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una parte de ella quería hacerlo, quería hacer lo que se esperaba de ella y pasar tiempo con las otras mujeres, en su lugar atendiendo tareas domésticas; pero en el fondo, eso no era lo que ella era. Ella era hija de su padre, tenía espíritu de guerrero igual que él y ella no podía ser contenida por las paredes de la fortaleza ni sucumbiría a una vida al lado de una chimenea. Tenía mejor puntería que estos hombres—y en verdad hasta podía superar a los mejores arqueros de su padre—y haría todo lo posible por demostrarles a ellos, y en especial a su padre, que merecía ser tomada en serio. Sabía que su padre la amaba, pero él se reusaba a verla por lo que era.

      Kyra realizaba sus mejores entrenamientos lejos de la fortaleza, a las afueras en las llanuras de Volis, sola—lo que le caía bien, ya que siendo la única mujer en una fortaleza de guerreros, tuvo que aprender a estar sola. Se había acostumbrado a venir aquí cada día, a su lugar favorito, a la cima de la meseta que miraba a las imponentes paredes de piedra de la fortaleza, donde podía encontrar árboles delgados que fueran difíciles de impactar. El golpe de sus flechas se había convertido en un sonido común que hacía eco en el pueblo; ningún árbol se había salvado de sus flechas, con las cicatrices en los árboles mostrando que ya estaban acostumbrados.

      Kyra sabía que la mayoría de los arqueros de su padre trataban de apuntar a los ratones que abundaban en las llanuras; cuando ella empezaba, también lo había intentado, y descubrió que podía matarlos muy fácilmente. Pero esto le molestaba. No tenía miedo, pero también era sensible, y matar a un ser viviente sin ningún propósito le desagradaba. Había hecho un voto de que no volvería a apuntar a un ser viviente de nuevo a menos que fuera peligroso o la estuviera atacando, como los Murcielobos que salían de noche y volaban cerca de la fortaleza de su padre. No tenía problema eliminándolos, especialmente después de que su hermano menor, Aidan, sufrió una mordedura de Murcielobo que lo dejó enfermo por media luna. Además, eran las criaturas más rápidas en los alrededores, y sabía que si le podía dar a uno, especialmente de noche, entonces podría darle a lo que fuera. Una vez pasó toda una noche de luna llena disparando desde la torre de su padre y salió corriendo al amanecer, emocionada al ver cantidades de Murcielobos en el suelo con sus flechas aún en ellos y con la gente del pueblo congregándose alrededor impresionados.

      Kyra se obligó a enfocar. Se imaginó a sí misma disparando, levantando el arco, acercándolo a su barbilla y soltando sin dudar. Sabía que el disparo verdadero ocurría incluso antes de disparar. Había observado a muchos arqueros a su edad, en sus catorce años, jalar la cuerda y dudar, y en ese momento sabía que sus disparos fallarían. Respiró profundo, levantó el arco y en un movimiento decisivo estiró y soltó. Ni siquiera tuvo que mirar para saber que había impactado el árbol.

      Un momento después oyó el golpe—pero ella ya se había volteado, buscando su siguiente objetivo, uno que estuviera más lejos.

      Kyra oyó un quejido a sus pies y volteó hacia Leo, su lobo, que caminaba junto a ella como siempre, pegándose a sus piernas. Todo un lobo adulto que casi le llegaba a la cintura, Leo era tan protector de Kyra como Kyra de él, los dos una imagen inseparable en la fortaleza de su padre. Kyra no podía ir a ninguna parte sin que Leo estuviera detrás de ella. Y siempre se mantenía a su lado a menos que una ardilla o conejo se cruzara por su camino, en cuyo caso el podía desaparecer por horas.

      “No me olvidé de ti, chico,” dijo Kyra mientras buscaba en su bolsillo y le daba a Leo un hueso que había quedado del almuerzo. Leo lo tomó moviéndose felizmente a su lado.

      Mientras Kyra caminaba con su aliento volviéndose niebla delante de ella, acomodó el arco en sus hombros y sopló en sus manos, frías y desnudas. Cruzó la amplia y plana meseta y miró alrededor. Desde este punto podía observar todo el paisaje, las colinas de Volis, generalmente verdes pero ahora cubiertas de nieve, la provincia de la fortaleza de su padre, ubicado en la esquina noreste del reino de Escalon. Desde este punto Kyra tenía una vista completa de todo lo que sucedía en la fortaleza de su padre, incluyendo las travesías de la gente del pueblo y los guerreros, razón por la que le gustaba estar ahí. Le gustaba estudiar los antiguos contornos de roca de la fortaleza de su padre, las formas de sus almenas y torres que se extendían de forma impresionante por las colinas, pareciendo ser infinitas. Volis era la estructura más alta en el panorama, con algunos de sus edificios levantándose cuatro pisos y enmarcado por capas impresionantes de almenas. Se completaba con una torre circular en su lado más alejado, una capilla para la gente, pero para ella, un lugar el cual escalar para estar sola y ver el panorama. El complejo de piedra estaba rodeado por una fosa, atravesada por un amplio camino principal y un puente de piedra arqueado; esto, a su vez, estaba rodeado por capas de impresionantes terraplenes, lomas, zanjas, muros—un lugar que se ajustaba a uno de los guerreros más importantes del Rey: su padre.

      A pesar de que Volis, la última fortaleza antes de Las Llamas, estaba a varios días de cabalgata de Andros, la capital de Escalon, aún era hogar de muchos de los antiguos guerreros afamados del Rey. También se había convertido en un faro, un lugar que era el hogar de cientos de aldeanos y granjeros que vivían dentro o cerca de la protección de las murallas.

      Kyra miró a las docenas de pequeñas cabañas de barro situadas en las colinas en las afueras de la fortaleza, humo saliendo de las chimeneas, granjeros apurados preparándose para el invierno, y para el festival de esa noche. El hecho de que los aldeanos se sintieran suficientemente seguros viviendo en las afueras de la muralla principal, era para Kyra un símbolo de gran respeto a la fuerza de su padre, y algo que no se podía mirar en ninguna otra parte de Escalon. Después de todo, sólo se necesitaba el sonido de un cuerno para que los hombres de su padre aparecieran en un instante.

      Kyra bajó la vista hacia el puente levadizo, siempre lleno de multitudes de personas— agricultores, zapateros, carniceros, herreros, además de, por supuesto, guerreros—todos moviéndose desde la fortaleza al campo y de vuelta. Dentro de las paredes de la fortaleza no sólo había un lugar para vivir y entrenar, sino también un sinfín de patios de piedra que se habían convertido en un lugar de reunión para los comerciantes. Cada día acomodaban sus puestos, las personas vendían sus productos, hacían trueques, mostraban su captura o caza del día, o alguna pieza exótica de tela o especia o dulce conseguida al otro lado del mar. Los patios de la fortaleza siempre estaban llenos de olores exóticos, ya sea de algún extraño té, o un guiso de cocina; ella podía pasarse horas ahí. Y justo detrás de las paredes, a la distancia, su corazón se apuró a observar el terreno circular de entrenamiento de los hombres de su padre, La Puerta del Peleador, y la pared de piedra baja que lo rodeaba. Observó con emoción como los hombres se acomodaban en líneas con sus caballos tratando de cortar sus objetivos—escudos colgando de los árboles. Se moría por entrenar con ellos.

      Kyra escuchó una voz de repente, tan familiar como la suya, procedente de la casa del guarda mientras se volteaba inmediatamente en alerta. Había una conmoción en la multitud, y observó como a través del bullicio, separándose de la multitud y saliendo al camino principal, emergía su hermano menor, Aidan, guiado por sus dos hermanos mayores, Brandon y Braxton. Kyra se puso en guardia. Supo por el sonido de alarma en la voz de su hermano menor que sus hermanos mayores no tenían buenas intenciones.

      Los ojos de Kyra se entrecerraron mientras observaba a sus hermanos mayores, sintiendo un conocido enojo subiendo dentro de ella haciendo que inconscientemente apretara más su arco. Entonces apareció Aidan, marchando entre ellos siendo un pie más chico, con ellos tomando sus brazos y arrastrándolo a la fuerza fuera de la fortaleza y hacia el campo. Aidan, un pequeño y sensible niño, apenas diez, se veía aún más vulnerable entre sus dos hermanos, brutos sobrecrecidos de diecisiete y dieciocho. Tenían características y apariencia similar, con quijadas fuertes y orgullosas barbillas, ojos marrones oscuros y cabello castaño ondulado—aunque Brandon y Braxton llevaban cabello corto, mientras Aidan lo tenía rebelde cayendo bajo sus ojos. Ellos se parecían mucho pero ninguno se parecía a ella, con su cabello semirubio y ojos gris claro. Vestida con sus medias tejidas, túnica de lana y capa, Kyra era alta y delgada, muy pálida según la opinión de otros, con una frente amplia y nariz pequeña, bendecida con notables características que habían hecho a más de un hombre voltear dos veces. Especialmente ahora que estaba por cumplir quince, notó que su apariencia incrementaba.

      Esto la ponía incómoda. No le gustaba llamar la atención,

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