su rostro la ayudó a entender que Allen Haggerty no tuvo nada que ver con la muerte de Patty.

      “¿Cuándo fue la última vez que se vieron?”, preguntó Avery.

      Era evidente que le estaba costando pensar. Avery estaba bastante segura de que esta noche sería muy difícil para Allen.

      “Hace poco más de un año, supongo”, respondió finalmente. “Y fue una coincidencia. Me encontré con ella mientras estaba saliendo de un supermercado. Nos miramos el uno al otro como por dos segundos y luego se alejó rápidamente. Y no la culpo. Yo fui un idiota y me obsesioné con ella”.

      “¿Y no hubo ningún contacto desde entonces?”, preguntó Avery.

      “Ninguno. Enfrenté la realidad. Ella no quería nada conmigo. Y estar obsesionado con una persona realmente no es la manera de ganártela, ¿entiende?”.

      “¿Sabe de alguien que pudo haber sido capaz de hacerle esto?”, preguntó Ramírez.

      Una vez más, Allen se tomó un momento para responder. En ese instante el teléfono de Avery sonó. Miró la pantalla y vio que era O’Malley.

      “¿Sí?”, dijo ella rápidamente.

      “¿Dónde estás?”, le preguntó él.

      “Hablando con el ex novio”.

      “¿Existe alguna posibilidad de que sea el hombre que estamos buscando?”.

      “No creo”, dijo, mirando el rostro adolorido de Allen en el asiento trasero.

      “Excelente. Te necesito en la estación ahora mismo”.

      “¿Todo está bien?”.

      “Eso depende del cristal con que se mire”, respondió O’Malley. “Acabamos de recibir una carta del asesino”.

      CAPÍTULO SEIS

      Incluso antes de que Avery y Ramírez pudieran entrar en la comisaría, Avery vio que esta situación se había salido de las manos de todos. Tuvo que maniobrar cuidadosamente el auto a través del estacionamiento de la A1 para no chocar a los reporteros o furgonetas de noticias. El lugar era un circo, y ni siquiera habían entrado aún.

      “Esto se ve mal”, dijo Ramírez.

      “Sí”, dijo ella. “¿Cómo demonios se enteró la prensa de esta carta si llegó directamente a la comisaría?”,

      Ramírez solo se encogió de hombros. Ambos se bajaron del auto y corrieron al interior. Unos reporteros se metieron en su camino, y uno de ellos se colocó directamente en frente de Avery. Estuvo a punto de chocar con él, pero logró echarse a un lado justo a tiempo. Lo oyó llamarla perra en voz baja, pero eso era lo que menos la preocupaba en estos momentos.

      Se abrieron camino a la puerta, los periodistas gritándoles, pidiéndoles comentarios y tomando fotos. Avery estaba que hervía y habría saltado ante la oportunidad de poder golpear a uno de esos reporteros entrometidos en toda la nariz.

      Cuando finalmente entraron a la comisaría y cerraron la puerta con llave detrás de ellos, vio que la situación era similar adentro. Había visto la A1 en un estado de urgencia y desorden antes, pero esto era algo nuevo. “Tal vez hubo una filtración en la A1”, pensó Avery mientras caminaba rápidamente hacia la oficina de Connelly. Sin embargo, antes de llegar, lo vio corriendo por el pasillo. O’Malley y Finley marchaban detrás de él.

      “Sala de conferencias”, gritó Connelly.

      Avery asintió, girando a la derecha en el pasillo. Notó que no había nadie más alrededor de la puerta de la sala de conferencias, significando que esta reunión sería pequeña. Y ese tipo de reuniones por lo general no eran agradables. Ella y Ramírez siguieron a Connelly a la sala. Justo cuando O’Malley y Finley entraron, Connelly

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