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Apéndice al Diccionario histórico-biográfico del Perú de Evaristo San Cristóval Palomino; Diccionario histórico biográfico del Perú. Siglos XV-XX editado por Carlos Milla Batres; Enciclopedia ilustrada del Perú de Alberto Tauro del Pino; Biblioteca Hombres del Perú editada por Hernán Alva Orlandini; Los médicos en la Independencia del Perú; y La escuela médica peruana, 1811-1972 de Jorge Arias Schreiber Pezet; Diccionario de medicina peruana; e Historia de la medicina peruana de Hermilio Valdizán Medrano; El episcopado en los tiempos de la Emancipación americana de Rubén Vargas Ugarte; Fuentes históricas peruanas de Raúl Porras Barrenechea; Historia de la República del Perú e Introducción a las Bases documentales para la Historia de la República del Perú con algunas reflexiones de Jorge Basadre Grohmann; Los presidentes de la Honorable Cámara de Diputados del Perú de Luis Varela Orbegoso; Presidentes del Senado, comisiones, directivas y señores senadores 1829-1960; Historia de los partidos de Santiago Távara y Andrade; Historia del Perú desde la proclamación de la Independencia de Sebastián Lorente Ibáñez; La cultura peruana y la obra de los médicos en la emancipación de Juan B. Lastres Quiñones; Galería de retratos de los gobernantes del Perú independiente, 1821-1871 de José Antonio de Lavalle y Arias de Saavedra. Entre las publicaciones de carácter específico, pueden mencionarse las siguientes: El precursor (Toribio Rodríguez de Mendoza) de Jorge Guillermo Leguía Iturregui; El gran mariscal Riva Agüero de Enrique Rávago Bustamante; José Joaquín de Larriva; Mariano José de Arce; José Toribio Pacheco; y José Faustino Sánchez Carrión de Raúl Porras Barrenechea; El gran mariscal Luis José de Orbegoso: su vida y su obra de Evaristo San Cristóval Palomino; El doctor José Pezet y Monel; Hipólito Unanue; y El general Juan Antonio Pezet, presidente de la República del Perú de Jorge Arias Schreiber Pezet; El doctor Hipólito Unanue de Hermilio Valdizán Medrano; Toribio Rodríguez de Mendoza de Rubén Vargas Ugarte; El protomédico limeño José Manuel Valdés de Héctor López Martínez; Antonio José de Sucre. Gran Mariscal de Ayacucho de Guillermo A. Sherwell.

      Al concluir estas líneas introductorias, el autor desea expresar su viva gratitud a las autoridades de la Universidad de Lima en las personas del doctor Óscar Quezada Macchiavello, rector, y del magíster Giancarlo Carbone de Mora Campos, director del Fondo Editorial, por el interés puesto en la presente publicación. A Neil Cárdenas Lezameta, bibliotecario del Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, por su preciado apoyo en la búsqueda del material bibliográfico y documental. A Fiorella, Renzo y Adriano, mis hijos, por su permanente disposición de auxiliarme en el uso correcto de los modernos y sofisticados medios virtuales; y, de manera especial, a mi esposa Gloria Winffel Ríos que, como en anteriores oportunidades, prestó su valiosa e invalorable colaboración no solo en la revisión histórica y lingüística de los originales, sino también en la laboriosa digitación de varios capítulos.

       Raúl Palacios Rodríguez

      Lima, diciembre del 2020

      Capítulo 1

      El Perú hacia 1821

      1. LA REALIDAD GEOGRÁFICA Y POBLACIONAL*

       1.1 La desarticulación del espacio

      Al finalizar el proceso independentista, el Perú se enfrentaba a diversos y gravísimos dilemas de carácter geográfico que, en las décadas sucesivas, no solo se agudizarían, sino que atentarían contra la unidad del país y su desarrollo material. Eran problemas que, sin duda alguna, ya se habían perfilado desde las postrimerías del dominio hispano (siglo XVIII), pero que las contingencias de la guerra emancipadora ahondaron en extremo1. ¿Y cuáles eran estas dificultades? Básicamente las siguientes: a) un territorio (aunque físicamente reducido de manera sustantiva respecto al período anterior) que mostraba aún unas fronteras sumamente amplias y en algunos sectores imprecisas y carentes de delimitación2; b) una ausencia casi absoluta de vías de comunicación terrestre (caminos) que por cierto, arraigó la desarticulación de la joven nación3; c) un predominio apabullante de la costa sobre la sierra, con evidentes y graves perjuicios para la zona andina4; d) la preeminencia de la capital (centralismo) que, a la larga, desembocaría en el monstruoso “Lima-centrismo” con las consabidas y nefastas consecuencias que registra la historia; e) la brecha o abismo social entre una elite costeña (cultural, política y económicamente fuerte) y la gran masa indígena (ignorante, marginada y explotada) ubicada en el ande; y f) el desuso o abandono de la arteria principal del virreinato (la ruta Lima-Buenos Aires) en perjuicio de cientos de comarcas aledañas5. En su conjunto, estos seis dilemas, entre otros, constituyeron lo que Jorge Basadre denominó con propiedad las “tensiones internas”, para diferenciarlas de las “tensiones externas” que, por esos días, también agobiaron tenazmente al país (Gerbi, 1965, p. 103; Basadre, 1968, t. I, p. 205).

      Por la naturaleza propia del presente apartado, solo nos ocuparemos en las líneas que siguen del segundo dilema, o sea, de la desarticulación del espacio. ¿La razón? Nos interesa que el lector comprenda en toda su magnitud las enormes dificultades que tuvieron que sortear las fuerzas militares patriotas (como las realistas también) en su contínuo desplazamiento por lugares o parajes inhóspitos, desprovistos de apropiadas vías de comunicación. Sin caminos, transitando por apartadas e ignotas regiones, recorriendo despobladas y desafiantes cordilleras, descendiendo abruptamente al abrigo de los valles, tornando a subir a los hielos de las punas y soportando las inclemencias del clima, miles de soldados tuvieron que vivir cotidianamente de la mano con el aislamiento y el peligro. No tenían otra alternativa. En este sentido, en un país como el nuestro con una geografía tan espléndida y variada, pero terriblemente agreste, los caminos representan no solo los brazos naturales de la unión e integración, sino también los medios indispensables que facilitan la fluidez y la seguridad del transporte. Su ausencia, obviamente, se convierte en un freno insalvable que —repetimos— atenta no solo contra la unidad territorial, sino también contra la expansión y el progreso del país. Y esto, justamente, fue lo que ocurrió en el amanecer de nuestra vida republicana, convirtiéndose, asimismo, en el escenario previo de las campañas guerreras que más tarde se sucederían.

      Según testimonios de la época, hacia la década de 1820 (y durante casi toda la centuria) geográfica o territorialmente la unidad del Perú estuvo en peligro. La mencionada carencia de caminos atentó contra esa realidad. A pesar de ello —dice Antonello Gerbi (1965)— el Perú quería conocerse mejor, hacerse más unido y más ramificado, más orgánico y más fluído; hacerse, en definitiva, más grande, siendo más suyo6. Tan caro anhelo se convirtió, consciente o inconscientemente, en un objetivo geopolítico de largo aliento en la mente de nuestros compatriotas7. Sin embargo, la cruda realidad parecía contradecir o frustrar dicho empeño. En efecto, la falta de caminos, las distancias gigantescas de un confín a otro y la propia intrincada geografía, propiciaron la desintegración territorial de manera natural. De este modo, las tres clásicas regiones (costa, sierra y selva) vivieron casi de espaldas entre sí y al ritmo de sus propias contingencias. Si las comunicaciones entre la costa y la sierra eran muy irregulares, las de aquélla con la selva eran casi inexistentes o, en todo caso, sumamente esporádicas. Así, la costa, presa de las luchas políticas, se alejaba de la sierra, se olvidaba de la selva y hasta presentaba escasa atención al medio marino al cual se asomaba tímidamente. La etapa prodigiosa del fertilizante marino aún no se había iniciado. La costa —dice Basadre en Perú: problema y posibilidad (1992)— se “serranizaba”, por un lado, y perdía contacto con la sierra, por el otro. La selva casi no contaba en los planes nacionales. De este modo, emergía el abismo entre el Estado empírico y el Perú profundo o real, germen de gravísimas y perdurables desavenencias. Veamos algunos ejemplos que ilustran lo dicho.

      Un mes de viaje y de fatigas se necesitaba para ir de Lima a las principales ciudades del interior del país; en cambio, el resto del mundo se hallaba a pocos días o semanas de ameno y confortable viaje por mar. “En Lima —escribía Jorge Squier en las postrimerías de la era del guano— se sabe mucho menos del Cuzco que de Berlín, y por un limeño que ha ido al Cuzco hay

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