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visigodos fueron sorprendidos por los musulmanes pues, absortos en sus luchas internas, casi desconocían el peligro que procedía del sur. Esto es casi con toda probabilidad falso. Es cierto, no obstante, que en esta época perteneciente a la denominada Alta Edad Media, las comunicaciones se habían deteriorado hasta tal punto desde época romana que cada parte del mundo Mediterráneo se había convertido casi en una especie de isla, cuyo aislamiento hacía que las noticias procedentes de otros lugares apenas sí tuvieran eco en otros territorios.

      No es imposible que esto sucediera dada la postración en la que se encontraba el mundo de aquel tiempo. Pero aun así, no es creíble que hechos como la caída de Jerusalén o la del patriarcado de Alejandría en manos de los musulmanes no llegasen al menos al conocimiento de las altas jerarquías eclesiásticas hispanas. El factor sorpresa, por tanto, no es suficiente para explicar la rápida desaparición del reino visigodo.

      Hay otra curiosa leyenda que, unos cuarenta años después de la caída de la monarquía visigoda, intentó explicar el porqué de la rapidez de la invasión. Según esta fue el conde de Ceuta, don Julián, el que llamó a los musulmanes para vengar una afrenta personal. Esta se basaba en que la hija del conde, Florinda, apodaba la Cava (qahba, ‘prostituta’ en árabe), había sido violada en la corte de Toledo por don Rodrigo, que al parecer se había prendado de ella cuando la vio bañándose desnuda en el río Tajo, mientras que por el contrario, la hija del conde no se avenía a los requisitos amatorios del monarca.

      El indignado Julián, cuando se enteró de que su honor había sido mancillado por el rey, tramó dura venganza y se prestó a apoyar a las tropas musulmanas con el objeto de que invadieran la Península, para lo cual él cedería el puerto de su ciudad y también su escasa flota para poder transportarlos.

      Esta leyenda, aunque ha cautivado la imaginación de muchas generaciones, no tiene el más mínimo viso de realidad, pese a que, como toda leyenda, algo de verdad sí que esconde.

      Como vimos en el capítulo anterior, la península Ibérica a comienzos del siglo VIII era prácticamente un Estado que vivía en la anarquía. Las conspiraciones y las luchas intestinas entre los aspirantes a la corona habían minado la vitalidad del reino y lo habían debilitado enormemente.

      Es más, cuando se produjo el hecho de la invasión musulmana, una nueva guerra había estallado en la Hispania visigoda. Fueron los witizianos, es decir, los partidarios del bando perdedor en esa guerra civil, los que sin duda llamaron a los musulmanes para que les ayudasen en la lucha contra el usurpador Rodrigo.

      Musa ibn Nusayr, que por aquel entonces era el emir o gobernador musulmán de la provincia de Yfriqiya, lo que hoy conocemos como el norte de África y más propiamente como el Magreb, prestó oídos a la petición y decidió intervenir en la lucha. Para ello ordenó a su lugarteniente Tariq ibn Ziyad que llevase con él a unos siete mil bereberes, es decir, hombres pertenecientes al pueblo que habitaba y aún habita en la zona del Magreb, y que con ellos desembarcase en la Península para ayudar al bando que lo había llamado.

      Con la ayuda del conde de Ceuta, Tariq desembarcó en abril del 711, en un lugar que los geógrafos de la Antigüedad denominaban el promontorio de Calpe. Pero los musulmanes le cambiarían el nombre, y a partir de esta época el lugar se conoce como el ‘Monte de Tariq’, en árabe Yabal Tariq, y esa misma denominación por deformación ha llegado hasta nosotros como Gibraltar.

      Cuando llegaron los musulmanes, el rey visigodo se hallaba de campaña por el norte, según unos para sofocar una rebelión de los vascones, según otros combatiendo contra Agila II, que era el candidato de los witizianos que todavía luchaba contra él al sur de los Pirineos. Sea como sea, con las comunicaciones existentes en aquella época, la noticia debió tardar al menos dos o tres semanas en llegar a conocimiento del rey Rodrigo y su ejército.

      El monarca pidió a las escasas tropas que había en el sur peninsular que se enfrentaran con las de Tariq y las detuvieran, pero este las derrotó con facilidad en una breve escaramuza que debió tener lugar entre mayo y junio del año 711 cerca de la zona de al-Yazira, en árabe ‘la isla’, conocida hoy por nosotros como Algeciras, muy cerca de Gibraltar.

      Conocedor de estas noticias tan desastrosas, Rodrigo hizo un llamamiento a la nobleza visigoda para que se reuniera con él en Toledo y Córdoba y se aprestara a enfrentarse contra el enemigo musulmán. Con renuencia, muchos nobles acudieron a la batalla, pero entre ellos se hallaban también partidarios de Agila que no se habían atrevido a oponerse a las órdenes del rey, si bien resultaban ser tropas escasamente de fiar como se demostró poco después.

      Tariq tampoco perdió el tiempo. Visto la facilidad con la que había desembarcado, y las escasas dificultades que había encontrado en los meses posteriores, solicitó más ayuda a su superior Musa ibn Nusayr y le pidió permiso para enfrentarse directamente al grueso del ejército visigótico.

      Musa le envío unos cinco o seis mil hombres más, y con ese pequeño ejército, Tariq se decidió a penetrar más hacia el interior en busca del ejército visigodo que se dirigía contra ellos.

      El choque tuvo lugar a finales de julio del 711. El lugar no está nada claro. Debió ser entre la laguna de la Janda (que ya no existe como tal laguna, pues fue desecada hace aproximadamente medio siglo para que la superficie que ocupaba fuera puesta en cultivo) y el río Guadalete, que atraviesa aproximadamente la parte central de la actual provincia de Cádiz. Se trata de un lugar bastante impreciso, pues entre un hito y otro hay una distancia de unos sesenta o setenta kilómetros, pero las crónicas de la época no dan más precisión al respecto.

      La batalla del Guadalete fue un desastre absoluto para los visigodos y un gran triunfo para los musulmanes. Rodrigo se situó en el centro de su ejército, mientras que en las alas del mismo puso a las tropas que les resultaban menos fiables, lo que en el transcurso de la misma se reveló como un terrible error. Es muy difícil precisar el número de visigodos que lucharon bajo sus órdenes, pero se calcula que debieron ser algo más de treinta mil, es decir, probablemente el doble o quizás el triple que las fuerzas de Tariq que se le enfrentaban.

      La lucha pareció ir más o menos igualada hasta que en un momento de la batalla, una parte del ejército de Rodrigo al mando del obispo don Oppas lo traicionó y se pasó al enemigo. Ante esta pérdida, los visigodos no pudieron reaccionar, y fueron las tropas musulmanas las que se lanzaron al ataque definitivo y masacraron a buena parte de los visigodos. Se calcula las bajas de estos en más de diez mil hombres, mientras que las de los musulmanes quizás no llegaron a tres mil.

      El cuerpo del rey jamás se halló, aunque sí el de su caballo, que fue encontrado junto al río totalmente destrozado por una gran cantidad de saetas que le habían clavado los arqueros musulmanes. Don Rodrigo probablemente cayó al río y allí se ahogó, si es que no estaba muerto anteriormente a que esto sucediera. De todas formas, luego aparecieron nuevas leyendas que narraban que el rey se había salvado y había huido, pero jamás se volvió a saber nada de él, y con su muerte se inició también la del reino visigodo.

      Tariq se encontraba ahora libre para avanzar y no desaprovechó el tiempo en absoluto. Inició una rápida carrera que le llevó hasta la corte de Toledo. Según algunos autores, el motivo de tan veloz marcha era capturar el tesoro de los reyes visigodos que se había ido acumulando allí durante tres siglos. Otra explicación más razonable es pensar que era allí donde se tomaban las decisiones del reino visigodo y que por tanto el control de la ciudad era una necesidad estratégica de primer orden.

      Durante el resto del año 711 y los comienzos de 712, Tariq avanzó con sus hombres con una escasa oposición por parte de los vencidos. Es más, lo que se encontró en muchas ocasiones fue el sentimiento contrario, porque las minorías perseguidas por los visigodos, como los judíos, se prestaron a ayudarle cada vez que pudieron, como sucedió cuando las tropas musulmanas llegaron a la actual ciudad de Écija. De ahí se dirigieron a Córdoba, sede de la facción que apoyaba a Rodrigo, y de ahí a Toledo, que se rindió como las anteriores prácticamente sin combatir.

      Una vez tomada la capital del reino, las tropas de Tariq siguieron avanzando sin un objetivo claramente definido. Parecía como si los invasores no tuvieran muy claras las ideas desde un punto de vista geográfico y avanzaban por

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