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100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй Олкотт
Читать онлайн.Название 100 Clásicos de la Literatura
Год выпуска 0
isbn 9782380374124
Автор произведения Луиза Мэй Олкотт
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
Uppercross ocupó pronto todos sus días. Difícil era decir quién tenía más prisa: él por aceptar la invitación o los Musgrove por hacerla. Por las mañanas en particular iba allí, porque no tenía compañía, puesto que el matrimonio Croft pasaba fuera las primeras horas del día, recorriendo sus nuevas posesiones, sus llanuras de pasto, sus ovejas, pasando el tiempo en una forma que se comprendía incompatible con la presencia de una tercera persona. A veces también recorrían el campo en un birlocho que habían adquirido no hacía mucho.
Los huéspedes de los Musgrove y éstos compartían la misma impresión acerca del capitán Wentworth: una admiración general y calurosa. Pero esta convicción unánime produjo mucho desagrado e incomodidad a un tal Carlos Hayter, quien al volver a reunirse con el grupo, pensó que el capitán Wentworth estaba absolutamente de sobra.
Carlos Hayter, un joven agradable y gentil, era el mayor de los primos, y entre él y Enriqueta había existido, según parecía, una considerable atracción antes de la llegada del capitán Wentworth. Era pastor y tenía un curato en las inmediaciones, en el cual no era imprescindible residir y, por lo tanto, lo hacía en casa de su padre, que distaba escasas dos millas de Uppercross.
Una corta ausencia había dejado a su dama sin vigilancia, en un período crítico de sus relaciones, y al volver, tuvo el disgusto de encontrar los modales de ella cambiados y de ver allí al capitán Wentworth.
Mrs. Musgrove y Mrs. Hayter eran hermanas. Ambas habían tenido dinero, pero sus matrimonios establecieron entre ellas una gran diferencia. Mr. Hayter poseía algo, pero su propiedad era una nadería comparada con la de los Musgrove; por otra parte, los Musgrove pertenecían a la mejor sociedad del lugar, mientras que a los Hayter, debido a la vida ruda y retirada de los padres, a los defectos de su educación y al nivel inferior en que vivían, no podía considerárseles como pertenecientes a ninguna clase, y el único contacto que tenían con la gente provenía de su parentesco con los Musgrove. Este hijo mayor, naturalmente, había sido educado como para ser un culto caballero y, por lo tanto, su educación y maneras eran muy diferentes a las de los demás.
Ambas familias habían guardado siempre las mejores relaciones; sin orgullo de una parte y sin envidia de la otra. Cierto sentimiento de superioridad de parte de las señoritas Musgrove se traducía en el placer de educar a sus primos. Las atenciones de Carlos a Enriqueta habían sido observadas por el padre y la madre de ésta sin ninguna desaprobación. “No será un gran matrimonio para ella, pero si le agrada... y parece agradarle...”
Enriqueta también compartía esta opinión antes de la llegada del capitán Wentworth. A partir de entonces, el primo Carlos fue relegado al olvido.
Cuál de las dos hermanas era la preferida del capitán Wentworth, era difícil de establecer, en lo que Ana podía ver al respecto. Enriqueta era quizá más bella, pero Luisa parecía más inteligente y atractiva. Por otra parte, ella no podía decir a la sazón si él se sentiría atraído por la belleza o por el carácter.
Mr. y Mrs. Musgrove, bien fuera por darse poca cuenta de las cosas, bien por entera confianza en el buen criterio de sus hijas o de los jóvenes que las rodeaban, parecían dejar todo en manos del azar. En la Casa Grande no había la más leve muestra de que alguien se ocupase de estas cosas; en la quinta era diferente: los jóvenes estaban más dispuestos a comentar y averiguar. Debido a esto, apenas había el capitán Wentworth concurrido tres o cuatro veces, y Carlos Hayter había reaparecido, Ana tuvo que escuchar la opinión de sus hermanos acerca de cuál sería el preferido. Carlos decía que el capitán Wentworth sería para Luisa; María, que para Enriqueta, pero convenían que a cualquiera de las dos que se dirigiese Wentworth, les sería grato.
Carlos jamás había visto un hombre más agradable en su vida. Por otra parte, de acuerdo con lo que había oído decir al mismo capitán Wentworth, podía afirmar que a lo menos había hecho en la guerra alrededor de veinte mil libras. Esto ya ponía una fortuna de por medio, además de las perspectivas de hacer otra en una siguiente guerra. Por otra parte, tenía la certeza de que el capitán Wentworth era muy capaz de distinguirse como cualquier oficial de la Armada. ¡Oh, por cierto sería un matrimonio muy ventajoso para cualquiera de sus hermanas!
-En verdad que lo sería -replicaba María-. ¡Dios mío, si llegara a alcanzar grandes honores! ¡Si llegara a tener algún título! “Lady Wentworth” suena grandioso. ¡Sería una gran cosa para Enriqueta! ¡Ocuparía mi puesto entonces y Enriqueta estaría encantada! Sir Federico y Lady Wentworth suena encantador; aunque es verdad que no me agrada la nobleza de nuevo cuño; jamás he considerado en mucho a nuestra nueva aristocracia.
María prefería casar a Enriqueta con el fin de desbaratar las pretensiones de Carlos Hayter, que jamás había sido de su agrado. Sentía que los Hayter eran gente decididamente inferior, y consideraba una verdadera desgracia que pudiera renovarse el parentesco entre ambas familias... en especial para ella y sus hijos.
-¿Saben ustedes? -decía-, no puedo hacerme a la idea de que éste sea un buen matrimonio para Enriqueta; y considerando las alianzas que hemos hecho los Musgrove, no debe rebajarse ella en esa forma. No creo que ninguna joven tenga derecho a elegir a alguien que sea desventajoso para los mayores de su familia imponiéndoles un parentesco indeseable. Veamos un poco: ¿quién es Carlos Hayter? Nada más que un pastor de pueblo. ¡Una alianza muy conveniente para la señorita Musgrove de Uppercross! ...
Su marido discrepaba. Además de cierta simpatía por su primo Carlos Hayter, recordaba que éste era primogénito, y siéndolo él mismo, veía las cosas desde este punto de vista.
-Dices tonterías, María -era su respuesta-; no será un partido demasiado ventajoso para Enriqueta, pero Carlos puede obtener, por medio de los Spicers, algo del obispo dentro de un año o dos; por otra parte, no debes olvidar que es el hijo mayor. Cuando mi tío muera, heredará una buena propiedad. Los terrenos de Winthrop no son menos de cien hectáreas; además de la granja cercana a Taunton, que es de las mejores tierras del lugar. Te aseguro que Carlos no sería un matrimonio desventajoso para Enriqueta. Debe ser así: el único candidato posible es Carlos. Es un joven bondadoso y de buen carácter. Por otra parte, cuando herede Winthrop lo convertirá en algo muy diferente de lo que ahora es, y vivirá una vida muy distinta de la que ahora lleva. Con esta propiedad no puede ser nunca un candidato despreciable. ¡Una bonita propiedad por cierto! Enriqueta haría muy mal en perder esta oportunidad; y si Luisa se casa con el capitán Wentworth, te aseguro que podremos darnos por satisfechos.
-Carlos podrá decir lo que quiera -decía María a Ana apenas éste dejaba el salón-, pero sería chocante que Enriqueta se casase con Carlos Hayter. Sería malo para ella y peor aún para mí. Es muy de desear que el capitán Wentworth se lo saque de la cabeza, como realmente creo que ha sucedido. Apenas miró a Carlos Hayter ayer. Me hubiera gustado que hubieses estado presente para ver su comportamiento. En cuanto a suponer que al capitán Wentworth le guste Luisa tanto como Enriqueta, es ridículo. Le gusta Enriqueta muchísimo más. ¡Pero Carlos es tan positivo! De haber estado ayer habrías decidido cuál de nuestras dos opiniones era la justa. No dudo que hubieses pensado como yo, a menos de estar deliberadamente en mi contra.
Esto había tenido lugar en una comida en casa de los Musgrove en la que se había esperado a Ana, pero ésta se excusó de concurrir so pretexto de un dolor de cabeza y una leve recaída del pequeño Carlos. Pero en verdad no había ido para evitar encontrarse con Wentworth.
A las ventajas de la noche, que había pasado tranquilamente, se añadía la de no haber sido la tercera en discordia.
En cuanto al capitán Wentworth, opinaba ella que debía éste conocer sus sentimientos lo suficiente como para no comprometer su honorabilidad, o poner