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Nada raro allí. Las cámaras en el edificio fueron desactivadas y ningún otro lente tenía una vista del edificio. Sin embargo, encontramos algo en la librería de Venemeer. Estaba abierta hoy. Tiene dos trabajadores a tiempo completo. No sabían nada de la muerte de la víctima y estaban genuinamente sorprendidos. No parecían sospechosos viables, pero ambos mencionaron que la tienda se había visto afectada recientemente por una pandilla local conocida como el Escuadrón de la muerte de Chelsea. El nombre proviene de su sitio principal para reunirse en la calle Chelsea. Hablé con nuestra unidad de pandillas y me enteré de que es una pandilla latina relativamente nueva asociada a un montón de otros cárteles. Su líder es Juan Desoto”.

      Avery había oído hablar de Desoto de sus días trabajando con pandillas durante sus años de novata. Podría ser un pequeño actor en una nueva pandilla, pero llevaba años siendo el sicario de varias pandillas establecidas en todo Boston.

      “¿Por qué un sicario de la mafia con su propia pandilla querría matar a la propietaria de una librería local y luego depositar el cuerpo en un yate?”, se preguntó.

      “Me parece que tienes una gran pista”, dijo Holt. “Es alarmante que tenemos que darles las riendas a un departamento al otro lado del canal. Lamentablemente, así es la vida. ¿No es así, capitán O’Malley? Hacer concesiones, ¿cierto?”. Sonrió.

      “Así es”, contestó O’Malley de mala gana.

      Simms se sentó más derecho en su silla.

      “Juan Desoto sin duda sería mi sospechoso número uno. Si este fuera mi caso, intentaría visitarlo primero”, dijo.

      Todas estas pullas molestaban a Avery.

      “¿Realmente necesito esto?”, pensó. A pesar de que estaba completamente intrigada por el caso, las líneas borrosas entre quién manejaba qué la molestaban. “¿Tengo que seguir su pista? ¿Es mi supervisor ahora? ¿O puedo hacer lo que me dé la gana?”.

      Parecía que O’Malley había leído sus pensamientos.

      “Creo que estamos listos aquí. ¿Cierto, Will?”, dijo antes de hablarles exclusivamente a Avery y Ramírez. “Después de esto, ustedes dos estarán a cargo a menos que necesiten comunicarse de nuevo con el detective Simms para hablar de cualquier cosa referente a la información que acabamos de cubrir. Les están haciendo copias de los archivos en este mismo momento. Serán enviados a la A1. Entonces, a menos que haya alguna otra pregunta, pueden empezar”, dijo, suspirando y poniéndose de pie. “Tengo que seguir dirigiendo un departamento”.

      *

      La tensión en la A7 mantuvo a Avery incómoda hasta que salieron del edificio, pasaron los reporteros de noticias y regresaron a su auto.

      “Eso salió bien”, dijo Ramírez. “¿Sí sabes lo que pasó ahí?”, preguntó. “Te acaban de entregar el caso más grande que la A7 ha tenido en años, y solo porque eres Avery Black”.

      Avery asintió con la cabeza, más no dijo nada.

      Estar a cargo tenía un alto precio. Era capaz de hacer las cosas a su manera pero, si surgían problemas, ella sería totalmente responsable. Además, tenía la sensación de que no esa no sería la última vez que hablaría con la A7. “Se siente como si tuviera dos jefes ahora”, se dijo a sí misma.

      “¿Cuál es nuestro próximo movimiento?”, preguntó Ramírez.

      “Medio arreglemos las cosas con la A7 visitando a Desoto. No estoy segura de lo que descubriremos, pero si su pandilla estaba acosando a la propietaria de una librería, me gustaría saber el por qué”.

      Ramírez silbó.

      “¿Cómo sabes dónde encontrarlo?”.

      “Todo el mundo sabe dónde encontrarlo. Es dueño de una pequeña cafetería en la calle Chelsea, justo al lado de la autopista y el parque”.

      “¿Crees que es nuestro hombre?”.

      “Desoto está muy familiarizado con el arte de matar”. Avery se encogió de hombros. “No estoy segura si esta escena del crimen encaja con su modus operandi, pero podría saber algo. Es una leyenda en todo Boston. Sé que ha trabajado para los negros, irlandeses, italianos, hispanos, con todo el mundo. Cuando yo era una novata lo llamaban el ‘Asesino fantasma’. Durante años, nadie creía que existía. La Unidad de Pandillas lo había vinculado con trabajos hasta la ciudad de Nueva York. Nadie pudo probar nada. Lleva muchos años siendo el dueño de esa cafetería”.

      “¿Lo conociste alguna vez?”.

      “No”.

      “¿Sabes cómo es?”.

      “Sí”, dijo. “Vi una foto de él una vez. Tiene la piel clara y es muy, muy grande. Creo que sus dientes estaban afilados también”.

      Se volvió hacia ella y sonrió, pero debajo de esa sonrisa veía el mismo pánico y descarga de adrenalina que ella misma estaba empezando a sentir. Se estaban dirigiendo a la boca del lobo.

      “Esto debe ser interesante”, dijo.

      CAPÍTULO SEIS

      La cafetería de la esquina estaba en el norte del paso subterráneo a la autopista East Boston. Era un edificio de ladrillo de un piso con un letrero que decía: “Cafetería”. Las ventanas estaban tapadas.

      Avery se estacionó cerca de la entrada de la puerta y se bajó.

      El cielo se había oscurecido. Hacia el suroeste, pudo ver el horizonte de la puesta de sol de color naranja, rojo y amarillo. Una tienda de comestibles estaba en la esquina opuesta. Casas residenciales llenaban el resto de la calle. La zona era tranquila y modesta.

      “Hagámoslo”, dijo Ramírez.

      Después de un largo día simplemente estando sentado en una reunión, Ramírez se veía animado y listo para la acción. Su entusiasmo preocupaba a Avery. “A las pandillas no les agrada que policías nerviosos invadan su territorio”, pensó. “Especialmente aquellos sin órdenes judiciales que solo están molestándolos por chismes que oyeron”.

      “Cálmate”, le dijo. “Yo haré las preguntas. Nada de movimientos repentinos. Nada de malas disposiciones. Estamos aquí solo para hacer preguntas y ver si pueden ayudar”.

      “Está bien”. Ramírez frunció el ceño, y su lenguaje corporal decía lo contrario.

      Oyeron el tintineo de una campana cuando entraron en la cafetería.

      El pequeño espacio tenía cuatro mesas cerradas rojas y acolchadas y un solo mostrador donde la gente podía pedir café y otros productos para el desayuno durante todo el día. El menú apenas tenía quince elementos y había pocos clientes.

      Dos hombres latinos mayores y delgados con pinta de vagabundos bebían café en una de las mesas cerradas a la izquierda. Un caballero más joven con anteojos de sol y un sombrero de fieltro negro estaba encorvado en una de las mesas cerradas con la espalda a la puerta. Llevaba una camiseta sin mangas negra. Era evidente que tenía un arma enfundada en el hombro. Avery miró sus zapatos. “Treinta y nueve”, pensó. “Cuarenta como mucho”.

      “Puta”, susurró a lo que vio a Avery.

      Los hombres mayores parecían no saber qué estaba pasando.

      No se veía ningún chef o empleado detrás del mostrador.

      “Hola”. Avery saludó con la mano. “Queremos hablar con Juan Desoto si está aquí”.

      El joven se rio.

      Dijo algunas cosas en otro idioma.

      “Dice: ‘Jódete, puta policía, tú y tu amiguito’”, tradujo Ramírez.

      “Qué encantador”, dijo Avery. “Oye, no queremos problemas”, agregó y levantó las dos manos. “Solo queremos

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