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      El crecimiento de las ciudades y el aumento de la población obrera obligó a concebir un nuevo modelo de parque alejado de los usos tradicionales y de los meros ejercicios de la jardinería imaginativa, para entenderlo como “un valor social” en donde tuvieran cabida todo tipo de pretensiones, especialmente las ligadas a la reforma de la sociedad desde presupuestos higienistas, tanto físicos como espirituales e ideológicos. El parque se convirtió así en un espacio popular, en campo de prácticas deportivas o recreativas aplicadas a la regeneración de una sociedad en decadencia. Los parques deberían funcionar como espacios donde se pudieran desarrollar las actividades que no eran posibles en el ámbito de la ciudad tradicional, juegos, deportes, ejercicios físicos y gimnásticos, celebraciones de espectáculos o concentraciones populares. La Deutscher Volksparkbund –Asociación Alemana para el Parque Popular– fundada por el arquitecto paisajista Ludwig Lesser en 1913, propugnaba por una ordenación de los parques en función de las necesidades planteadas por los nuevos usos, no como simples lugares de paseo o contemplación.21

      Dos de los principales ejemplos donde el parque público ha tenido un mayor desarrollo en América se ubican en Estados Unidos y Argentina.

      El parque norteamericano plantea una tensa y creativa relación entre los problemas metropolitanos y la nostalgia por una comunidad perdida, comunidad entre los hombres, con Dios y con la naturaleza, patente en los cementerios suburbanos antecedentes del Park Movement.22

      El movimiento de cementerios rurales florece alrededor de 1830; estos espacios, usados para la recreación y para paseos románticos, se construían en la periferia urbana y expresaban ideales religiosos y sociales.23

      Frederick Law Olmsted, principal figura del movimiento de parques, tuvo una participación muy importante en la conformación de estos espacios en América. Creador del Central Park en 1857, recoge para Estados Unidos, de forma original, las influencias de los horticulturistas ingleses, mencionados anteriormente por el mismo Liernur, y convierte estos espacios verdes en elementos cualificantes de la estructura urbana, en instrumentos para su organización funcional y formal.24 Según Silvestri y Aliata, para Olmsted el parque público es sinónimo de justicia social y participación de las clases segregadas; instrumento de nivelación y educación,25 lugar en donde las infraestructuras de servicios públicos o viales se conjugan con las demás actividades mencionadas, como parte de la introducción del parque a la ciudad.

      Dentro del Central Park se dispusieron los motivos acuáticos en un vasto lago situado en uno de los extremos y en las proximidades de este se construyeron dos grandes estanques rectangulares destinados a las reservas hídricas de la ciudad. Los paseos y las calzadas interiores del parque tienen un trazado sinuoso y constituyen dos sistemas independientes enlazados entre sí, pero sin interferencias recíprocas: un sistema de vías para vehículos y un sistema de paseos y senderos exclusivamente peatonales. Esto con el fin de evitar que el parque representara un obstáculo para las comunicaciones entre ambos lados de la ciudad. Así, Olmsted creó cuatro arterias de tráfico que lo atraviesan por calzadas completamente independientes de los paseos interiores.26

      Dejando atrás Estados Unidos, Gorelik, a partir de los planteamientos de Sarmiento27 (quien formula un proyecto para Buenos Aires, la “ciudad nueva”, centrado en el Parque de Palermo, destinado a ser el Parque Central)28 nos habla del cruce de “influencias” que allí se dieron: Sarmiento no solo conocía directamente la experiencia del trazado de los parques europeos, continentales e ingleses, sino que también asistió a los debates generados por el Park Movement norteamericano durante los años de formación del Central Park, en donde se enfrentaron los intereses públicos y los mobiliarios. Así, en la creación del Palermo hay tanto presencia de aspiraciones de igualdad social, institucional y cívica como razones higiénicas que lo definen como “pulmón” de la creciente y congestionada ciudad industrial. Palermo es considerado punto de partida y de llegada para la creación de los parques públicos en Buenos Aires, ya que allí se quiso plasmar un universo lleno de articulaciones.29 Palermo, al igual que el Central Park, se construyó alejado de la ciudad, dentro de una grilla aún abstracta,30 pero después, cuando la capital creció, este quedó inmerso en ella.

      Sarmiento indaga la ciudad moderna y en 1850 habla de “La quinta normal”, que nace como un dispositivo territorial, una especie de semillero en el que pueden crecer y fortalecerse todas las virtudes necesarias para pasar de ser una sociedad tradicional a una moderna grilla; un artefacto educativo, social y productivo. Sarmiento propone la creación de quintas preservadas de la intensa subdivisión del campo, para la recepción de granjeros inmigrantes, donde debían hacerse locales para escuelas, pepineras de árboles de selva, establos modelos de lecherías, capillas, bibliotecas locales, entre otros, destinados como centro educativo y productivo, para experimentación de las últimas tecnologías y vidriera de los avances económicos y sociales; una avanzada de la civilización en la pampa.31

      El planteamiento de Sarmiento con respecto al parque es un verdadero “laboratorio técnico” con viveros, invernaderos, establos, instalaciones para exposiciones agrícolas e industriales, observatorios, jardín zoológico, prados para pastoreo, tambos e instalaciones experimentales para la innovación tecnológica en establecimientos rurales, como, por ejemplo, el riego artificial.32 Este consideró el parque como un laboratorio químico capaz de amalgamar nuevos lazos sociales y culturales, como máquina educativa para la vida ciudadana moderna, como principal dinamizador, en fin, del gran crisol en el que pudieran abandonarse como viejos ropajes las múltiples identidades nacionales, las persistentes tradiciones rurales, las atávicas prácticas productivas y políticas para dar lugar a una síntesis nueva, nacional y cultural.33

      Las ideas y los debates de la conformación del parque público como símbolo de la nueva ciudad mencionados anteriormente en Europa, Estados Unidos y Argentina llegan también a Colombia a mediados del siglo XIX.

      El parque público sirvió a las élites locales como eje propulsor de las transformaciones urbanas que alejaron al país del legado colonial español, como símbolo de progreso y libertad y como estándar de la nueva identidad nacional. El parque cumple una doble función en nuestro país: una función estética, sanitaria y transformadora y otra simbólica cívica y cultural. Así, en 1870, algunas de las plazas bogotanas más importantes fueron convertidas en “objeto de adorno de los símbolos patrios”. La multiplicidad de actividades que se realizaban en las plazas fueron desplazadas a otros escenarios y los parques dieron paso a la ornamentación de la ciudad. La conversión de las plazas en parques fue uno de los signos más claros de la transformación del paisaje urbano en el siglo XIX.34

      Paredes describe los cambios de las plazas y los primeros parques públicos urbanos: la Plaza de Bolívar, la Plaza de los Mártires y la Plaza Santander estaban compuestas por elementos comunes: una estatua de un héroe de la independencia, un monumento relativo a las guerras de la independencia rodeado por un jardín geométrico y protegido por una verja que casi siempre era elaborada en Europa y numerosas especies de árboles y flores autóctonas.35

      El primer parque concebido con estos cambios, y no como resultado de la transformación de una plaza colonial, fue el Parque Centenario, construido con motivo de la conmemoración del centenario del nacimiento de Simón Bolívar en 1883, diseñado con una rígida simetría y con un área circular en el centro donde se alojaría una estatua de El Libertador. Además de estar cerrado con una verja y tener acceso por cuatro portales, a cada uno de sus lados tenía como mobiliario unas fuentes de bronce y un lago artificial.36

      Más tarde, en 1889, Genaro Valderrama, administrador de parques y jardines públicos de Bogotá, solicitó la creación de un nuevo parque para la ciudad

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