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decidido quedarse a su lado todo este tiempo.

      Antes de que la conversación pudiera avanzar, Finley volvió a entrar en la sala con una carpeta de archivos que no contenía mucho. La colocó frente a ella, obteniendo una señal de aprobación de Connelly.

      Avery abrió las imágenes y las examinó. Había siete en total. O’Malley no había exagerado. Las imágenes eran bastante alarmantes.

      Había sangre por todas partes. La niña había sido arrastrada a un callejón y despojada de su ropa. Su brazo derecho parecía estar roto. Tenía el cabello rubio, aunque la mayor parte estaba manchada de sangre. Avery buscó heridas de bala o de arma blanca, pero no vio ninguna. No fue hasta que llegó a la quinta imagen que un primer plano de la cara de la chica reveló el método de matar.

      “¿Clavos?”, preguntó.

      “Sí”, dijo O’Malley. “Y por lo que vemos, fueron colocados con tanta precisión y fuerza que el asesino tuvo que haberlo hecho con una de esas pistolas de clavos. El equipo de ciencias forenses está trabajando en ello, así que solo podemos especular por los momentos. Creemos que el primer disparo fue el que la alcanzó detrás de la oreja izquierda. Debió haber sido disparado desde lejos porque no perforó por completo. Perforó el cráneo, pero eso es lo único que sabemos hasta ahora”.

      “Y si ese no fue el que la mató”, dijo Connelly, “el que entró por debajo de su mandíbula desde luego lo hizo. Desgarró la parte inferior de su boca, perforó su paladar y entró por su fosa nasal hasta llegar al cerebro”.

      “Parece obra de Howard Randall”, pensó Avery. “Eso no se puede negar”.

      Sin embargo, había otras cosas en la imagen que no se alineaban con lo que sabía sobre Howard Randall. Estudió las imágenes, descubriendo que, de todos los casos en los que había trabajado, estas imágenes estaban entre las más sangrientas e inquietantes.

      “Entonces, ¿qué es exactamente lo que necesitan de mí?”.

      “Como ya dije... conoces a este tipo bastante bien. Basándote en lo que sabes, yo quiero saber dónde podría estarse quedando. Me atrevo a decir que se quedó aquí en la ciudad basándome en este asesinato”.

      “¿No es peligroso asumir que esta es la obra de Howard Randall?”.

      “¿Dos semanas después de que se escapó de la cárcel?”, preguntó Connelly. “No. Más bien me dice a gritos que fue Howard Randall. ¿Necesitas volver a revisar las fotos de las escenas de los crímenes de sus casos?”.

      “No”, dijo Avery enrabietada. “No es necesario”.

      “¿Qué puedes decirnos entonces? Hemos estado buscándolo durante dos semanas y hasta los momentos no tenemos nada”.

      “Pensé que no me querías en el caso”.

      “Necesito tu consejo y ayuda”, dijo Connelly.

      Le pareció un insulto, pero no quiso discutir. Además, le daría a su mente algo en qué centrarse aparte de la condición de Ramírez.

      “Nunca me daba respuestas directas cuando hablaba con él. Siempre me hablaba en acertijos. Lo hizo para meterse conmigo, para hacerme trabajar por la respuesta. También lo hizo simplemente para divertirse. Creo que me consideraba una conocida. No una amiga, pero alguien con quien podía hablar de cosas intelectuales”.

      “¿Y no estaba resentido por todo ese drama que vivió contigo?”.

      “¿Por qué lo estaría?”, preguntó ella. “Yo logré que saliera en libertad. Recuerden que, en esencia, él mismo fue el que se entregó después. Volvió a matar solo para mostrar lo incompetente que yo era”.

      “Pero estas pequeñas visitas en la cárcel... ¿le agradaban?”.

      “Sí. Y, honestamente, nunca lo entendí. Creo que se trataba del respeto. Y aunque suene muy tonto, creo que hay una parte de él que siempre lamentó el último asesinato, de haberme hecho quedar mal en el proceso”.

      “¿Y te habló alguna vez de tratar de escapar?”, preguntó O’Malley.

      “No. En todo caso, se sentía cómodo allí. Nadie se metía con él. Todo el mundo lo respetaba. También lo temían. Pero era básicamente el rey de ese lugar”.

      “Entonces ¿por qué se escapó?”, preguntó Connelly.

      Avery sabía a qué quería llegar, lo que estaba tratando de hacerla decir. Y lo peor de todo era que tenía sentido. “Howard solo se escaparía si tuviera algo que hacer afuera. Algún asunto pendiente. O tal vez solo estaba aburrido”, pensó.

      “Es un hombre inteligente”, dijo Avery. “Muy inteligente. Tal vez quería ser desafiado de nuevo”.

      “O tal vez quería volver a matar”, dijo Connelly con disgusto, señalando las imágenes.

      “Posiblemente”, concedió ella. Luego miró las fotos. “¿Cuándo fue encontrada?”.

      “Hace tres horas”.

      “¿Su cuerpo sigue allí?”.

      “Sí, acabamos de regresar de la escena. El médico forense llegará a la escena en unos quince minutos. El equipo de ciencias forenses se quedó allí con el cuerpo mientras llegaba”.

      “Llama al equipo, diles a todos que esperen. Que no toquen el cuerpo. Quiero ver la escena”.

      “Te dije que no estás en este caso”, dijo Connelly.

      “Eso es verdad. Pero si quieres que te diga en qué tipo de estado mental se encuentra Howard Randall, si es que cometió este asesinato, mirar las fotos no será suficiente. Y, a riesgo de sonar arrogante, sabes que soy la mejor investigadora de escenas del crimen”.

      Connelly maldijo por lo bajo. Sin decir nada más, se alejó de ella y sacó su teléfono celular. Tecleó el número y logró comunicarse con alguien unos segundos más tarde.

      “Es Connelly”, dijo. “Miren. No muevan el cuerpo. Avery Black está en camino”.

      CAPÍTULO TRES

      Por extraño que parezca, Connelly le encargó a Finley la tarea de dirigirse a la escena del crimen con ella. Finley no habló mucho en el camino, mirando por la ventana pensativamente. Sabía que Finley nunca se había metido en las profundidades de los casos de gran repercusión mediática. Sentía lástima por él si este era su primer caso.

      “Creo que se están preparando para lo peor, alguien necesita dar un paso adelante si Ramírez no sobrevive. Finley es tan bueno como cualquiera. Mejor, tal vez”, pensó.

      Cuando llegaron a la escena del crimen, era evidente que el equipo de ciencias forenses y los investigadores de la escena del crimen habían terminado sus labores. Estaban pasando el rato, la mayoría de ellos parados cerca de la cinta de la escena del crimen colocada alrededor de la entrada del callejón. Uno de ellos tenía una taza de café en la mano y eso hizo que Avery se diera cuenta de que ya era de día. Miró su reloj y vio que solo eran las 8:45.

      “Dios”, pensó. “He perdido toda noción del tiempo en estos días. Llegué a mi apartamento a las nueve anoche”.

      Esta idea la hizo sentirse cansada. Pero la echó a un lado mientras ella y Finley se acercaban a los investigadores reunidos. Mostró su placa y Finley asintió a su lado.

      “¿Estás segura de que estás lista para esto?”, preguntó Finley.

      Se limitó a asentir cuando entraron en el callejón, pasando por debajo de la cinta de la escena del crimen. Caminaron por el callejón y luego giraron a la izquierda en el lugar donde el callejón desembocaba en un área pequeña llena de polvo, suciedad y grafiti. Había unos contenedores de basura de la ciudad en una esquina. No muy lejos de ellos se encontraba la mujer que Avery había visto en las fotos de la escena del crimen. Esas fotos no la

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