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nervioso, ¿no?

      —Sólo quiero ahorrarle tu acoso a una víctima de violación.

      —¿Moi? —Se llevó una mano al pecho—. Me siento insultado.

      Sólo lo miré. Mientras lo hacía se abrió la puerta. Entró Loren Muse, mi investigadora jefe. Muse tenía mi edad, treinta y tantos, y ya era investigadora de homicidios con mi predecesor, Ed Steinberg.

      Muse se sentó sin decir palabra, ni siquiera un gesto.

      Me volví a mirar a Flair.

      —¿Qué quieres? —volví a preguntar.

      —Para empezar —dijo Flair—, quiero que la señora Chamique Johnson se disculpe por destruir la reputación de dos chicos estupendos.

      Le miré un rato más.

      —Pero nos conformaremos con que se retiren los cargos inmediatamente.

      —Sigue soñando.

      —Cope, Cope, Cope. —Flair meneó la cabeza y emitió ruiditos tranquilizadores con la boca.

      —He dicho que no.

      —Eres encantador cuando te pones macho, pero eso ya lo sabes, ¿no? —Flair miró a Loren Muse. Una expresión afligida cruzó su cara.

      —Cielos, ¿qué llevas puesto?

      Muse se incorporó un poco.

      —¿Qué?

      —Tu ropa. Es como un programa de telerrealidad de la Fox. Cuando las policías se visten ellas mismas. Por Dios. Y esos zapatos...

      —Son prácticos —dijo Muse.

      —Cariño, regla de moda número uno: Las palabras «zapatos» y «prácticos» nunca deben encontrarse en la misma frase. —Sin parpadear, Flair se volvió hacia mí—: Nuestros clientes se declaran culpables de falta y salen libres con la condicional.

      —No.

      —¿Puedo decirte dos palabras?

      —Esas dos palabras no serán «zapatos» y «prácticos», ¿verdad?

      —No, algo bastante más calamitoso para ti, me temo: Cal y Jim.

      Calló. Miré a Muse. Ella se agitó en la silla.

      —Esos dos nombrecitos —siguió Flair con un tonillo en la voz—, Cal y Jim. Música para mis oídos. ¿Sabes a qué me refiero, Cope?

      No mordí el anzuelo.

      —En la declaración de la supuesta víctima... has leído su declaración, supongo... en su declaración ella afirma claramente que sus violadores se llamaban Cal y Jim.

      —No significa nada —dije.

      —Verás, cielo, e intenta prestar atención ahora porque creo que esto podría ser importante para tu caso: nuestros clientes se llaman Barry Marantz y Edward Jenrette. Ni Cal ni Jim. Barry y Edward. Repetid conmigo. Venga, adelante. Barry y Edward. A ver, ¿esos nombres se parecen en algo a Cal y Jim?

      Mort Pubin respondió a la pregunta. Sonrió y dijo:

      —No, no se parecen, Flair.

      Seguí callado.

      —Y ya ves, esa es la declaración de tu víctima —siguió Flair—. Es maravilloso, ¿no crees? Espera que te lo busco. Me encanta leerlo. Mort, ¿lo tienes? Espera, aquí está. —Flair llevaba puestas gafas de lectura de medialuna. Se aclaró la garganta y cambió de voz—. Los dos chicos que lo hicieron. Se llamaban Cal y Jim.

      Dejó el papel y nos miró como si esperara un aplauso.

      —Se encontró el semen de Barry Marantz en ella —dije.

      —Ah, sí, pero Barry era un chico guapo, todo hay que decirlo, y los dos sabemos que eso influye, admite un acto sexual consensuado con tu joven y ansiosa señora Johnson aquella tarde. Todos sabemos que Chamique estuvo en su fraternidad, eso no se discute, ¿no?

      No me gustó, pero dije:

      —No, eso no se discute.

      —De hecho, los dos sabemos que Chamique Johnson había trabajado allí como estríper la semana anterior.

      —Bailarina exótica —corregí.

      Sólo me miró.

      —Y por eso volvió. Sin que hubiera intercambio de dinero. En eso también estamos de acuerdo, ¿no? —No se molestó en esperar que contestara—. Y puedo presentar cinco o seis chicos que dirán que se comportó afectuosamente con Barry. Vamos, Cope. Tú ya has pasado por esto. Es una estríper. Es menor. Se coló en una fiesta de una fraternidad. Se ligó al chico rico y guapo. Él se la quitó de encima, no la llamó o lo que fuera. Y se enfadó.

      —Y muchas abrasiones —dije.

      Mort pegó contra la mesa con un puño que parecía capaz de aplastar un animal.

      —Sólo busca ganar dinero —dijo Mort.

      —Ahora no, Mort —dijo Flair.

      —¡Cómo que no! Todos sabemos de qué va esto. Les está acosando porque están forrados. —Mort me dedicó su mejor mirada pétrea—. Sabes que la puta tiene antecedentes, ¿no? Chamique —alargó su nombre de una forma burlona que me sacó de quicio— también tiene su abogado para exprimir a nuestros chicos. Para esa zorra esto sólo es día de cobro. Nada más. Un puto día de cobro.

      —¿Mort? —dije.

      —¿Qué?

      —Calla y deja que hablen los adultos.

      Mort me miró despreciativamente.

      —No eres mejor, Cope.

      Esperé.

      —La única razón de que los proceses es que son ricos. Y lo sabes. Estás jugando a esa mierda de ricos contra pobres ante los medios. No finjas que no lo haces. ¿Sabes lo que da más asco? ¿Sabes lo que realmente me jode?

      Ya había tocado unas pelotas aquella mañana y ahora había jodido a un abogado. Menudo día llevaba.

      —Dime, Mort.

      —Que nuestra sociedad lo acepta —dijo.

      —¿Qué?

      —Odiar a los ricos. —Mort levantó las manos, indignado—. No paro de oírlo. «Le odio, es tan rico.» Fíjate en Enron y todos esos escándalos. Ahora es un prejuicio fomentado, odiar a los ricos. Si yo dijera que odio a los pobres, me lincharían. Pero ¿insultar a los ricos? Adelante, vía libre. Todo el mundo es bienvenido para odiar a los ricos.

      Le miré.

      —Tal vez deberían crear un grupo de apoyo.

      —A la mierda, Cope.

      —No, en serio. Trump, los chicos de Halliburton. El mundo no ha sido justo con ellos, caramba. Un grupo de apoyo. Eso es lo que se merecen. Tal vez un maratón televisivo o algo así.

      Flair Hickory se levantó. Teatralmente por supuesto. Casi me esperaba que hiciera una reverencia.

      —Creo que hemos terminado. Nos vemos mañana, guapo. Y tú —miró a Loren Muse, abrió la boca, la cerró, se estremeció.

      —¿Flair?

      Me miró.

      —Eso de Cal y Jim —dije—. Sólo demuestra que dice la verdad.

      Flair sonrió.

      —¿Cómo es eso, exactamente?

      —Tus chicos fueron listos. Se llamaron a sí mismos Cal y Jim, para que ella dijera eso.

      Arqueó una ceja.

      —¿Crees que colará?

      —¿Por qué iba a decirlo

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