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públicas a favor del nuevo rey Carlos iii, que nada más llegar a Madrid le levantó el destierro y le recibió en Aranjuez.

      Solo en lo relacionado con la Marina, hubo alguna novedad de gran importancia. A fines del siglo xix Cesáreo Fernández Duro preparaba su monumental obra sobre la Marina, en la que Ensenada tenía un destacado espacio —con un ¡Paso al genio! abría el capítulo correspondiente al marqués— como el gran organizador e impulsor y aportaba algunos datos técnicos, entre los que sobresalía el esfuerzo de un Ensenada mecenas, interesado por la técnica y el adelanto científico del extranjero.

      Pero hasta 1936 no se llegaría a conocer en profundidad hasta qué punto Ensenada intentó desarrollar la ciencia y la tecnología en España acudiendo a todos los medios, desde el espionaje industrial al soborno de ingenieros y científicos foráneos y al pago en el extranjero de estudiosos jóvenes, un antecedentes de los planes de ampliación de estudios. Julio F. Guillén Tato publicaba ese año una amplia biografía de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, en la que Ensenada destacaba como el gran protector de estos y otros científicos, muchos de los cuales seguirían desarrollando una gran labor en el reinado de Carlos iii. No eran ya proyectos que pasaban de un reinado a otro, como hacía ver Rodríguez Villa para ensalzar la trascendencia del marqués, sino fundamentos científicos y técnicos de un proyecto político que crecía en un ambiente de protección estatal, tanto con un rey como con otro. Además, Guillén iniciaba los estudios sobre el gran amigo de Ensenada, el marino y matemático Jorge Juan, hoy muy bien conocido por los estudios magníficos de Rosario Die Maculé y Armando Alberola. Los libros publicados antes y durante el año del aniversario del célebre matemático newtoniano, 2015, han dado un vuelco a lo que conocíamos sobre el panorama científico-técnico en la política del Despotismo Ilustrado.

      Al margen de la polémica sobre la francofobia basada en razones político-ideológicas, Guillén Tato, que fue un alto cargo de la Marina republicana y luego director del Museo Naval, constataba los fundamentos franceses y en menor medida británicos de las ciencias que Ensenada quería hacer florecer en España, pues el marqués repetía a menudo que en esto «somos ignorantísimos». De esa forma, se separaba la pasión de Ensenada por los resultados materiales que había conseguido Francia, por los que constantemente suspiraba, de su política independiente y de su pragmatismo en el terreno de las ideas y la estrategia política y militar. Una Ilustración «técnica», de ciencias útiles basadas fundamentalmente en la matemática —la «ciencia forastera» la llamaba Feijóo—, en la química —para incorporar los adelantos en la metalurgia—, en la ingeniería —necesaria en la formación militar—, se abría paso así en España antes del pretendido «contagio ideológico» con los filósofos franceses. Se empezaba a reconocer que el proyecto ensenadista tenía un fundamento científico y que el propio Ensenada se había ocupado de hacer venir a España a sabios como Goudin, Bowles, etc. La Fundación Jorge Juan mantiene viva la memoria del marino.

      Los trabajos de Horacio Capel —en especial su Geografía y matemáticas en la España del siglo xviii, de 1982— confirmaron que probablemente el esfuerzo por dotar de fundamento científico-técnico a los proyectos es lo más innovador e ilustrado de la obra de Ensenada. Para ello hay que aceptar que, en España, la Ilustración del empirismo, de la física y la utilidad se adoptó como cuestión de Estado antes de la llegada de la filosofía de las luces parisinas, incluso franqueando algunas barreras que la lucha ideológica posterior no se iba a atrever a desmoronar. Por ejemplo, Ensenada contrató a algunos ingenieros ingleses, permitiéndoles mantener en España su religión sin que la temible Inquisición les molestara. La política del «secreto y no hacer ruido» del marqués se demostró más eficaz que las alharacas de los constantemente penetrados por las luces de las últimas décadas del siglo.

      Las obras más recientes sobre Ensenada no se comentarán aquí más que someramente ya que se utilizan con profusión como fundamento de las reflexiones que siguen. Pero, hay dos autores muy destacados que conviene resaltar, María Dolores Gómez Molleda y Didier Ozanam. Los magníficos trabajos de ambos historiadores añaden una gran cantidad de documentación a la que manejó Rodríguez Villa, sobre todo la que pudieron ver en el archivo de Alba y en los archivos franceses, británicos y portugueses. Pero el punto de vista es muy diferente. Gómez Molleda concibe sus numerosos artículos sobre Carvajal y Ensenada desde la oposición a la historiografía francesa, pendiente de todo aquello que demuestre el patriotismo de los dos ministros y su política independiente. Esta intención la declara en su artículo sobre el Ensenada íntimo, ya en 1955, en el que, además, demostró que había algunas intimidades de Ensenada que no iba a revelar, entre ellas que era un mujeriego. En su artículo recogió lo que le dijo Pinedo de Arellano al duque de Alba desde Granada: que Ensenada había dado orden de que no entrara ninguna mujer en su casa. Pero la autora ocultó que eso lo había dicho Ensenada poco después de que un marido cornudo se presentara dando voces en la puerta de la casa del marqués sospechando que su mujer estaba con él.

      La obra de esta religiosa teresiana, profesora en la Universidad de Salamanca, pretenderá demostrar ante todo que los hombres de Fernando vi impusieron un nuevo estilo a la política española mediante una completa planificación de objetivos, llevando al exceso la existencia de un proyecto político. Para Gómez Molleda, Ensenada y Carvajal se complementan a pesar de su carácter: el marqués seguía siendo ensalzado como «el ministro que casi llegó a cambiar el signo de la historia posterior española»; don José, poseedor de grandes virtudes cristianas, aparecerá también como «sencillo y patriota, tan injustamente tildado de mediocre». Juntos, con el apoyo de hombres nuevos, jóvenes, «sin pesimismo y sin cansancio», darán el gran golpe contra la corte afrancesada del último gobierno de Felipe v dirigido por el partido de los vizcaínos bajo la batuta de Sebastián de la Cuadra, marqués de Villarías, valet de la Farnesio. Mientras, para Gómez Molleda, la caída del marqués seguía siendo una traición urdida en favor de los intereses de Inglaterra por el duque de Alba, pérfidamente manipulado por el astuto embajador Benjamin Keene. La profesora Gómez Molleda no resaltó la implicación de los Grandes de España, con Alba a la cabeza, en la caída del que ya llamaban Gran Mogol, o nuestro padre Adán. Tanto en aquellos tiempos como en estos, una nobleza —una oligarquía— conspirando contra ministros de Su Majestad no era asunto bien visto.

      Didier Ozanam, profesor en la Sorbona, trabaja más sobre este aspecto, aunque su mayor contribución es haber puesto de relieve las grandes líneas de la política exterior española. El gran hispanista publicó la correspondencia de Carvajal con Huéscar y, más recientemente, la que el duque mantuvo con Ensenada. Es el gran connaisseur de la época, el maestro del que tanto hemos aprendido.

      Los trabajos de estos historiadores y los que Antonio Matilla Tascón, Gonzalo Anes, Miguel Artola —y sus discípulos—, Concepción Camarero y el maestro Pierre Vilar han dedicado al Catastro, así como los de José Patricio Merino Navarro sobre la Marina, son los responsables de la presencia del ministro en las grandes síntesis de historia del xviii español y, de suyo, en las de historia de España. Más que José Patiño, por ejemplo, incluso más que los otros grandes secretarios de Estado como Jerónimo Grimaldi o José Moñino, conde de Floridablanca. El ensenadismo está siempre presente en el siglo, como demuestra la tesis doctoral de Cristina González Caizán sobre la red clientelar de Ensenada, fundamento de su poder. Los ensenadistas de la década de 1750 están en activo, en puestos importantes, muchos años después, ya con Carlos iii. Una obra reciente ha trazado de nuevo un perfil muy definido con el ensenadismo como vector, tanto en España como en América. Nos referimos al libro de Allan J. Kuethe, profesor en la Texas Tech University y gran hispanista, en colaboración con Kenneth J. Andrien, The Spanish Atlantic World in the Eighteenth Century. War and the Bourbon Reforms, 1713-1796, publicado en 2014 en Nueva York. Para Kuethe y Andrien, la huella de Ensenada en la política atlántica permanece en los proyectos del siglo.

      Pero ha sido María Baudot la que ha ampliado el punto de vista sobre Ensenada al trazar en su tesis doctoral, dirigida por Carlos Martínez Shaw, un perfil muy distinto al tradicional sobre el bailío Julián de Arriaga, el ministro que sucedió al marqués en Marina, acérrimo ensenadista, aunque lo tuvo que disimular. Considerado antes como un apocado y un hombre mediocre, Arriaga continuó los planes de Ensenada, aunque varió el método de construcción naval y abandonó el sistema inglés de Jorge

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