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audacia, su parresia. Y no se termina aquí su valentía, y se podrían recoger nuevos acentos de la valentía de esta mujer a otras categorías de personas.

      Enamorada de la Verdad, santa Teresa la defendía siempre con gran ardor y valentía. Y cuando se trataba de denunciar verdades y hacérselas saber a otros no dudaba.

      Verdades para los predicadores

      En sus Meditaciones sobre los Cantares hace esta presentación:

      Predica uno un sermón con intento de aprovechar las almas; mas no está tan desasido de provechos humanos que no lleva alguna pretensión de contentar, o por ganar honra o crédito, o que si está puesto a llevar alguna canonjía por predicar bien. Así son otras cosas que hacen en provecho de los prójimos, muchas y con buena intención; mas con mucho aviso de no perder por ellas ni descontentar. Temen la persecución; quieren tener gratos los reyes y los señores y el pueblo; van con discreción que el mundo tanto honra (MC 7, 4).

      Frente a estos, de quienes ya ha señalado unos cuantos defectos, es decir, se los ha denunciado, presenta a los auténticos hombres de Dios y mensajeros del Evangelio a carta cabal. Estos «por contentar más a Dios, se olvidan a sí por ellos (por sus prójimos) y pierden las vidas en la demanda, como hicieron muchos mártires, y envueltas sus palabras en este tan subido amor de Dios, emborrachados de aquel vino celestial, no se acuerdan; y si se acuerdan, no se les da nada descontentar a los hombres. Estos tales aprovechan mucho» (MC 7, 5). Con este estilo de contraposición quedan todavía más patentes los defectos de los anteriores.

      Es la Santa amiga de esa terminología de «embriaguez», «emborrachar», «borrachez», etc., que lleva a un cierto desatino, «glorioso desatino», «celestial desatino», «celestial locura» para hablar tan atrevidamente con Dios y denunciar los males de los hombres.

      Y denuncia la excesiva cordura de muchos predicadores. Según ella, no están borrachos, no están tomados del vino del amor de Dios, y por eso hacen poco, son poco atrevidos; se muerden la lengua.

      Verdades a los detentores de riquezas

      La audacia ebria que tiene santa Teresa en aconsejar a quien ella ve que lo necesita, la lanza, aunque sea desde las páginas de sus libros, y la mete en un tema tan candente y tan de actualidad para nuestro mundo, como puede ser la propiedad de las riquezas acumuladas sin productividad o despilfarradas en gastos inútiles.

      Quiere tratar en sus Meditaciones sobre los Cantares de la paz verdadera, pero antes reflexiona sobre «Nueve maneras de falsa paz, que ofrecen al alma el mundo, la carne y el demonio» (MC 2). Para comenzar en firme conjura a sus hijas: «Dios os libre de muchas maneras de paz que tienen los mundanos; nunca Dios nos la deje probar, que es para guerra perpetua» (MC 2, 1).

      Uno de los dominios de esa falsa paz son las riquezas. Y arranca: «¡Oh con riquezas! Que si tienen bien lo que han menester y muchos dineros en el arca, como se guarden de hacer pecados graves, todo les parece está hecho». Y, como quien entra en la conciencia de esos ricos, va dejando a la intemperie sus gestos y comportamiento: «Gózanse de lo que tienen; dan una limosna de cuando en cuando; no miran que aquellos bienes no son suyos, sino que se los dio el Señor como a mayordomos suyos para que partan a los pobres, y que le han de dar estrecha cuenta del tiempo que lo tienen sobrado en el arca, suspendido y entretenido a los pobres, si ellos están padeciendo» (MC 2, 8).

      «Solo una santa como Teresa podía decir frases tan fuertes como estas sin que sonasen a fácil demagogia revolucionaria»[22]. Algo más adelante insiste: cualquier rico de estos ha de dar estrecha cuenta: «y ¡cuán estrecha! Si lo entendiere no comería con tanto contento ni se daría a gastar lo que tiene en cosas impertinentes y de vanidad». El rico pide cuentas a su mayordomo. Dios se las pedirá a él, ya que, como ha dicho, las riquezas se le han entregado como a mayordomo de Dios para los pobres que vienen a ser los dueños y destinatarios. Los desvelos y sobresaltos, y «mientras más hacienda, más».

      Falsa paz en las alabanzas

      Santa Teresa estaba harta de que fueran diciendo de ella que era una santa; no lo podía sufrir. Y aconseja a sus monjas acerca de este tema: «Es lo más ordinario en decir que sois unas santas, con palabras tan encarecidas, que parece los enseña el demonio». Las previene contra este peligro diciendo: «Por amor de Dios os pido que nunca os pacifiquéis en estas palabras, que poco a poco os podrían hacer daño y creer que dicen verdad, o en pensar que ya es todo hecho y que lo habéis trabajado» (MC 2, 12).

      La lacra del fariseísmo

      Acaba de denunciar el peligro de creerse uno santo porque se lo llaman otros; pero hay un peligro mucho mayor en aparentar santidad, estarse buscando a uno mismo y fabricando a su alrededor ese halo de santidad y de soberbia solapada. Ingrediente de este modo de ser y de vivir es la hipocresía, los puntos de honra. Según Teresa de Jesús, «no hay tóxico en el mundo que así mate como estas cosas (de mayorías) la perfección» (CV 12, 7). Santa Teresa tiene mucha experiencia sobre estas cosas y describe el caso de una persona comida por el interés y los puntos de honra, que pudo observar y detectar. La desatinaban algunas personas a las que parecía que no les faltaba nada para ser «amigas de Dios», y en la realidad espiritual estaban lejísimos de serlo. Y cuenta un caso extremo, que reproduciremos más adelante en el capítulo dedicado a los puntos de honra.

      Final

      La parresia en cuanto a la audacia en la oración y en cuanto a las denuncias de la conducta de las personas es un gran capítulo en la vida y en los escritos de la Santa. Y en sus libros se encarna en el mundo de la oración atrevida y valiente, y en las denuncias no menos atrevidas y valientes de toda clase de corrupción moral en la conducta humana. Aquí hemos ofrecido solo unas muestras de esa realidad, haciendo ver lo santamente libre que era santa Teresa de Jesús ante Dios y ante los hombres.

      Capítulo 13. Teresa, la comprometida y comprometedora

      ¿Cómo era?

      Santa Teresa dice de sí misma: «Era tan honrosa que me parece no tornara atrás por ninguna manera habiéndolo dicho una vez» (V 3, 7). Esto lo dice cuando manifestó a su padre su determinación de hacerse monja. La lectura de las Cartas de san Jerónimo la animaron en sus propósitos de vida religiosa «de suerte que me determiné decirlo a mi padre, que casi era como tomar el hábito». Su padre se opuso por tanto como la quería, y no pudo convencerle ni ella ni otras personas que le hablaron. Teresa, aunque fuerte en su decisión, se teme a sí misma no sea que por flaqueza se vuelva atrás (V 3, 5-7). Ya ha aparecido una de sus palabras más decisivas: «me determiné». Comprometida, pues, con su conciencia que la empuja a irse al convento, va a comprometer a otro de su casa, a un hermano suyo, a Juan de Ahumada. Así lo cuenta: «En estos días que andaba con estas determinaciones había persuadido a un hermano mío que se metiese fraile» (V 4, 19). De nuevo aparece la palabra «determinaciones».

      En su profesión religiosa

      Conociendo ya sus obligaciones y compromisos como bautizada, al emitir su profesión el 3 de noviembre de 1537, toma conciencia de sus compromisos como religiosa. Trata de afinar en su fidelidad a la vida carmelitana que ha profesado, y profundizando en ella se encuentra con la realidad de su bautismo y dirá a sus monjas: «Nosotras estamos desposadas, y todas las almas por el bautismo» (CE 38, 1). Y refiriéndose al desposorio espiritual por el camino de la perfección hará una reflexión tan profunda como pocas veces se había hecho hasta entonces. Hay que entender, dice, «con quién estamos casadas y qué vida hemos de tener»; es decir, cuáles son sus compromisos de vida religiosa. Va entablando su reflexión y la abre con esta exclamación: «¡Oh, válgame Dios!, pues acá, cuando uno se casa, primero sabe con quién, quién es y qué tiene; nosotras ya desposadas, antes de las bodas, que nos ha de llevar a su casa» (CV 22, 7). Continúa argumentando desde lo que pasa en el matrimonio humano:

      ¡Oh, válgame Dios! Pues acá no quitan estos pensamientos a las que están desposadas con los hombres, ¿por qué nos han de quitar que procuremos entender quién es este hombre, y quién es su Padre, y qué tierra es esta adonde nos ha de llevar, y qué bienes son los que promete darme, qué condición tiene, cómo podré contentarle mejor, en qué

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