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todo era como un borrón lleno de dolor. Recordaba destellos: un bar al lado de la ruta 9 … un altercado … Pero todo estaba en una nebulosa. No lograba recordar los detalles.

      “Tú sabes que estás debajo de nuestro puente, ¿verdad?" Uno de los vagabundos dijo mientras se acercaba cada vez más a ella. Scarlet se escabulló hacia atrás con sus manos y rodillas, luego se puso de pie, enfrentándolos, temblaba por dentro, pero no quería verse asustada.

      "Nadie viene aquí sin pagar una cuota", otro dijo.

      "Lo siento," dijo ella. "No sé cómo llegué aquí."

      "Ese fue tu error", otro dijo, con una voz gutural profunda, mientras le sonreía.

      "Por favor," Scarlet dijo, tratando de sonar dura, pero su voz le temblaba mientras daba un paso hacia atrás, "No quiero problemas. Me voy ahora mismo. Lo siento.”

      Con el corazón latiéndole en el pecho, Scarlet se volvió para irse, cuando de repente, oyó pasos corriendo, y entonces sintió que un brazo se enroscaba en su cuello, sosteniendo un cuchillo; el horrible aliento a cerveza le daba en la cara.

      "No, no lo estás, cariño", dijo. "Ni siquiera hemos empezado a conocernos.”

      Scarlet luchó, pero el hombre era demasiado fuerte para ella, su barba raspaba su mejilla mientras frotaba su cara contra la suya.

      Pronto, los otros tres se pararon frente a ella, y Scarlet gritó mientras luchaba en vano, y entonces sintió sus manos horribles corriendo por su estómago. Uno de ellos llegó a la línea de su cintura.

      Scarlet se resistió y se retorció, tratando de escapar, pero ellos eran más fuertes. Uno de ellos se agachó, se quitó el cinturón, y lo tiró, y ella oyó el sonido metálico de metal en el cemento.

      “¡Por favor, déjenme ir!" Scarlet gritó, mientras se retorcía.

      El cuarto vagabundo se agachó y la agarró de la cintura, por los pantalones vaqueros y comenzó a tirar de ellos, tratando de sacárselos. Scarlet supo que, con en unos momentos, si ella no hacía algo, la lastimarían.

      Algo en su interior se quebró. No entendía qué era pero, por completo, la invadió una energía que la inundaba, y se elevaba desde sus pies, iba a través de sus piernas, por su torso. Sintió un calor abrasador, disparado a través de sus hombros, sus brazos, hasta sus dedos. Su cara estaba enrojecida, y tenía los pelos de punta por todo su cuerpo, sintió un fuego arder en su interior. Sentía que no lograba entender que pasaba, y se sentía más fuerte que todos esos hombres, más fuerte que el universo.

      Entonces sintió algo más: una rabia primordial. Era una sensación nueva. Ya no quería alejarse, ahora quería quedarse allí y hacer que los hombres pagaran. Separarlos, miembro por miembro.

      Y, por último, sintió algo más: hambre. Un hambre punzante y profundo que la hacía que necesitara alimentarse.

      Scarlet se echó hacia atrás y gruñó, un sonido que hasta a ella le dio miedo; sus colmillos se extendieron desde los dientes mientras se inclinaba hacia atrás y le daba una patada al hombre que jalaba sus vaqueros. La patada fue tan tremenda, que envió al hombre volando por el aire unos buenos veinte pies, hasta que se golpeó la cabeza contra la pared de hormigón. Se dejó caer, inconsciente.

      Los otros dieron un paso atrás y la soltaron, con la boca abierta en estado de shock y con miedo mientras miraban a Scarlet. Se veían como si se hubieran dado  cuenta que habían cometido un error muy grande.

      Antes de que pudieran reaccionar, Scarlet se dio vuelta y le dio un codazo al hombre que la sostenía, dándole una zancailla en la mandíbula con tanta fuerza, que él dio vuelta dos veces y se derrumbó, inconsciente.

      Scarlet se volvió, gruñendo, y se enfrentó a los otros dos, como una bestia mirando a su presa. Los dos vagabundos se quedaron allí, con los ojos desorbitados por el miedo, y Scarlet escuchó un ruido, bajó la mirada para ver a uno de ellos orinándose en sus pantalones.

      Scarlet se agachó, recogió su cinturón, y avanzó con total despreocupación.

      El hombre se tambaleó hacia atrás, petrificado.

      "¡No!" Él gimió. “¡Por Favor! ¡No fue mi intención!”

      Scarlet se lanzó hacia adelante y envolvió el cinturón alrededor de la garganta del hombre. Entonces, ella lo levantó con una mano, los pies del hombre colgaban sobre la tierra, el hombre jadeaba mientras trataba de agarrar la correa. Ella lo mantuvo allí, en lo alto, hasta que, finalmente, él dejó de moverse y se desplomó, muerto.

      Scarlet se volvió y se enfrentó al último vagabundo, que lloraba, estaba  demasiado asustado para correr. Con los colmillos extendidos, dio un paso adelante y los hundió en la garganta del hombre. Él sacudió sus brazos y, en unos momentos, yacía en un charco de sangre, lívido.

      Scarlet escuchó un correteo a distancia, y vio al primer vagabundo levantarse, y gemir, se estaba poniendo lentamente de pie. Él la miró con los ojos muy abiertos de miedo, y con sus manos y rodillas trató de escapar.

      Ella se abalanzó sobre él.

      "Por favor, no me hagas daño", gimió, llorando. “No era mi intención. No sé lo que eres, pero no quise hacerlo.”

      "Estoy segura que no," contestó ella, con su voz oscura, inhumana. "Al igual que no es mi intención lo que voy a hacerte ahora."

      Scarlet lo cogió por la espalda de la camiseta, lo hizo dar vueltas, y lo lanzó hacia arriba con todas sus fuerzas.

      El vagabundo salió volando como un misil hacia el puente, la cabeza y los hombros se estrellaron contra el cemento saliendo por el otro lado, el sonido de escombros cayendo se escuchó por todas partes después que ella lo arrojó a la  mitad del puente. Quedó atorado allí, capturado, con las piernas colgando debajo.

      De un solo salto, Scarlet llegó hasta la parte superior del puente y lo vio con su torso superior atrapado en el hormigón, mientras él gritaba, con la cabeza y los hombros expuestos, era incapaz de moverse. Él se movía, tratando de liberarse.

      Pero no podía. Era un blanco fácil para todo vehículo que se aproximara.

      “¡Sácame de aquí!", él le exigió.

      Scarlet sonrió.

      "Tal vez la próxima vez", ella dijo. "Disfruta del tráfico."

      Scarlet se volvió y saltó y voló hacia el cielo, los gritos del hombre se iban apagando mientras ella volaba más y más alto, lejos de ese lugar, sin saber donde estaba, y eso tampoco le importaba. Sólo tenía a una persona en su mente: Sage. Su rostro se cernía ante ella, en el ojo de su mente, igual su barbilla y sus labios perfectamente cincelados, sus ojos conmovedores. Podía sentir el amor que él sentía por ella. Y ella sentía lo mismo.

      Ya no sabía donde estaba su casa en este mundo, pero no le importaba, siempre y cuando estuviera con él.

      Sage, pensó. Espérame. Voy a por ti.

      CAPÍTULO SEIS

      María estaba sentada con sus amigos en el huerto de calabazas, muy celosa de todos, odiaba la vida. Todo el mundo parecía tener un novio salvo ella. Y los que no tenían eran parte de una muy fuerte camarilla de amigos que se apiñaban todos juntos.

      María estaba sentada sobre un montón de calabazas, Becca y Jasmine estaban a  su lado, y realmente ya no sabía dónde encajaba. Maria  solía tener una camarilla tan fuerte, una que por años había sido indestructible, ella y Becca y Jasmine y, por supuesto, su mejor amiga, Scarlet. Habían sido inseparables. Si una de ellas no tenía novio, las otras siempre estaban allí acompañándola. Ella y Scarlet se habían jurado que nunca pelearían, que irían a la misma universidad, serían damas de honor en la  boda de la otra, y vivirían siempre a diez cuadras de la otra.

      María había estado muy segura de sus amigas, de Scarlet, de todo.

      Luego, en las últimas semanas, de repente, todo se había venido abajo, sin previo aviso. Scarlet le había robado a Sage frente a sus ojos, el único chico con quien María había estado totalmente obsesionada en un largo

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