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hasta entonces, no había sido particularmente llamativa en Hispania, la intolerancia religiosa.

      No está muy claro a qué fue debido esto, pero poco después de su conversión oficial al catolicismo, parece que a los monarcas visigodos les entró la obsesión de convertirse en los más católicos entre todos los católicos. Probablemente se trató de una especie de complejo de culpabilidad que había que purgar. Ellos habían sido los últimos en convertirse a la fe católica, pero ahora, por ese motivo, debían demostrar fehacientemente que eran los soberanos más católicos de toda la Cristiandad.

      Y eso les llevó a intentar dar buenas pruebas de ello ante la Iglesia. Para conseguirlo, se encontraron con una minoría religiosa a la que era muy fácil atacar para demostrar que su conversión había sido sincera. Eran los judíos.

      Los judíos llegaron a la Península en el siglo II después de que el emperador romano Adriano decretara su exilio de Judea (o Palestina) bajo pena de muerte tras una sangrienta sublevación. Emigraron por todo el Mediterráneo en la denominada Diáspora y muchos de ellos acabaron asentándose en Hispania. Era una minoría culta y por regla general con un elevado nivel de vida, ya que se dedicaban a actividades relacionadas con el comercio, la artesanía o las finanzas, pues conseguían ganar grandes cantidades de dinero a base de préstamos por los que cobraban un alto interés.

      Los judíos eran además una minoría a la que todos los cristianos miraban de forma hostil. Ellos habían sido los que habían dado muerte a Jesucristo y se negaban a aceptar la figura de Jesús de Nazaret como la del Mesías. La Iglesia intentó en ocasiones su conversión al cristianismo por métodos pacíficos, pero estos por lo general fracasaron.

      De ahí que los reyes visigodos tomaran la decisión de obligar a los judíos a la conversión o, de no hacerlo, estar sometidos a duras penas y a severas restricciones en su vida profesional y social. Fueron pocos los convertidos, y sí muchos los que sufrieron el celo perseguidor de los monarcas visigodos. Su situación empeoró considerablemente, e inevitablemente fue creciendo en ellos un sentimiento de animadversión contra los visigodos, que tuvo una gran importancia cuando décadas después aparecieron en la Península los musulmanes.

      Hubo reyes como Wamba que, a finales del siglo VII, reunieron nuevos concilios en Toledo y dieron leyes severísimas con el objetivo de perseguirlos duramente, Pero ni aún así consiguieron su propósito, y los judíos continuaron practicando su religión a pesar de las fuertes trabas e impedimentos que se le oponían.

      La persecución de una minoría religiosa no sirvió para solucionar los graves problemas que aquejaban al Estado visigodo, y a comienzos del siglo VIII este empezaba a notar claros síntomas de decadencia y de desunión.

      Poco después de la muerte del emperador Justiniano en Constantinopla, y por la época en la que el rey visigodo Leovigildo estaba iniciando sus primeras campañas en la península Ibérica, nació un niño en la península Arábiga. Se le impuso el nombre de Muhammad (o Mahoma, para nosotros) y estaba destinado a llevar a cabo una de las más importantes transformaciones en la historia de la humanidad.

      La península de Arabia es la mayor península que existe en el mundo. Es incluso mayor que todo el conjunto de Europa occidental. Pero es una península muy árida, por lo que en ella predominan los desiertos. Solo en sus partes periféricas existen zonas más húmedas en las que se han desarrollado diversas civilizaciones.

      Mahoma nació en La Meca, una ciudad del interior que debía su existencia y su riqueza a ser un centro del comercio de caravanas y a la presencia en ella de numerosos ídolos a los que adoraban las diferentes tribus que en ella hacían escala en sus rutas comerciales.

      Huérfano desde muy pequeño, Mahoma vivía con su tío, dueño de algunas de las grandes compañías de caravanas que realizaban el transporte de mercancías entre Oriente y Occidente. Mahoma se dedicó a trabajar como comerciante de estas caravanas, lo que le permitió entrar en contacto con otras culturas y civilizaciones más avanzadas que la árabe, de la que él procedía, y también conseguir una estabilidad económica con dicho comercio.

      Su matrimonio con la viuda de un rico comerciante le permitió dedicarse a una vida más contemplativa y comenzó, anualmente, una serie de retiros a diversas cuevas que existían en los alrededores de La Meca.

      Hacia el año 610, en uno de estos retiros, tuvo una visión según la cual el arcángel San Gabriel le transmitió que él sería el único profeta del único Dios, Allah (Alá), y que su mensaje (un único Dios, Muhammad su único profeta, todos los hombres son iguales ante Dios…) debería unir a todas las tribus politeístas de Arabia y, luego, de todo el mundo conocido. La nueva religión se llamó islam o lo que es lo mismo, ‘sumisión a Dios’ (‘sumisión a Alá’). Esta religión tomaba importantes cuestiones del judaísmo y el cristianismo, a los que Mahoma hizo originales aportaciones y adaptaciones al lugar y a la idiosincrasia de las gentes que poblaban Arabia.

      Al principio le costó mucho encontrar adeptos, es decir, musulmanes, palabra que quiere decir ‘los que se someten a la voluntad de Dios’. Incluso encontró adversarios entre los miembros de su propia tribu, temerosos de perder el control de la ciudad. La situación se hizo tan difícil que en el año 622 Mahoma decidió emigrar a la ciudad próxima de Medina. Este hecho es muy importante, porque los musulmanes empezaron a datar su cronología a partir de este acontecimiento, al que se denomina la Hégira, que significa ‘la huida’.

      Durante los diez años siguientes, Mahoma se dedicó a extender la nueva religión por las tribus de la península Arábiga. Finalmente consiguió su propósito y regresó a La Meca, donde mandó destruir todos los ídolos existentes salvo la Piedra Negra que se conserva en el santuario de la Kaaba.

      Mientras expandía su religión, Mahoma y sus seguidores se dedicaron a compilarla en un libro, el Corán, que significa en árabe precisamente eso mismo, ‘El libro’. De esa manera quedaba fijada la doctrina oficial para todos aquellos que se convirtieran al islam.

      En el año 632, y en plena expansión de la doctrina islámica, Mahoma murió. No dejó hijos varones, y por lo tanto no designó a ningún sucesor directo que dirigiera el expansionismo del nuevo credo. Por eso hubo que buscar un sucesor entre otros miembros de su familia. De esta forma fue elegido su suegro Abu Bakr como califa. En español, la palabra árabe califa equivale a ‘sucesor’.

      Durante tres décadas, cuatro califas sucedieron a Mahoma. El más importante de todos fue el segundo de ellos, Omar, que dirigió a la Umma (‘la comunidad islámica’) durante diez años a partir del 634.

      Lo que ocurrió en ese breve espacio de tiempo es uno de los acontecimientos más impactantes de la todos los tiempos. Los árabes siempre habían formado tribus belicosas pero desorganizadas. Nunca habían sido capaces de crear un reino unido, y mucho menos habían podido expandirse fuera del ámbito natural de la península Arábiga. Pero esto iba a cambiar bajo el férreo control de Omar.

      Cuando murió Mahoma, existían dos grandes imperios que rodeaban por el norte y por el oeste a Arabia: el persa y el bizantino. Ambos eran algo así como las superpotencias de aquella época, y ambos se disputaban el control del Próximo Oriente. En el curso de esa disputa mantuvieron una guerra feroz durante más de dos décadas. Hay noticias de que Mahoma ordenó escribir una carta a cada uno de los emperadores en conflicto pidiéndoles que se sometiesen voluntariamente a la voluntad de Alá, al islam. Probablemente ninguno hizo el menor caso a los escritos procedentes de un comerciante de caravanas de la remota Arabia. Pero el tiempo demostró que ambos soberanos no valoraron adecuadamente aquellos mensajes.

      En el 628 bizantinos y persas acordaron la paz. La guerra había supuesto un triunfo de los primeros, pero estaban tan agotados después de los extraordinarios esfuerzos desplegados en el combate que durante unos años quedaron postrados a la espera de poder recuperarse de los desastres de la guerra.

      Y fue justo en aquel momento cuando apareció Mahoma proclamando su nueva fe. Es muy posible que si el islam hubiera aparecido unos años antes, cuando todavía bizantinos y persas eran poderosos, o si lo hubiera hecho unos años después, cuando a ambos les hubiera dado

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