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marcadas por la vuelta a la pobreza evangélica y la opción por los pobres29.

      La región latinoamericana y caribeña es la más urbanizada del mundo. Ocho de cada diez personas vivimos en zonas urbanas; la mayoría en barrios suburbanos. En mi libro Dios vive en la ciudad muestro que Bergoglio fue el primer arzobispo de Buenos Aires formado en nuestra cultura urbana30. En 1936, cuando nació este hijo de inmigrantes italianos, Buenos Aires tenía más de 2.400.000 habitantes (880.000 extranjeros y 1.600.000 nativos). Es el primer papa nacido en una gran ciudad del siglo XX y piensa las tensiones entre la globalización y la urbanización31.

      Francisco promueve una reforma de la Iglesia y de la sociedad desde las periferias de la pobreza. La opción por los pobres «marca la fisonomía de la Iglesia latinoamericana y caribeña» (A 391) y es un rasgo de la teología latinoamericana. En una carta a Gustavo Gutiérrez, Lucio Gera escribió:

      He experimentado una afinidad contigo en el hecho de que tu reflexión teológica ha surgido de la experiencia y práctica pastoral, y se ha orientado hacia ella... Te debemos el agradecimiento por haber introducido y mantenido en la reflexión teológica y en la pastoral de la Iglesia la afirmación de la prioridad de los pobres32.

      El Papa asume y representa este doble acento evangélico y latinoamericano. Presenta el lugar privilegiado de los pobres en el corazón de Dios y el pueblo de Dios (EG 186216). Esa sección es, en mi opinión, la mejor exposición de un documento pontificio sobre Cristo, la Iglesia y los pobres33. «El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo “se hizo pobre” (2Cor 8,9)» (EG 197). Desde Dios, el Papa sueña una Iglesia más pobre y de los pobres (EG 198). La Iglesia-pueblo de Dios es, sobre todo, la Iglesia vivida por los más sencillos.

      Nuestra vida, la pastoral y la teología vinculan estrechamente la piedad popular y la opción por los pobres. Francisco considera la mística popular como inculturación de la fe en una modalidad cultural particular. Aquella no solo es una fuerza misionera, sino también un lugar teológico para pensar la fe: «Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización» (EG 126). Desde 1974 Bergoglio habla del sensus fidei fidelium del pueblo santo (LG 12a). Afirma que, si el magisterio y la teología enseñan el contenido de lo que creemos, por ejemplo, acerca de la Madre de Dios, la piedad popular manifiesta de forma viva cómo se cree y ama a la Virgen34. Hoy confirma esta verdad sobre la sabiduría de la fe de los bautizados (EG 119), lo que nos reconduce a la cuestión de una teología inculturada. La teología debe recoger las representaciones de la fe a partir del sensus fidei fidelium. Kasper afirma que esta doctrina fue olvidada en la teología europea, pero ha sido una constante en varios teólogos argentinos.

      En 2015, celebramos el Centenario de la Facultad de Teología de Buenos Aires. En ese contexto se realizó el Congreso internacional de Teología: Cincuentenario del concilio Vaticano II. Allí se recibió un vídeo-mensaje del Papa, quien señaló la feliz iniciativa de celebrar de forma conjunta el acontecimiento universal del Cincuentenario y el evento local del Centenario. Entonces nos instó a atender tanto a lo particular como a lo universal. En ese texto, válido para todos, invitó a seguir la enseñanza del Concilio a través de la fecundación recíproca entre la teología y la pastoral, y entre la fe y la vida. Y agregó: «Me animo a decir que (esa enseñanza) ha revolucionado en cierta medida el estatuto de la teología, la manera de hacer y de pensar creyente»35. El Papa completó aquel mensaje con una invitación a los que se dedican a la teología a ser hijos de su pueblo, profundos creyentes y profetas en las fronteras, y también a pensar rezando y rezar pensando36.

      El compromiso con la reforma de la Iglesia y la transformación del mundo desde el Evangelio requiere una teología que se renueve desde sus fuentes y en un diálogo con la historia. Francisco, «el hombre de la reforma práctica», como dice Benedicto XVI37, nos anima a avanzar por aquel camino de fidelidad creativa al introducir su Exhortación Amoris laetitia. Allí explica que las complejas cuestiones que aborda deben seguir siendo profundizadas por «la reflexión de los pastores y los teólogos» en la medida en que ella «es fiel a la Iglesia, honesta, realista y creativa» (AL 2). Luego señala que, a partir de una unidad doctrinal y pastoral fundamental, «en cada país o región se pueden buscar soluciones más inculturadas, atentas a las tradiciones y a los desafíos locales» (AL 3). Estas palabras invitan a seguir pensando el Evangelio en y desde la historia.

      Desde el Vaticano II, la teología pensada, escrita y publicada en castellano y en portugués, desde América Latina, presenta una rica gama de expresiones. La teología de la liberación, simbolizada en Gustavo Gutiérrez, responde a la interpelación del Cristo en el pobre, expresa el amor gratuito de Dios y potencia el compromiso por la liberación integral de personas y pueblos. La teología del pueblo de Dios, los pueblos/culturas y la pastoral popular, tuvo grandes exponentes en los argentinos Lucio Gera (1924-2012) y Rafael Tello (1917-2002), hoy estudiados en relación a Francisco38. Su principal representante vivo es Juan Carlos Scannone. En 1974 Juan Luis Segundo la llamó teología del pueblo39. Hoy, la gran novedad del pontificado de Francisco, incluye la pequeña primicia del conocimiento de nuestra incipiente teología, como reconoce Walter Kasper40.

       4. El desafío de hacer teología en castellano o español

      En el mundo íbero-americano las lenguas nos vinculan. Íbero-américa comparte valores culturales que tienen su raíz profunda en la fe cristiana y se expresan en diversas lenguas41. El desafío de intensificar el intercambio incumbe a los pueblos, las Iglesias y la Iglesia católica en especial, la más numerosa en América y en Europa. La fe, pensada y expresada en castellano y en portugués, pertenece a nuestra honda tradición cultural; fortalece la amistad en la fraternidad; amplía y purifica la razón, en particular la razón política; brinda valores que enriquecen la ética social; es una fuente mediata de una legislación humanista; se perfecciona en la caridad que une. La fe puede seguir inspirando las culturas con su «plus» de humanidad en una sociedad plural.

      En el mundo iberoamericano hay diversas lenguas. Me limito a señalar la historia, la vigencia y la proyección del castellano. Para Andrés Bello la lengua fue el medio providencial de comunicación fraterna entre las naciones de los dos continentes. El paso del castellano a América le aseguró su destino universal, como ya se advierte en la obra del inca Garcilaso de la Vega, mestizo cusqueño (1539-1616), autor de los Comentarios reales de los incas (y su segunda parte, La Historia general del Perú). Él reivindicó su doble condición de inca y español, combinó la crónica con la ficción y escribió en castellano desde la Córdoba andaluza. Desde entonces esa lengua se volvió americana, como reconoció Pablo Neruda en sus memorias. Expresando el drama constituyente, dijo:

      Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos [...]. Por donde pasaba quedaba tierra arrasada. Pero a los bárbaros se les caían [...] como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedan aquí resplandecientes [...] el idioma. Salimos perdiendo [...]. Salimos ganando [...]. Se llevaron el oro y nos dejaron el oro [...]. Se lo llevaron todo y nos dejaron todo [...]. Nos dejaron las palabras42.

      El castellano es una de las lenguas más cohesionadas del mundo, abarca la unidad plural de todas sus formas locales y tiene una enorme expresividad para traducir el misterio. Para Carlos Fuentes, «no hay lengua más constante y más vocal: escribimos como decimos y decimos como escribimos»43. Nuestra lengua manifiesta su valor poético y místico desde Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Luis de León, Calderón de la Barca, Lope de Vega y Tirso de Molina.

      En América Latina nos separan las distancias, pero nos une la lengua: «Si algo debemos celebrar en 2010 es la unidad inicial, esencial, que el castellano nos procura [...]. Solo el castellano nos reúne a todos nosotros, los latinoamericanos»44. América Latina es

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