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rostro del coloso cambiaba de color.

      ─ Tú eliges, o vienes directamente a las buenas o te sacudo y te llevamos arrastrando.

      ─ Bueno, tranquilo, no es para tanto, me pongo el sagum y te sigo.

      Los guardias le dejaron en uno de los anexos de la Curia Hostilia, una entrada que no era la que Lucio frecuentaba cuando trataba con las comisiones de la administración. El guardia le indicó que subiera la escalera y preguntara. Las dependencias estaban mal iluminadas. Una luz tenue lo guió hasta un cuarto con un funcionario olvidado que seguía peleando, a pesar de la avanzada hora, contra una montaña de papiros. Lucio se extrañó, tal vez la eficacia de la administración iba mejorando...

      ─ Disculpa, busco la sala de recepción del cónsul Catón ¿Puedes indicarme?

      El supuesto funcionario se incorporó. Entonces Lucio reconoció la figura rolliza y la calva que brillaba a la luz de las lucernas: era Catón y, sin duda, aquel no había sido un buen comienzo.

      ─ Bienvenido, yo soy el cónsul Catón... y tú debes ser aquel al que llaman... La Sombra de Roma.

      La última parte de la frase la dijo en tono burlón y con énfasis. Lucio quedó perplejo pero antes de que pudiera articular disculpas, Catón le desautorizó con un gesto enérgico a la vez que acercaba una de las lucernas para escrutar mejor la cara del convocado. Tras las presentaciones, el cónsul le habló con parsimonia y tranquilidad.

      ─ Roma vive momentos difíciles. Aníbal es sufete y ha puesto en marcha una revolución democrática que convertirá a Cartago en una gran potencia. Primero comercial y luego, naval y militar. Los Escipiones, que están engrasados con plata cartaginesa ni se inmutan y siguen coqueteando con Aníbal.

      Lucio se excitó al oír la palabra Aníbal, y se atrevió a matizar al cónsul.

      ─ Aníbal sólo tiene una obsesión, Cónsul, destruir Roma. Simpatizo con cualquier democracia pero será difícil una convivencia entre Roma y Cartago. Aníbal nunca será inocuo. Hay que acabar con él.

      ─ Me gusta esta música, ya sabes, hay que destruir Cartago. Parece que coincidimos, Sombra...

      ─ Eh... no es por falta de respeto, pero, mejor Lucio Emilio... Cónsul...

      Catón sonrió mientras desarrollaba una de las copias del mapa de Eratóstenes en la que había pintado los territorios correspondientes a los diferentes estados, ciudades, bases y rutas comerciales. Su dedo índice fue recorriendo los diferentes escenarios.

      ─ La destrucción de Cartago es una premisa para que Roma se desarrolle. Pero, hoy por hoy, no nos podemos plantear destruir la ciudad. Tenemos otros problemas más urgentes. En Grecia continua la sedición, como si la batalla de Cinoscéfalos no hubiera servido de nada; Antíoco III de Siria quiere controlar la Tracia, los celtas de la Cisalpina amenazan y, para rematar la situación, Hispania se subleva en masa. Creo que Aníbal no es ajeno a nada de lo que sucede, es él quien empuja la rebelión íbera y la sedición griega.

      ─ La responsabilidad de Aníbal es más que evidente ─dijo Lucio sin apartar la vista de aquel maravilloso y detallado mapa, nunca antes había apreciado nada igual.

      ─ Como si nos conociéramos de siempre, Lucio, me gustaría saber tu opinión. ¿Cómo ves las cosas?

      ─ Con todos los respetos, Cónsul. Yo de ti golpearía, primero, en Hispania. Grecia es preocupante, pero si desplazas tus fuerzas al este la rebelión hispana acabará triunfando y el beneficiario será para Aníbal. En Grecia hay gloria, en Cartago comercio y en Hispania plata, y ahora necesitamos plata. La plata la tenemos que controlar nosotros, si se la dejamos a Aníbal los sacrificios de la guerra habrán sido inútiles. Pero... te queda poco tiempo, Cónsul.

      ─ Coincidimos, Lucio. Roma sólo tendrá una oportunidad. Nuestras opciones estratégicas son claras: primero golpear occidente, controlar Hispania y sus recursos, luego golpear en Grecia y rematar a Macedonia, a continuación nos comemos a Cartago y, finalmente, nos imponemos en Egipto y Oriente...

      Catón enrolló el mapa de Eratóstenes y desplegó un nuevo papiro que reproducía el territorio de las provincias hispanas.

      ─ Según me han dicho, has sido uno de nuestros agentes en Hispania. Quiero saberlo todo y, cuando digo todo, es todo. Cuéntame tu anterior misión, sin ahorrar detalles.

      ─ Primero te corregiré esta carta, Cónsul. La Tierra Libre no está bien representada. Mira, aquí, los ilergetes, están sobre el Sícoris, un río aurífero. Indika está mucho más cerca de Emporion. Falta señalar el camino de la cicatriz ceretana...

      Lucio corregía el mapa con carboncillo y se dirigía al cónsul con absoluta normalidad. Catón, a corta distancia, no era el tonto que Lucio había imaginado. Era un tipo más bien corpulento, con una cabeza considerable pegada al tronco con un poderoso cuello de toro. A la calvicie natural se le sumaba un afeitado rotundo. Sus francos ojos destacaban escrutadores. Tenía unos cuarenta años. La manera intencionada de llevar la ropa y las cáligas denotaba su origen campesino. Su apariencia inspiraba tranquilidad y confianza. Una permanente media sonrisa contribuía a darle una imagen de simpatía. Lucio se sintió a gusto con aquel individuo inteligente y afable que sabía escuchar y entender. Catón, a su vez, analizó a Lucio. Parecía leal, competente, digno, astuto y decidido y, además, era un singular héroe de guerra dispuesto a arriesgarlo todo por Roma, y sin contrapartidas. En ningún momento se mostró adulador, al contrario, había criticado la inoperancia de la administración. Un individuo libre que decía lo que le parecía... estaba claro que nunca haría carrera política. La intuición le decía que podía confiar en él.

      ─ Mira, Lucio, me gustaría que me acompañaras a Hispania. Saldremos a media mañana, iremos a Ostia y embarcaremos en dirección a Luna. Desde allí, con mis legiones consulares iremos a Hispania. Después se nos unirán los aliados y las tropas de los nuevos pretores.

      ─ ¿Hispania? ¿Mañana? ¿Cómo es posible? ─Lucio manifestó perplejidad─. No me ha llegado ninguna noticia de preparativos de guerra... Pensaba que la clase política se dedicaba al problema del lujo femenino. Si lo que dices es cierto, en pocos días nos podríamos plantar en Emporion.

      Catón fingió ignorar la sorpresa de Lucio...

      ─ ¿Emporion o Tarraco? ¿Qué opinas? ¿Dónde debemos desembarcar?

      Lucio intentó reponerse de la sorpresa y adaptarse a la vertiginosa situación.

      ─ Perdona, Cónsul, pero las cosas no son tan lineales. Las comunicaciones militares con Hispania son exclusivamente de cabotaje. Emporion es la puerta de entrada imprescindible. Tarraco o Cartago Nova sólo tienen valor si, además, se controla Emporion. Por otra parte, la experiencia me dice que tardarás todavía un par de semanas en concentrar tus legiones... ¿O no?

      ─ No, nada de eso Lucio, mis dos legiones consulares se han preparado en secreto y están listas. Mira, Roma es un hervidero de espías. Los masaliotas son nuestros aliados, pero serían felices si nos perdieran de vista. Los íberos tienen informantes en toda la costa y, por supuesto, Aníbal está al día de todo. Al menor indicio de preparativos de embarque de tropas las noticias hubieran volado, de puerto en puerto, hasta llegar a oídos del enemigo. Tú no has detectado preparativos y eso es bueno.

      ─ Bueno... Se dice que hay tropas correteando por Ostia... ─puntualizó Lucio.

      ─ Sí, ciertamente ─Catón sonrió con satisfacción─. Son las tropas destinadas a los pretores hispanos Claudio Nerón y Publio Manlio, y las de refuerzo de las legiones V y VI que acampan a la vista de todos, cerca de Ostia. Nadie piensa que este ejército se pueda poner en marcha a corto plazo.

      ─ ¿Son un cebo? ─preguntó Lucio cada vez más sorprendido.

      ─ Efectivamente, Lucio, la gente cree que el ejército está inactivo, pero las dos legiones consulares, en pequeñas columnas, ya han marchado hacia el puerto de Luna. Y a los legionarios se les ha dicho que van a someter a los celtas boios. Tengo barcos de gran arqueo preparados en el litoral de Cosa, en Telamón,

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