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de los congresos, tuvo la intención de establecer los principios de la acción social netamente católica.72 A todas estas asambleas acudieron diversos sectores del catolicismo mexicano: obispos, sacerdotes, profesionistas, hacendados, periodistas, intelectuales y jóvenes. Sin embargo, a pesar de estos intentos por centralizar la vida asociativa laboral, cada una de las organizaciones funcionaban de manera independiente y autónoma, hacia 1909 la jerarquía eclesiástica no había conseguido evitar la atomización de esfuerzos asociativos. Este hecho impidió que se fundara una organización nacional para centralizar las actividades de las organizaciones laborales católicas.

      Cabe señalar que no existe ningún estudio que se haya enfocado a analizar la participación femenina en estos Congresos. Por lo que he podido investigar, las mujeres actuaron de manera secundaria, ya fuera dirigiendo recitales o bien leyendo piezas literarias.73 Esto no significa que las mujeres no hayan sido de interés para los congresistas, por el contrario, en el Congreso de Guadalajara en 1906, encontramos que se designó a una congregación especial para estudiar “la dignidad de la mujer, la santidad del matrimonio y del hogar, la niñez y la familia” donde participaron nueve miembros de la jerarquía eclesiástica y tres seglares.74 Más allá de abrir un espacio de participación asociativa de las mujeres en el campo laboral, tanto la militancia católica como la Iglesia dirigieron sus esfuerzos hacia el fomento del papel de la mujer como eje de la vida doméstica y familiar. Frente a este modelo católico, pensar en su participación como un miembro importante del asociacionismo laboral era simplemente imposible. Cabe destacar que esta actitud hacia las mujeres cambiaría rápidamente con la fundación de las Damas Católicas en 1912, quienes no sólo adquirían un papel central como promotoras de la educación entre la clase obrera, además, hacia la década de 1920, fundarían sindicatos de mujeres obreras en la Ciudad de México tal y como veremos más adelante.

      Sin embargo, hacia 1909, muchos años antes de que se organizara un movimiento obrero femenino, se fundó en la Ciudad de México la Unión Católica Obrera (UCO),75 esta organización pretendió centralizar, impulsar y fortalecer el activismo católico, por lo que creó círculos de obreros asociados a parroquias en barrios y colonias de la capital. Inclusive Ceballos ubicó una veintena de círculos obreros que trabajaban de manera simultánea.

      Dentro de las actividades de la UCO se orientaba el mutualismo, ahorro, promoción de escuelas, organización de centros de recreación, cooperativas, bibliotecas, y orquestas. También se dedicó a promover las actividades religiosas como peregrinaciones, festivales, celebraciones litúrgicas y conferencias. Sin embargo, no estaban realmente unificados, sólo compartían la adhesión nominal y el lema de la Unión: “unos por otros y Dios por todos”.76

      Se fundó también ese año la organización Operarios Guadalupanos, que surgió del Cuarto Congreso Católico de Oaxaca extendiendo sus redes de apoyo entre las clases medias del país.77 Ese mismo año en la capital del país se instituyó el Círculo Católico Nacional, cuyo fin fue, una vez más, centralizar la vida asociativa de corte laboral así como extender la acción católica a todas las clases sociales, impartir acciones de ayuda mutua a los asociados y fundar centros de reunión que “no estuviesen reñidos con la moral”. Además, se promovía la formación de bibliotecas, salas de lectura, la publicación y difusión de periódicos y revistas católicas, el establecimiento y patrocino de agrupaciones obreras, la organización de cooperativas, cajas de ahorro y bolsas de trabajo.78

      El gran número de organizaciones católicas laborales que se constituyeron en la Ciudad de México se sostenían por la sociabilidad entre sus miembros pues sus raíces se ubicaban en los barrios, parroquias, el trabajo y las redes de parentesco extenso. En este sentido, las fronteras espaciales impuestas por la distribución física de las parroquias y los barrios normaron también la forma en la cual se llevaron a la práctica las distintas actividades cotidianas de las asociaciones gremiales. Asimismo, sus integrantes experimentaron prácticas democráticas modernas pues, lograron participar en asambleas, ejercer el voto y actuar de manera conjunta en un movimiento que buscaba mejorar las condiciones sociales de los ciudadanos usando como eje el discurso del “catolicismo cívico” que combinaba la tradición con algunos elementos de la modernidad.

      La jerarquía eclesiástica no logró romper con el espíritu localista de estas organizaciones, no se pudo generar un movimiento homogéneo, unificado y nacional de corte sindicalista, lo anterior probablemente se deba a la poca movilidad de la población, como señala Barbosa, muchos de los habitantes de la Ciudad de México realizaban la mayoría de sus actividades cotidianas en un espacio urbano no mayor a un rango de cinco manzanas.79 Esta forma de organización espacial por demarcación será retomada en 1912 por la Asociación de Damas Católicas.

      Para la Iglesia católica las mujeres ocuparon un lugar central en el asociacionismo católico de corte filantrópico; sin embargo, es importante recalcar que este fue uno de los tantos esfuerzos de la Iglesia por ocupar un espacio en la vida pública.

      El proceso de secularización fue más allá de limitar la influencia política de la Iglesia, significaba desplazar ciertos principios religiosos que regulaban la vida social y sustituirlos por un nuevo conjunto de conceptos y valores basados en la figura del individuo, el ciudadano, la civilidad y el liberalismo. La secularización implicó una serie de profundos cambios en la mentalidad, la cultura y el desarrollo de la sociedad mexicana. Por ejemplo, el matrimonio civil significaba para la iglesia “validar las alianzas conyugales que no estuvieran consagradas por la religión”,80 lo que implicaba eliminar el sentido sagrado de la vida conyugal. Por su parte, la construcción de los primeros cementerios públicos dirigidos por el Estado modificaba el sentido de la muerte eliminando del imaginario colectivo la idea católica de la vida más allá de la muerte y permitiendo recordar al muerto en la tierra para que “viva eternamente en los recuerdos de la gente”,81 lo cual simbolizaba la eliminación del entierro como un espacio para el culto católico.

      El mismo efecto tuvo la secularización en el campo del auxilio al pobre y al enfermo. Conforme avanzó el proceso de nacionalización de hospitales, hospicios, orfelinatos y asilos, que hasta 1861 administraba la Iglesia, la tradición de la caridad católica fue sustituida por una serie de políticas asistenciales impulsadas desde las oficinas de la Dirección de Beneficencia Pública, órgano federal encargado de administrar el auxilio al menesteroso durante el porfiriato. Este proceso implicó también un cambio en la mentalidad y accionar de los mexicanos decimonónicos, algunos intelectuales liberales como Ignacio Manuel Altamirano o Manuel Gutiérrez Nájera daban por sentado el carácter laico del auxilio público pese a que en la práctica las políticas estatales se fueron adecuando a las condiciones económicas y políticas del gobierno porfirista.82

      Sin embargo, la secularización no desapareció las prácticas de caridad católica. De manera paralela a los servicios asistenciales ofrecidos por el Estado, la Iglesia recurrió al asociacionismo católico femenino para poner en marcha un sistema de beneficencia privada mediante el cual se organizaron mecanismos capaces de llevar auxilio material y consuelo espiritual a los pobres.83 Esto se debió a que durante el porfiriato la Iglesia experimentó un momento de revitalización y trasformación, el cual se ha denominado como un periodo de “concertación clero-gobierno”,84 ya que se mantuvieron incorporadas a la Constitución las Leyes de Reforma, pero en la práctica dejaron de aplicarse. Asimismo, el clero pudo acumular inversiones, recuperar algunas propiedades y, de manera no oficial, reabrió escuelas y órdenes religiosas85 que permitieron la formación de un nuevo clero, mejor instruido y con mayor interés y habilidad para participar políticamente.86

      La formación de las asociaciones filantrópicas como la Sociedad de San Vicente de Paul y la Sociedad Católica Nacional pertenecen a este contexto. Dichas organizaciones gozaron de una enorme tolerancia por parte del Estado y al mismo tiempo reflejaron el desarrollo de una nueva cultura caritativa de corte moderno, dispuesta a satisfacer necesidades económicas y sociales concretas, a desarrollar actividades culturales y recreativas, así como a construir

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