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modélico/a tiene entre sus proyectos dejar un buen recuerdo, una cómoda situación económica y de imagen a su familia, testar para repartir posesiones y tareas, etc.; la postura del que dice “con la muerte acaba todo” es inmoral y oligofrénica…).

      De hecho, cada vez más, los lugares del mundo son lugares lógicos más que lugares temporales. A nadie le importa cuándo se construyó Las Vegas (homenajeo aquí al también arquitecto Robert Venturi), lo que importa es cómo funciona Las Vegas. Si voy a ser jugador de backgammon, además de padre, trabajador, ciudadano y, quién sabe, ecologista o adicto al hachís, tendré que asumir las reglas de ese nuevo espacio horteraza y posmoderno que es un casino de Las Vegas. De nuevo toda mi vida se reubica y entonces el nuevo espacio se entrecruza, separa o prolifera con los demás anteriores, de manera que tendré que ver si un padre debería tener licencia para apostar tanto en un casino como para jugarse los ahorros de la universidad de sus hijos, si un ecologista está a favor del derroche capitalista o si mi adicción al hachís va a hacer que arriesgue más de lo debido. No todos los proyectos son compatibles con todos, no hay una elongación fáustica que permita vivirlo todo (la vida de una sola persona o de una sola cultura es finita no únicamente en el tiempo), pero las personas y las culturas humanas contamos con una amplitud satisfactoria siempre que se den dos condiciones: primera, que la carestía material no nos ahogue; segunda, que no crea que me define una identidad inalterable. Es decir, una identidad con la que supuestamente nací, y si acabo con la cual ya no soy yo, me convierto en el desgarro aquel en que te envuelven las metamorfosis entre pavorosas y esperanzadas de la Lógica del Tiempo. Descreer de algo así me parece una manera más sana y posmoderna de ver las cosas. La madre trabajadora y ciudadana también puede ser oyente de Metallica, que es enteramente compatible con sus restantes proyectos, y debe existir una legalidad jurídica y un sistema de costumbres que ampare esta pluralidad vital, más exterior que interior, una vez esté garantizada la subsistencia material. A cada cosa, su espacio, pero ello no significa que exista un espacio previo, prefijado, para cada cosa. No, al menos, en la Naturaleza, o en la Historia, de haberlo tendrá que encontrarse en las convenciones pactadas entre los hombres, y pactadas precisamente para facilitar la coexistencia, que es, también, un término de raigambre espacial –el que varias cosas existan juntas, sin por ello aniquilarse mutuamente, y, sólo en este sentido, a la vez… Hace años había un anuncio de televisión muy elegante de una marca que no recuerdo que decía que “el mayor lujo es el espacio”. Podría hacerse una lectura arquitectónica, urbanística, misantrópica, astrofísica o lo que se quiera de ello. Yo creo que, posmodernamente, tendríamos que hacer de ese lema una lectura estrictamente civilizatoria…

      La Post-modernidad, en fin, como se ve, no tiene nada que ver con el foucaultismo, que está muy presente, por ejemplo, en la Teoría de Género. Supongo que esto es lo que quieren ciertos teóricos decir con “constructivismo”. La Post-modernidad, en cambio, es una reflexión acerca de en qué sentido el capitalismo globalizado (o “capitalismo tardío”, como dice Jameson obteniéndolo de Mandel) ha transformado el carácter de nuestra cultura, introduciendo elementos que nos estaban previstos en la Modernidad, tergiversando de un modo peculiar, pues, esta concreta fase última de la modernidad. Pueden ser constructivistas en el sentido de que precisamente la globalización ha mostrado un mundo plural que no puede ser reducido a la unidad moderna, y ese gran cruce de caminos de lo plural contemporáneo puede ser manejado, puede ser intervenido, porque en él desaparece el fundamento que se apoyaba en lo Natural-Único o en una Filosofía de la Historia. De modo que no es que no haya normalidad, que decir “normalidad” sea mencionar la Bicha, la represión de los diferentes –que siempre lo son sexualmente, como si no fuésemos más que genitales–, es que existen muchas maneras de normalidad (la yanomama, la hamer, etc.), pero todas ellas bien diferenciadas de las maneras también variadas de la anormalidad o de la patología. Los psiquiatras, desde Sacks, cuando quieren vendernos sus libros de curiosidades se ponen todos ellos muy posmodernos, pero ni el mismo Foucault, con toda su capacidad de exhumar archivos, podría convencernos de que un psicótico no es un psicótico sino un individuo distinto que se viste como su madre… (lo de la canción de Fito y fitipaldis: raro, no digo diferente digo raro…).

      El espacio, la topología, como lógica, tiene la ventaja frente al tiempo, como lógica, de que el sentido, o el significado variable de las cosas, se da a la vez. Volviendo a mis ejemplos maluchos de antes, yo puedo ser padre, profesor, drag-queen y aficionado a las carreras de coches ilegales. Si alguien me obliga a determinar mi identidad “verdadera”, en términos de tiempo no puedo defenderme: mi afición a las carreras ilegales, por ejemplo, parece contradictoria con mi oficio de profesor modélico. O soy una cosa o soy la otra, ahora mismo, en este preciso instante, señor juez. Pero en términos de espacio, mi identidad comprende todas esas dimensiones yuxtapuestas, como una pared en la que pongo todas las fotos en las que salgo conduciendo o salgo aleccionando. Señor juez, es que en un lado de la pared hago una cosa, en el contrario, la otra, mi mundo, mi lógica, es así. ¿Puede mi abogado alegar esquizofrenia? No, porque no las hago al mismo tiempo, aunque estén en mí a la vez, sencillamente son como habitaciones de mi personalidad, puertas que abro cuando quiero, sin tener que dar cuenta de su unidad profunda, la cual hasta yo mismo desconozco... A la lógica de la identidad, que fuerza a que cada ente coincida con su concepto intemporal es a lo que llamamos hoy Metafísica. Quien utilice Metafísica en otro sentido es muy libre de hacerlo, pero seguramente esté recayendo en lo mismo que denuncia. Post-modernidad es post-metafísica, y puesto que la metafísica de la Modernidad ha sido la Política (el Estado es, en efecto, quien sustituye a Dios en la legitimación y distribución del significado de cada suceso en su esfera de influencia), la Posmodernidad también es post-política, como el nombre de la columna de El Confidencial de Esteban Hernández.

      Pondré un último ejemplo, esta vez bueno, me parece, y tomado de una estética rabiosamente actual. La Post-modernidad se centra tanto en la estética no porque adore la belleza, sea una pose elitista y venda basuras muy caras en las galerías de arte, que también. Lo es porque asume la crítica de Nietzsche a la confusión entre moralidad y cientificidad, y entiende que efectivamente las comunidades humanas se guían por valores, y deben poseer valores –las tablas viejas y nuevas que decía Nietzsche–, pero esos valores no son un dato empírico, ni intuitivo, ni adaptativo ni mucho menos religioso, son lo que parece que son: las convicciones de base sobre las que se construye tal comunidad. Por tanto, no una deducción de quién sabe qué leyes de la Naturaleza (la Selección Natural, por ejemplo) o del Hombre (el Imperativo Categórico), sino una voluntad de habitar cierto estilo de vida que quizá haya olvidado que lo es. A un romano de la Roma imperial no había que preguntarle por el fundamento racional del derecho al poder universal de Roma: Roma es la Luz, los demás son unos bárbaros y no hay más que hablar. Por fortuna, hoy somos menos brutos y hemos hecho consciente ese mismo proceso mental. Tenemos las normas que tenemos porque nos gusta tenerlas, y ese “gusta” es más estético que moral, o moral en tanto estético. Pero mi ejemplo va a ser estético en su forma más coloquial, y en este caso no va a tratar de Arquitectura.

      Lo que llamamos hoy el “fenómeno Rosalía”, y que busca a toda costa la internacionalidad, es un fenómeno enteramente posmoderno. Una mujer que estudió una carrera de flamenco, que hizo una tesis doctoral cantada, que luego tuvo profesores altamente exclusivos, que habla perfectamente inglés –pídale usted a Robe Iniesta que hable inglés…–, que habla de su propio trabajo como de una investigación (sobre los celos, en el caso del segundo álbum, El mal querer) y como un proyecto en curso, que posee una gran pericia técnica compositiva y audiovisual… Rosalía no es que sea un producto concebido por una mente empresarial oculta, es que es posmodernidad químicamente pura. A quien toda esa amalgama de hecho le parezca demasiado deliberada, demasiado artificial, frente al, pongamos por caso, genio natural de Charlie Parker (o Bach, no recuerdo dónde leí que Johann Sebastián Bach no fue lo suficientemente culto como para apreciar lo genial que era, pero me suena a fake-history), es que todavía ve las cosas a la manera moderna. La propia Rosalía habla de las tradiciones que retoca, mezcla y reexpone como “codificaciones”, y afirma que “todo está inventado”, y que por tanto lo más que se puede hacer es si acaso “jugar con el contexto”. Tiene 27 años y ya es enteramente consciente de la performatividad del arte, de la ironía posmoderna y de que el pasado es el reservorio del presente, como ya practicaban los neoclásicos como Stravinsky. Sólo

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