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un momento sintió que todo estaba perdido.

      “¡AIDAN!” gritó de nuevo, desesperada.

      Por un milagro esta vez la escucho, arrojándose a la tierra en el último segundo y dejando el campo libre para el disparo de Kyra.

      Mientras el jabalí se lanzaba hacia Aidan, el tiempo repentinamente se hizo lento para Kyra. Sintió como entraba en una zona extraña, cómo algo se elevaba dentro de ella que no había experimentado antes y que no pudo entender por completo. El mundo se achicó y pudo enfocar. Podía escuchar el sonido de su propio corazón latiendo, su respirar, las hojas crujiendo, un cuervo que volaba por encima. Se sintió más en sincronía con el universo de lo que nunca se había sentido, como si hubiera entrado en un reino en el que ella y el universo eran uno.

      Kyra sintió en sus manos un hormigueo con una energía cálida y pulsante que no podía entender, como si algo extraño estuviera invadiendo su cuerpo. Fue como si, por un instante, se hubiera convertido en alguien mucho más grande que ella, alguien mucho más poderoso.

      Kyra entró en un estado de inconsciencia, y se dejó llevar por el puro instinto y por esta nueva energía que fluía dentro de ella. Plantó sus pies en el suelo, levantó el arco, colocó una flecha y la dejó volar.

      Supo en el momento en que la soltó que este era un disparo especial. No tuvo que mirar el camino de la flecha para saber que iba exactamente a donde ella quería: el ojo derecho de la bestia. Disparó con tal fuerza que penetró casi un pie antes de detenerse.

      La bestia gruñó de repente mientras sus patas se desplomaban debajo de esta y cayó de cara en la nieve. Se deslizó a través de lo que quedaba del claro, retorciéndose aún con vida hasta que llegó a Aidan. Finalmente se detuvo delante de él, tan cerca que prácticamente se estaban tocando.

      Se retorció en el piso y Kyra, ya con otra flecha en su arco, caminó hacia adelante, se paró al lado del jabalí y puso otra flecha directo en la cabeza. Finalmente dejó de moverse.

      Kyra se quedó en el claro en silencio, su corazón latiendo, el hormigueo en las manos deteniéndose lentamente, la energía desvaneciéndose, y se preguntaba qué había pasado. ¿Realmente fue ella quien disparó?

      Inmediatamente se acordó de Aidan, y mientras se apuró y lo tomó él la miró como si mirara a su madre, con sus ojos llenos de miedo pero intacto. Ella sintió un momento de alivio al darse cuenta que estaba bien.

      Kyra se volteó y miró a sus dos hermanos mayores aún yaciendo en el claro, mirándola con asombro y admiración. Pero había algo más en sus miradas, algo que la molestó: sospecha. Como si ella fuera diferente a ellos. Un forastero. Era una mirada que Kyra ya había visto en unas escasas ocasiones, pero las veces suficientes como para reconocerla. Se dio vuelta y miró abajo a la enorme bestia monstruosa yaciendo en el suelo y se preguntó como ella, de apenas quince años, pudo hacerlo. Sabía que esto iba más allá de la habilidad. Se requería más que un tiro de suerte.

      Siempre había habido algo sobre ella que era diferente a los demás. Se quedó allí, entumecida, queriendo moverse pero sin poder lograrlo. Ella sabía que lo que la había sacudido hoy no era la bestia, sino la forma en que la miraron sus hermanos. Y no podía dejar de preguntarse, por la millonésima vez, la pregunta a la que había temido enfrentarse toda su vida:

      ¿Quién era ella?

      CAPÍTULO TRES

      Kyra caminó detrás de sus hermanos mientras seguían su camino de vuelta a la fortaleza, viéndolos resistiendo el peso del jabalí, con Aidan a su lado y Leo en sus tobillos una vez que regresó de su propia cacería. Brandon y Braxton batallaron mientras cargaban a la bestia muerta entre los dos, atada a las dos lanzas y colocada en sus hombros. Su aspecto sombrío había cambiado drásticamente desde que habían salido del bosque hacia el cielo abierto, especialmente ahora con la fortaleza de su padre a la vista. Con cada paso, Brandon y Braxton recobraron la confianza casi hasta su usual arrogancia y al punto de la risa, admirándose a sí mismo jactándose de su presa.

      “Fue mi lanza la que lo rozó,” Brandon le dijo a Braxton.

      “Pero,” replicó Braxton, “fue mi lanza la que lo hizo moverse hacia la flecha de Kyra.”

      Kyra escuchaba sus mentiras enrojeciendo su rostro; sus brutos hermanos ya estaban convenciéndose de su propia historia, y ahora parecía que de verdad la creían. Ella ya anticipaba su jactancia en la sala de su padre, contándoles a todos de su presa.

      Era enloquecedor. Sin embargo, sentía que no debía corregirlos. Creía firmemente en la ruedas de la justicia y sabía que, eventualmente, la verdad siempre sale a la luz.

      “Mienten,” dijo Aidan mientras caminaba a su lado aún aturdido por el evento. “Saben que Kyra mató al jabalí.”

      Brandon miró sobre su hombro de manera arrogante, como si Aidan fuera un insecto.

      “¿Y qué sabes?” preguntó a Aidan. “Estabas muy ocupado mojándote los pantalones.”

      Ambos rieron, como confirmando más su historia con cada paso.

      “¿Y tú no corriste asustado?” preguntó Kyra defendiendo a Aidan, sin poder soportarlo un segundo más.

      Con eso, ambos se callaron. Kyra pudiera haberlos corregido, pero no necesitaba alzar la voz. Caminó felizmente sintiéndose bien consigo misma, sabiendo dentro de sí que había salvado la vida de su hermano; esa era toda la satisfacción que necesitaba.

      Kyra sintió una mano pequeña en su hombro y volteó para con Aidan que la consolaba con su sonrisa, claramente agradecido de estar vivo y en una pieza. Kyra se preguntó si sus hermanos mayores también apreciaban lo que había hecho por ellos; después de todo, si no hubiera aparecido cuando lo hizo ellos también habrían muerto.

      Kyra miró al jabalí rebotar con cada paso e hizo una mueca; deseaba que sus hermanos lo hubieran dejado en el claro en donde pertenecía. Era un animal maldito, de fuera de Volis, y no pertenecía ahí. Era un mal presagio, especialmente viniendo del Bosque de las Espinas y justo en la víspera de la Luna de Invierno. Recordó un viejo adagio que decía: no te regocijes después de ser salvado de la muerte. Sentía que sus hermanos estaban tentando al destino, trayendo oscuridad a sus hogares. No pudo dejar de sentir que esto anunciaba cosas malas por venir.

      Pasaron una colina y mientras lo hicieron, la fortaleza se asomó frente a ellos junto con una amplia vista del paisaje. A pesar de las rachas de viento y la creciente nevada, Kyra sintió un gran alivio al estar en casa. Se miraba el humo saliendo de las chimeneas que abundaban en el pueblo y la fortaleza de su padre emitía un suave y acogedor resplandor producto de las lámparas que se preparaban para la llegada del crepúsculo. El camino se ensanchaba y mejoraba mientras se acercaban al puente, y empezaron a caminar más rápido y con tranquilidad en el último trecho. El camino estaba lleno de gente ansiosa por el festival a pesar del clima y la llegada de la noche.

      Kyra no se sorprendió. El festival de la Luna de Invierno era uno de los días festivos más importantes del año, y todos estaban ocupados preparando el festín. Una gran cantidad de personas pasaban por el puente levadizo, apurados obteniendo las mercancías de los vendedores para poder unirse a la fiesta de la fortaleza; mientras que un igual número de personas se apuraban por salir de la puerta, apurados para llegar a sus hogares y celebrar con sus familias. Los bueyes jalaban los carros y cargaban mercancía en ambas direcciones, mientras los albañiles trabajaban en un nuevo muro que serviría como anillo a la fortaleza con el sonido de sus martillos constante en el aire puntuando el estruendo del ganado y los perros. Kyra se preguntó cómo es que trabajaban en este clima y cómo conseguían que no se les entumecieran las manos.

      Mientras entraban en el puente uniéndose a las masas, Kyra miró hacia arriba y su estómago se apretó cuando miró, de pie junto a la puerta, a varios Hombres del Señor, soldados para el Señor Gobernador local nombrados por Pandesia y portando su distintiva armadura de cota de malla escarlata. Sintió un momento de indignación al verlos, compartiendo el mismo resentimiento que las demás personas. La presencia de los Hombres del Señor era en ocasiones opresiva—pero en la Luna de Invierno lo era aún más cuando

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